Bondades y maldades relacionadas con la jerarquía eclesiástica, la burguesía y el cineasta
No es sabia la ceguera ante este destino indefectible, ante la desastrosa ruina que comporta, ante la misteriosa metamorfosis que está para realizarse en mi ser, ante lo que se avecina. (Meditaciones de Pablo VI ante la muerte) Hace unos días, el 28 de agosto, el periódico «L'Osservatore Romano» sorprendió con la publicación de un interesante artículo de Emilio Ranzato, titulado «Accattone nunca muere» («Anticipación de la modernidad en el famoso filme de Pier Paolo Pasolini de hace cincuenta años»). Ese artículo, espuela de éste, fue un hito más en la tormentosa relación -hubo golpes bajos, altos y algún beso- entre el artista Pasolini y el cotidiano de la Ciudad del Vaticano, que, en la cabecera misma, se autoproclama político religioso, que, por serlo de verdad, es de interés su lectura -el mío lo confieso sin ambages. Pasolini sigue de actualidad, a los treinta y seis años de su desaparición. Libros sobre él siguen apareciendo; algunos de escaso relieve como la historia de la familia Colussi, escrita por Susanna Colussi Pasolini, su madre. Interesante es «La Voz de Pasolini», grueso libro publicado por la Fundación Luis Seoane (La Coruña), que es en su mayor parte una transcripción de los «Diarios sonoros de Mamma Roma» (1962). Si nunca fui forofo ciego ni detractor rabioso de Pasolini, sí soy de sus «afectados» por haber visto la película «Teorema», de tantas prohibiciones, sintiéndola como un choque frontal o trompazo, en tiempo muy juvenil, ya burgués, y en un cine de la Costa Azul. De aquel golpe, quedó la herida. Interesa el Pasolini artista, también el actor político por crítico; de un atractivo provocador sin igual, amenazador de todos los órdenes, empezando por ese tan determinante que es el sexual. Quiso quitar la máscara del Poder inexorablemente perverso (eso es «Saló», su último filme); quiso desvelar su rostro oculto, su realidad en descomposición, pero con recursos aún para asesinarle con ensañamiento una noche entre Difuntos y Santos de 1975. Adiós Italia, patria perdida, escribió Indro Montanelli en 1997, de una Italia que «aunque ahora hayan cambiado sus titulares, el poder sigue siendo cosa nostra» (el lector o lectora, en el lugar de Italia, puede poner el «país» que guste, pues casi todos son de cosa nostra). Pasolini, el outsider (según Ranzato), apocalíptico y pesimista («no hay esperanza»), dejó escrito en dos libros, «Escritos corsarios» y «Cartas luteranas», su pensamiento antropológico y político, que ha de completarse con textos de entrevistas importantes, como la realizada en televisión por el periodista Enzo Biagi (fragmentos de ella se pueden ver en Youtube y leer en el libro de Enzo Biagi, «Era Ieri», editado por Rizzoli, 2005, páginas 223 y siguientes). La crítica pasoliniana de lo que llama «la revolución o mutación antropológica», provocada por el totalitario neocapitalismo consumista, un nuevo fascismo en la Italia de los «pollos cebados», es global. Nadie ni nada se libra, tampoco la Iglesia, de la que escribió sobre su final o desaparición por haber pactado con el nuevo poder, el de la burguesía triunfante; que desprecia a la Iglesia y a sus valores y que ya no la necesita. La Iglesia de Pasolini no es la de hijo, «ni siquiera he sido bautizado» -dejó escrito-; es la de un marxista, aunque a la italiana, más respetuoso con ella que los que desde dentro, muy dentro, la manejan a su beneficio. Son sus textos sobre la Iglesia, apocalípticos y de estilo profético, acaso los más discutibles y de verdad dudosa. En textos de Pier Paolo P. hay referencias a Paolo VI (este último le sobrevivió treinta y tres meses); es descrito, no como muchos le consideraron, frío, distante y dubitativo (Jean Guitton, amigo de Montini, contó que Juan XXIII le llamaba Hamlet), sino «impulsivo y sincero» ( ¡«Los dilemas de un Papa», hoy, publicado en 1974). Un Paolo VI, «atenazado por un falso compromiso, la razón de Estado, la hipocresía; autor de encíclicas "históricas" fruto de un compromiso entre las angustias papales y la diplomacia vaticana». Es verdad que el pontificado de Pablo VI, por múltiples causas, algunas hoy pendientes, coincidió con una profunda crisis de la Iglesia; un abatimiento físico del Papa en sus finales, símbolo del de la propia Iglesia. Pasolini, comunista sin partido, ligó la crisis eclesiástica a la «revolución antropológica» de la sociedad italiana. «Y así Pablo VI -escribe Pasolini- después de haber denunciado, con dramática y escandalosa sinceridad el peligro del final de la Iglesia, no da ninguna indicación para afrontarlo». Incluso en el referendo de 1974, que ratificó y no abrogó la ley de 1970 que introdujo el divorcio, Pasolini vio en la «derrota» de la Iglesia el hundimiento «profetizado». Pero Pasolini no imaginó la reacción de la misma Iglesia a la muerte de Pablo VI. En agosto, septiembre y octubre de 1978 ocurrieron en el Vaticano acontecimientos muy importantes, demostrando la Iglesia, una vez más, gran capacidad activa y reactiva, que unos consideraron obra del Espíritu Santo y otros de Satanás, con episodios de novela negra incluidos. Lo cierto es que el nuevo Papa, Juan Pablo II, dio vida a lo que estaba muriendo (se olvida el papel clave que desempeñó Karol Wojtyla en la posición definitiva de Pablo VI sobre el crucial asunto de la píldora anticonceptiva y que fue él quien excomulgó al obispo Lefebvre). Del tremendismo y de las dudas de Pablo VI se pasó al optimismo y a la seguridad de Juan Pablo II. De aquél «por alguna rendija el humo de Satanás está en el templo de Dios», de Montini, se pasó al non abbiate paura de Wojtyla. Y un Papa Karol, gran icono y comunicador, que se sirvió con maestría de la televisión (Pasolini reprochó a la Iglesia no haber entendido el poder de la televisión), clave en un mundo en trance de globalización, y eso desde el inicio hasta el final de su pontificado, incluso en su agonía y muerte. Como dijera el filósofo Alain de Benoist, «la ironía está en que este gran comunicador haya muerto sin voz» (aún está presente la última aparición de Juan Pablo II, ya mudo, en un ventanal del Palacio Apostólico). Es verdad que a partir de los años sesenta del siglo XX, por razones socioeconómicas, el mundo rural, en la Europa de la posguerra, dejó de ser el vivero de la Iglesia (el vocacional y otros), ¿cuál fue la procedencia preponderante de los que llenaban seminarios de diócesis, órdenes y congregaciones? En cambio, no es verdad que la burguesía -dicho así, sin más-, haya dado la espalda a la Iglesia. Es precisamente durante el pontificado de Juan Pablo II cuando los llamados «nuevos movimientos» (Comunión y Liberación, Legionarios, Neocatecumenales, Opus Dei, Focolares y otros -discúlpeseme el revolutum-) adquirieron una gran importancia dentro de la Iglesia. «Movimientos» con fundadores, dirigentes y seguidores de inequívoca procedencia burguesa. Su do (del do ut des de los Movimientos) son las vocaciones con sus «seminarios» llenos y el dinero, que tienen mucho, que se necesita en Roma y en las diócesis particulares. Su des (del do ut des) es el poder, esta vez religioso-político, que reciben a cambio en Roma y en las diócesis particulares. Los inconvenientes son harina de otro costal y escribirlos hoy no toca. El Papa Wojtyla que pidió vocaciones y dinero, que recibió unas y otro; correspondió como correspondía. Ya sólo queda que el sucesor de Benedicto XVI tenga ligamen por vínculo con alguno de esos «movimientos» (en uno de los tres artículos escritos con ocasión del viaje papal al Veneto formulamos la apuesta. Mgr. Scola es de actualidad literaria por el recentísimo librito sobre él escrito por Andrea Tornielli, «Il futuro e la speranza Angelo Scola», que en la página 63 escribe (Tornielle): «Scola encontró otro teólogo, el español Antonio María Rouco Varela, que entrará a formar parte del colegio cardenalicio» (el encuentro fue en Mónaco de Baviera y por vacaciones). Entre tantas bondades, una maldad relacionada con la Iglesia, la burguesía y Pasolini. El prestigioso jurista italiano Stefano Rodotá, coautor de la Carta Fundamental de Derecho de la Unión Europea, en una entrevista publicada en un periódico español el 12 de diciembre de 2010, a una pregunta del periodista, responde: «Desde el Concilio todo ha ido a peor, y hoy Italia está gobernada por movimientos como Comunión y Liberación, que hacen negocios fabulosos con la ayuda y anuencia del Gobierno» (en la introducción a la entrevista, el periodista Miguel Mora califica a Stefano Rodotá de «sabio del derecho, comprometido a la antigua y heredero del activismo de Pasolini»). Me hubiera gustado haber leído algo, algo, incluso poco, contradiciendo aquella declaración escandalosa. Razonamiento marxista el de Pasolini que la realidad desmintió; parte de la burguesía no dio la espalda a la Iglesia; al contrario, se puso al frente y de frente; no fue cerrojo sino llave. Que no acertara Pasolini no es excepcional, pues acertar con la Iglesia exige diplomatura en enigmas, magna questio, que eso es también la Iglesia, incluso para sí misma; esa diplomatura, que es del Mas Allá, no la podía tener el cineasta, el poeta y el escritor político-religioso.
(Publicado en LA NUEVA ESPAÑA 02/10/2011)
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