Me admiraba yo en cierta ocasión de la parsimonia con que Chano Castañón iba conduciendo su coche, camino de Avilés y con Nieves a su lado, alerta a las eventuales veleidades de los vehículos que venían o iban. Y me resultó llamativo que un hombre habitualmente apresurado en el transitar a pie por las calles de Gijón se dejara llevar, aferrado al volante de su utilitario, de aquella rara imperturbabilidad, ajena a cuanto lance -adelantamientos temerarios, bocinazos estridentes, velocidades desbocadas- sobrevenía en la carretera. Le mostré mi curiosidad, y me respondió: «Voy despacio, porque quiero llegar».
Así, desde el día de 1953 en que regresó al barrio de La Arena -donde nació y murió-, y una vez que hubo relegado profesionalmente el ciclo deportivo que le había vinculado a varios clubes de fútbol, entre ellos, el Sporting y el Cádiz, Castañón, con la tenacidad y el ponderado talante que sabía poner en sus esporádicos desplazamientos por carretera, se propuso aprovechar hasta el último resquicio del tiempo libre que le permitía su cargo de funcionario y, puertas adentro, sin prisa y sin pausa -desde la nutridísima biblioteca de su casa del Muro, asomada al mar que él tanto quería- llevó a cabo una de las más notables tareas bibliográficas que se hayan dado en el Principado del siglo XX. Ha de considerarse, además, que Chano fue capaz de distribuir horas y afinidades en sus rastreos, atisbos y pesquisas por las esquinas de su ciudad -desde la calle Corrida a un pobretón bar de pescadores en Cimadevilla-, fuente de tipos, sesgos y ambientes que fueron proporcionando asunto y color a sus novelas gijonesas, aunque esta circunstancia de ambientación textual se eluda a veces por el autor, partidario de desvanecer deliberadamente toda referencia textual a Gijón, si bien la atmósfera social de la ciudad, su paisaje urbano y entorno campestre, su tipología humana y ciertas particularidades del lenguaje local, e incluso algunas circunstancias históricas un tanto desdibujadas, estén presentes en la obra del novelista y erudito gijonés, quien también supo abrir la mirada a la totalidad del ámbito asturiano, desde un recodo marinero de Lastres o de Ortigueira a la presencia de un hórreo en Sobrefoz o en el paisaje abierto de una majada en Ponga, acaso en compañía de un pastor de cayado y zurrón o de su amigo Nicanor Piñole. En tales ocasiones, y cuaderno de notas a mano, salía Castañón al encuentro de gentes de la mar, a las que iba arrancando nombres de aparejos y prácticas de pesca; de campesinos diestros en las señales de lluvias, lunas y soles, cuyos hábitos les revelaban los secretos de la sazón en simientes, días y laboreo del surco; de pastores experimentados en manejar sus rebaños y sus soledades, y siempre al fondo de tales acercamientos el provechoso testimonio de aquellas gentes del camino entre las que Chano Castañón atisbaba, infatigable, hasta volver a casa con los bolsillos repletos de refranes, cantares, dichos agudos o sentenciosos y curiosidades populares que no tardaban en enriquecer una de aquellos millares de fichas que colmaban los estantes de su biblioteca, adonde también iban a parar, siempre que estuviera justificado su valor de asturianía, desde la hoja volandera que el escritor rescataba de los papeles sobrantes de una imprenta a las noticias, literarias o no, que solían llegarle desde cualquier parte del mundo en la carta de un asturiano exiliado.
El acopio de tan abrumadora información y el manejo que Castañón supo darle, generó una obra tan vasta y tan bien enraizada que no dejó en blanco ni un ápice de todo cuanto pueda interesar al conocimiento de la historia y el alma de Asturias. Galardonado en diversos certámenes regionales y nacionales, abordó con igual solidez los más dispares géneros literarios: narrativa, poesía, teatro, investigación y periodismo. Fue colaborador habitual de diversas publicaciones asturianas y nacionales y, a lo largo de dos décadas, mantuvo en el diario EL COMERCIO la sección 'Arte y Literatura' en la que fue recogiendo rigurosamente el acontecer cultural no sólo de carácter asturiano, sino de ámbito nacional e internacional. Cuando compartí con él, y con Silverio Cañada, la tarea de poner en pie la 'Gran Enciclopedia Asturiana', mi asombro y mi admiración ante su estatura intelectual fueron creciendo día a día al verlo llegar a la redacción trayendo siempre consigo una certera sugerencia y el inexcusable 'papelín' que extraía del bolsillo y donde había anotado unas cuantas palabras nuevas con destino al vocabulario general de la obra que teníamos en marcha.
Sin menoscabo de la devoción y la amplitud de miras con que Castañón trató cualquier elemento, por intrascendente que pudiera parecer, que se relacionara con Asturias y lo asturiano, resulta evidente que su inveterada querencia por Gijón le predispuso a una entrega total y abnegada a su ciudad natal. El gijonesismo de Chano estaba fuera de toda duda. ¿Qué oscuros ardides concurrieron, sin embargo, para que a Castañón se le denegara en su día el merecido título de Cronista de la Villa? Y la muerte le sorprendió herido por aquel desaire. Es hora, pues, de reivindicar su trayectoria, y para ello sólo se precisa reunir los numerosos trabajos que ha dejado dispersos en distintas publicaciones periódicas, a los que deberá sumarse el resto de su obra editada en volumen y la que permanece inédita. La materialización del proyecto repararía, aunque fuera a destiempo, la deuda de honor que con el gran autor mantienen tanto Gijón como el Principado.
Así, desde el día de 1953 en que regresó al barrio de La Arena -donde nació y murió-, y una vez que hubo relegado profesionalmente el ciclo deportivo que le había vinculado a varios clubes de fútbol, entre ellos, el Sporting y el Cádiz, Castañón, con la tenacidad y el ponderado talante que sabía poner en sus esporádicos desplazamientos por carretera, se propuso aprovechar hasta el último resquicio del tiempo libre que le permitía su cargo de funcionario y, puertas adentro, sin prisa y sin pausa -desde la nutridísima biblioteca de su casa del Muro, asomada al mar que él tanto quería- llevó a cabo una de las más notables tareas bibliográficas que se hayan dado en el Principado del siglo XX. Ha de considerarse, además, que Chano fue capaz de distribuir horas y afinidades en sus rastreos, atisbos y pesquisas por las esquinas de su ciudad -desde la calle Corrida a un pobretón bar de pescadores en Cimadevilla-, fuente de tipos, sesgos y ambientes que fueron proporcionando asunto y color a sus novelas gijonesas, aunque esta circunstancia de ambientación textual se eluda a veces por el autor, partidario de desvanecer deliberadamente toda referencia textual a Gijón, si bien la atmósfera social de la ciudad, su paisaje urbano y entorno campestre, su tipología humana y ciertas particularidades del lenguaje local, e incluso algunas circunstancias históricas un tanto desdibujadas, estén presentes en la obra del novelista y erudito gijonés, quien también supo abrir la mirada a la totalidad del ámbito asturiano, desde un recodo marinero de Lastres o de Ortigueira a la presencia de un hórreo en Sobrefoz o en el paisaje abierto de una majada en Ponga, acaso en compañía de un pastor de cayado y zurrón o de su amigo Nicanor Piñole. En tales ocasiones, y cuaderno de notas a mano, salía Castañón al encuentro de gentes de la mar, a las que iba arrancando nombres de aparejos y prácticas de pesca; de campesinos diestros en las señales de lluvias, lunas y soles, cuyos hábitos les revelaban los secretos de la sazón en simientes, días y laboreo del surco; de pastores experimentados en manejar sus rebaños y sus soledades, y siempre al fondo de tales acercamientos el provechoso testimonio de aquellas gentes del camino entre las que Chano Castañón atisbaba, infatigable, hasta volver a casa con los bolsillos repletos de refranes, cantares, dichos agudos o sentenciosos y curiosidades populares que no tardaban en enriquecer una de aquellos millares de fichas que colmaban los estantes de su biblioteca, adonde también iban a parar, siempre que estuviera justificado su valor de asturianía, desde la hoja volandera que el escritor rescataba de los papeles sobrantes de una imprenta a las noticias, literarias o no, que solían llegarle desde cualquier parte del mundo en la carta de un asturiano exiliado.
El acopio de tan abrumadora información y el manejo que Castañón supo darle, generó una obra tan vasta y tan bien enraizada que no dejó en blanco ni un ápice de todo cuanto pueda interesar al conocimiento de la historia y el alma de Asturias. Galardonado en diversos certámenes regionales y nacionales, abordó con igual solidez los más dispares géneros literarios: narrativa, poesía, teatro, investigación y periodismo. Fue colaborador habitual de diversas publicaciones asturianas y nacionales y, a lo largo de dos décadas, mantuvo en el diario EL COMERCIO la sección 'Arte y Literatura' en la que fue recogiendo rigurosamente el acontecer cultural no sólo de carácter asturiano, sino de ámbito nacional e internacional. Cuando compartí con él, y con Silverio Cañada, la tarea de poner en pie la 'Gran Enciclopedia Asturiana', mi asombro y mi admiración ante su estatura intelectual fueron creciendo día a día al verlo llegar a la redacción trayendo siempre consigo una certera sugerencia y el inexcusable 'papelín' que extraía del bolsillo y donde había anotado unas cuantas palabras nuevas con destino al vocabulario general de la obra que teníamos en marcha.
Sin menoscabo de la devoción y la amplitud de miras con que Castañón trató cualquier elemento, por intrascendente que pudiera parecer, que se relacionara con Asturias y lo asturiano, resulta evidente que su inveterada querencia por Gijón le predispuso a una entrega total y abnegada a su ciudad natal. El gijonesismo de Chano estaba fuera de toda duda. ¿Qué oscuros ardides concurrieron, sin embargo, para que a Castañón se le denegara en su día el merecido título de Cronista de la Villa? Y la muerte le sorprendió herido por aquel desaire. Es hora, pues, de reivindicar su trayectoria, y para ello sólo se precisa reunir los numerosos trabajos que ha dejado dispersos en distintas publicaciones periódicas, a los que deberá sumarse el resto de su obra editada en volumen y la que permanece inédita. La materialización del proyecto repararía, aunque fuera a destiempo, la deuda de honor que con el gran autor mantienen tanto Gijón como el Principado.
JOSÉ ANTONIO MASES, escritor
(Publicado en el diario El Comercio, 5/09/2011)
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