martes, 25 de diciembre de 2012

LA HORA DEL BALANCE



            No sé muy bien si a este 2012 que está a punto de concluir merecerá la pena hacerle un balance. En mi particular cuenta de resultados hay muchas oscilaciones, aunque, para ser justa, todas las deudas emocionales han quedado saldadas el día 10 de diciembre con el nacimiento de Inés. Pero el año comenzó en enero –como es preceptivo-, y hasta llegar a ese diez de diciembre tuvieron que pasar muchos meses en los que los que hubo más penas que alegrías. En febrero, con la promesa de volver pronto, se fue el que entonces era mi mejor amigo. No la cumplió: nunca regresó. No era hombre de palabra, pero eso yo no lo supe hasta que me lo demostró. Me costó admitir su deslealtad, probablemente porque mis amigos -vosotros que estáis ahí- nunca me habéis fallado. Como de casi todos los fracasos, he extraído una enseñanza: la de no confiar en las personas que digan servir a una causa por encima de todas las cosas, las que me hablen de férreas convicciones morales, las que no sean capaces de cambiar ante nada, ni por nada, las que dicen uno y luego hacen lo contrario. Esas, no me  interesan. Y en ese desasosiego que produce el engaño anduve unos cuantos meses.
Afortunadamente mis amigos, los de siempre y otros nuevos, me rescataron de esa apatía por la vida en la que estuve sumida. La primavera no me trajo muchas alegrías: tuve que andar de médicos y presentía lo peor. No fue así, al menos estoy en un impasse de pruebas: me han dado una tregua. Con la llegada del verano las cosas empeoraron, a mi amiga Aurora no le dieron más tiempo: nos dejó. De nuevo la tristeza se instaló en mi corazón. Y otra vez a tirar por ella, intentando encontrar consuelo para las personas próximas que la habían perdido. Una etapa difícil, porque hay tristezas que por mucho que queramos consolarlas, nunca hay palabras que mitiguen el dolor. Fue un verano sin playa, sin los paseos por el parque que tanto me gustan: un verano extraño. El otoño, sin embargo, pasó en un voleo, por mor del trabajo supongo. Y aquí estoy, un 25 de diciembre, contándole todo esto –que forma parte de mi vida privada- a no se sabe quién. Soy, probablemente, una muestra más de lo solos que en el fondo todos estamos. Es triste que lo único que nos queda sea contarle a una máquina nuestra vida. Y me temo que esto no es más que la antesala del futuro.

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. No te asustes amigo, si tu extrañeza es por lo que dice Mafalda, yo lo modificaría un poco añadiendo que "Tenemos hombres (y mujeres) de principios..." y lo que sigue. Pero la viñeta era así. Nada contra vosotros, que nadie se moleste. Si tu expresión responde al nulo interés de lo que he escrito, toda la razón es tuya. El talento, por desgracia, no se puede comprar. Pero siempre le queda a uno la libertad de no leer aquello que no merece la pena. Esa no se vende, es gratis. Y ahora procede darte las gracias por asomarte a este humilde blog, que algunas veces crece con las colaboraciones de algunos amigos que sí poseen el talento que a mí me falta. De ellos intento aprender, aunque, por lo que veo, con poco éxito. FELICES FIESTAS, amigo.

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  2. Mujer... a una máquina.... ¡Ay, que me están saliendo engranajes!

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  3. No sabía que habías estado de médicos pero me alegro de que ahora estés bien y a pesar de las tristezas que has padsado ahora empieza otra etapa de tu vida la de abuela y esa es maravillosa. Espero que en el nuevo año nos veamos alguna vez, que a mi se me pase un poco el disgusto que tuve en el Ateneo, soy rencorosa y tengo mal perder porque no puedo olvidarlo pero lo intentaré y charlaremos de nuestros preciosos nietos un beso de una perdedora que te aprecis, como dice Angel la chica Buylla (más quisiera yo)

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