No acostumbro a visitar los cementerios un día tan señalado como el de hoy. No significa que sea una tradición que quiera eludir, simplemente otros familiares lo hicieron siempre por mí. Suelen ser las personas de más edad las que se encargan, por costumbre, del menester de adecentar tumbas y llevar los consabidos crisantemos. Sin embargo, en esta ocasión sí he estado en el cementerio. Es decir, por edad ya me corresponde. Se han ido casi todos los que me precedían en años, y ahora yo cumplo ese precepto de acercarme al campo santo. Este verano se ha muerto Julia, la abuela adoptiva de Pablo, un poco antes se fue Manolo –papá Manolo, que le decíamos cariñosamente quienes no éramos sus hijos, pero como si lo fuésemos- y el año pasado se murió la tía Sara. No quiero mirar más atrás, creo que últimamente, entre parientes y amigos, toco a uno o dos por año. Pudiera ser que el año próximo fuese yo –es sólo una suposición, claro- y me gustaría que en mi tumba hubiese flores. Estoy segura que desde esa desconocida eternidad lo agradeceré. Sé que mientras viva en el recuerdo de quienes me dediquen un minuto en fecha tan señalada, algo de mí quedará aún en el mundo. Hoy, con la visita al cementerio, he revivido pasajes de mi vida protagonizados precisamente por mis queridos muertos. Y como ya media un tiempo desde que se fueron, pues la tristeza ha sido sustituida por el recuerdo, por el recuerdo de las cosas buenas que he vivido a su lado, por las cosas que me han enseñado, por lo que reímos juntos y, por qué no, por el apoyo cuando las cosas no venían bien dadas: por lo que lloramos. Son tantas las personas queridas que he perdido –muchas antes de tiempo- que estoy en cierta manera familiarizada con la muerte. Ya sé, dicho así resulta chocante. Pero lo que quiero decir es sencillamente que considero que es algo natural que a todos ha de sucedernos un día y que no deberíamos de tenerle miedo. Otras cosa muy distinta es el cómo puede llegarnos. Eso es más peliagudo. Creo que ahí la ciencia tiene una asignatura pendiente. Y no quiero hablar de Dios, ni de fe, porque me toparé con la Iglesia, y me temo que con ella no estoy muy de acuerdo; aunque nada me una más a Dios y despierte mi espiritualidad que la despedida precisamente en la iglesia.
He cumplido, como dije al comenzar, con el precepto de llevar flores a mis muertos. Pero me quedó uno muy querido: Fernando. Lo dejamos en Altea, mirando al Mediterráneo que tanto le gustaba. Y ahí sí que se me escapa la lagrimita, fue mi segundo padre. Y si el primero me cuidó mucho, no me cuidó menos Fernando. He tenido mucha suerte con los dos, pero hoy sólo a uno pude llevarle flores. Así que las de Fernando serán virtuales. Creo que no me he olvidado de nadie.
He cumplido, como dije al comenzar, con el precepto de llevar flores a mis muertos. Pero me quedó uno muy querido: Fernando. Lo dejamos en Altea, mirando al Mediterráneo que tanto le gustaba. Y ahí sí que se me escapa la lagrimita, fue mi segundo padre. Y si el primero me cuidó mucho, no me cuidó menos Fernando. He tenido mucha suerte con los dos, pero hoy sólo a uno pude llevarle flores. Así que las de Fernando serán virtuales. Creo que no me he olvidado de nadie.
Bueno me pasa como a ti he perdido en poco tiempo tantas persona que me parece imposible, algunas las compartimos, lo bueno las disfrutamos no tanto como hubieramos querido pero hoy las recordamos sobre todo con cariño.Como tu no soy partidaria de flores pero hoy le he llevado una floriquina a papá como el me pedia no hace mucho, asi se que me recuerdas y como me parecia tan soso... lo cuento como anecdota le puse su colonia a la flor de tela que deje en Sampedro, fue bueno recordar su olor lo sentia cerca y comparto tus flores para nuestro querido Fernando y con Chariny.... por proximidad y los recuerdos
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