Uno de cada cinco niños en España vive por debajo del umbral de la pobreza, así como suena. Lo han dicho en las noticias, detrás de otra que decía que el fuego amigo había causado un número de muertos que ni tan siquiera recuerdo. Qué cosa, “el fuego amigo” que mata. El eufemismo supongo procederá de la jerga de los militares que, al final, son los únicos que tienen licencia para matar. Eso sí, con causa justificada. Tan justificada como puede ser aniquilar a hombres, mujeres o niños que pueden ser un peligro para la patria, el bien de la humanidad o Dios sabe qué. Aunque tampoco es necesario que fueran un peligro real, algunas veces simplemente pasaban por allí. También un error, un error ¿de cálculo, de percepción, de…? , no importa, también justificaría algunas muertes. Cosas de la guerra que son, ¿normales, tal vez? Se me ve el plumero: soy pacifista. Esa especie tan odiada por las gentes de bien que aman el orden y gobiernan el mundo. Afortunadamente mi pensamiento no les pertenece.
Pero no es de eso de lo que yo quería escribir en este momento, quería hacerlo de los niños. De los niños que viven en pobreza. El dato con el que comienzo me dejó helada, nunca pensé que uno de cada cuatro niños en mi país pudiera estar viviendo en lo que mi hijo –experto en esos temas- me matizó se conoce como “pobreza relativa”. ¿Por qué la matización?, simple, porque no les pasa como a los de Somalia que se mueren de hambre. Pueden estar desnutridos, sin escolarizar, recogiendo chatarra, sin atención sanitaria… sin todas esas cosas que son normales en un país desarrollado, pero no se morirán de hambre. Es un respiro. Viven hacinados en los cinturones de las ciudades, viven con sus madres que separadas ni tienen trabajo ni reciben ayuda de sus maridos –cuando los tienen-, otras son solteras y un largo etcétera de circunstancias que afectan a los más vulnerables: los niños/as. Y eso pasa prácticamente a la puerta de nuestra casa. Soy consciente que como ciudadano individual nada o poco podemos hacer que no sea muy puntual. Pero sí se me ocurre algunas cosas que se podrían tener en cuenta; como puede ser la educación de nuestros hijos, para que tomen conciencia de la sociedad en la que viven desde su más tierna infancia. Decía la gran pedagoga italiana María Montessori que el carácter de un niño se forma en los cuatro primeros años de vida. Decía también, que “el niño es el padre del hombre” y que hay que darle la posibilidad de despertar su espíritu, dotarlo desde muy temprano de carácter, de fuerza moral, de personalidad, y fomentar sus capacidades de observación, análisis y síntesis.
Es posible que si formamos a nuestros hijos, ellos un día –cuando ya no estemos- logren que las cosas cambien para mejor, y sepan trasmitir esos valores que hoy escasean tanto y que nosotros no fuimos capaces a llevar a esta extraña sociedad de consumo en que vivimos, a la que no le importa –no nos importa- que en cualquier parte un pequeño –como nuestro hijo, como nuestro nieto- camine descalzo, viva hacinado y no reciba educación. Y sí nos preocupamos mucho para que los nuestros lleven playeros de Adidas, anorak de Bus-Stop o zapatitos de Mari Pili. Porque, claro, su amiguita, o la amiguita de su madre, lleva tal o cual modelito. Y, por desgracia, observando un poco, es con lo que uno ve todos los días. No es culpa del niño, puede que ni tan siquiera de la madre: es la sociedad la que aniquila todo aquello que no sea consumo puro y duro. Pero en algún momento habrá que enfrentarse a ella, en algún momento habrá que decir basta. Ya no por nosotros, por ellos: por los niños. No sólo la economía está en crisis: el hombre, el hombre está en crisis. Por supuesto, y la mujer. No vayan a pensar que soy sexista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario