
María tiene 68 años y seis nietos. Tenía también un piso, con el que avaló en su día la hipoteca de un hijo. El hijo perdió su empleo, no pudo pagar la hipoteca y les quitaron la casa a los dos. Ahora se prostituye para poder vivir. A ocho euros el servicio, que también aquí la competencia es dura y no hay más remedio que hacer rebajas frente a cuerpos más apetecibles y más profesionales. Ella, una mujer de valores tradicionales, dedicada a los suyos y con una vida hasta entonces encuadrada en la bendita normalidad de los pequeños problemas de cada día. Su amor de madre no pudo evitarlo, y su deseo de dar a su hijo una vida al menos como la de ella terminó en la ruina de ambos. Sobre todo, con su vida en ruinas. Una calle céntrica, una esquina cualquiera, soportando todas las miradas que examinan con expresión burlona, acusadora, despectiva o misericordiosa lo único que le queda para vender. Su familia no lo sabe, y quizá esa sea una angustia añadida, la del momento de ver si encuentra comprensión para su humillación. Los ministros europeos salen de otra de sus reuniones hablando de que «la rebaja del 'rating' hace necesaria una reestructuración de la deuda porque la dinámica del mercado va a terminar llevando a un 'default'».
Nadie podía preverlo hace tan sólo unos pocos años, cuando creíamos que una sociedad tan bien fundamentada como la nuestra tiende por su propio impulso a ir hacia adelante. No contábamos con el infinito afán de riqueza de los ricos, la incompetencia de los políticos o la deshumanizada aplicación de las leyes a los débiles. Los culpables no existen; los que sufren sus consecuencias sí, y cada vez en mayor número. El caso de María lo ha publicado la prensa nacional, así que todavía tiene categoría de noticia. Lo triste es pensar que quizá dentro de poco ya deje de serlo.
(Publicado en el diario El Comercio, 20/07/2011)
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