domingo, 15 de diciembre de 2013

"ENLACES Y EMPALMES", artículo del notario ANGEL AZNAREZ ("La Nueva España"/ 15/12/2013)


"Monada de enlaces y equilibrios" (foto realizada en el barrio Old Delhi en Nueva Delhi (India)
            Tocó el silbato el jefe de la Estación (la del Vasco en Oviedo), al tiempo que meneaba arriba y abajo el farolillo, ya con el verde del adiós. Silbó la máquina vaporosa, negra como el carbón y zumbona como una folklórica, y dijo “vale” lanzando al cielo nubes blancas como inciensos. Y se puso en marcha el todo (el tren con destino a Collanzo) y las partes: la maquina con el conductor, el “tender” con el fogonero, hasta los topes ambos de carbón y agua, los vagones de pasajeros que eran tres y de tercera (clase). No había furgón de cabeza ni de cola, que, para furgones, los vagones, los tres.

            En los primeros metros de avance, el traqueteo del convoy fue regular, unos trac, trac, trac, pausados; pero a los doscientos metros se oyó: ¡cataplum pum pum! de mucho ruido y susto, como si aquello se destornillase o destartalase. Mi compañero de pupitre en los Maristas de Santa Susana (Oviedo) y de asiento en el tren, era Isidro Roza Alonso, mucho más inteligente que yo y que, por eso, pertenecía a la élite, a los muy escogidos de la Acción Católica –las “celebridades”-, como célebres eran los hijos del Gobernador Civil (“de padres gatos, hijos michos” dijo el refrán) y don Gabino de Lorenzo y Ferrera. Y en este momento se me ocurre otro eslogan turístico para Oviedo: “Oviedo, Ciudad de secano, aunque con dos cabos, Cabo Noval y don Gabino de Lorenzo, Cabo Honorífico”.

"La estación Jovellanos de Ov iedo, hoy, antes del Vasco"(foto del AVE en Sevilla)
            Y ante tanto ¡cataplum pum, pum!, alarmado, buscando la tranquilidad o seguridad que los inteligentes suelen dar a los torpes, pregunté a mi compañero:
            --Isidro, Isidro, ¿qué es esto, habremos descarrilado ya, tan pronto…?
            --No… tranquilo -me respondió- y añadió: es que hay un enlace o empalme con el Ferrocarril de Económicos, y las ruedas de los vagones saltan, saltan entre muchas vías y agujas.
            Nada me atreví a repreguntar y sufrí en silencio el dolor de las ruedas de los vagones por tanta aguja, acordándome de mi “sastra”, doña Delfina, la de Trascorrales, que, al probarme los pantalones, me clavaba las agujas y alfileres en zonas sensibles, como si confundiera mi anatomía, la colgante, con un dedal. Y ante todo esto, el vagón callaba, nada decía, que los ruidos eran de sus piernas, que eran ruedas.

            Ciento cincuenta metros adelante, el tren y nosotros, pasamos por un puente que atravesaba una calle, viendo a la izquierda el edificio de la Cruz Roja, donde el doctor Morán abría barrigas y arrancaba tripas y ulceras marrones, muy marrones; y viendo a la derecha una casa de ladrillo muy visto, adornados con geranios, en la que vivía el señor Verdeja y esposa, la señora González, así como la numerosísima prole –-luego se trasladaron a vivir a la Avenida de Galicia que, en aquel tiempo, era como Serrano de Madrid, y que, hoy, la Avenida de Galicia de Oviedo es como Ventanielles en aquel tiempo: Corea. Corea-.

            Siguió el tren y de repente otro puente: el de la Cuesta de la Vega, calle que tanto miedo me daba bajar en el Pegaso autobús municipal, procurando siempre agarrarme al cobrador que allí tenía despacho o garito -a la entrada subiendo por la puerta de atrás, la de subir y no salir-. Es que, estimado lector (aquí empleo el masculino genérico y que mis lectoras feminista no me acusen de sexismo sintáctico), yo viajaba mucho en ese autobús, pues me gustaba bajar al Palais desde que supe que era un palacio francés; también me gustaba mirar al imponente Garaje de la derecha y casi abajo, siempre muy triste por escaso de bombillas, y, como todos los garajes, lleno de pulpos.

            Y otra vez pregunté a Isidro:
            --¿Crees tú que saldremos sanos del túnel de San Lázaro, date cuenta que estos “vascos” son muy brutos, muy brutos, y que no me oiga el vagón? ¿Nos pasará algo?
            -- Isidro -con su natural aplomo y superioridad por ser de la Acción católica (yo era de la Juventud del Carmelo y del Niño Jesús de Praga, y gracias)- respondió:
            --Nada, nada pasará, pues el tren, por ser minero, está acostumbrado a correr por túneles y galerías. O sea, que tranquilo –concluyó-.

            Antes de llegar al túnel, como dando el tren una media vuelta por “las afueras”, vi a la derecha el trasero del Postigo Bajo, acordándome del Cine Asturias, que fue el primero en aquello de “sesión continua y permanente desde las cinco”; luego siguieron el Santa Cruz, junto a los Almacenes Generales del famoso don Arturo García Pajares, y el Roxy, a las puertas de La Argañosa –la película “Los ciento un dálmatas” se proyectó en el Cine Principado, un cine-bien y de clase, nada de barrio-. Las películas del Oeste del Asturias eran de arrebatar, y doña Aurora, la taquillera, era muy seria y recta, lo cual no impedía el desmadre en el interior de ese cine.

"Un rebaño como Dios manda y con "manita" en una esquina" (foto en casa del autor)
Los que estábamos en las primeras filas del Cine Asturias comíamos pipas y los que estaban en las últimas hacían “pepitas” en las barriguitas de “ellas”. Se oía todo, las risas y jadeos. Por eso, precisamente por eso, los de delante queríamos ir atrás, dejar de comer pipas y hacer atrás pepitas en las barriguitas de “ellas”; por eso, precisamente por eso, “ellas” querían comer pipas en las primeras filas y no que hicieran pepitas en sus barriguitas. Y mientras tanto trajín acontecía, doña Aurora de nada se enteraba, como tampoco se enteraban de nada las damas castas dedicadas en las mercerías (La más Barata) a “tomar los puntos de las medias”. Ese oficio -de tomar- siempre me pareció excitante, con su instrumental a base de mesita, flexo, la media de cristal agujereada y el aparato eléctrico de remendar que era como un torno de dentista.


"Un torerazo como el Hermano Gabriel" (Sevilla)
Entramos por fin en el túnel de San Lázaro y salimos de él sanos y salvos. Ya cerca del Hípico, el maquinista puso la máquina en punto muerto, pues, camino de La Manjoya, el tren rodaba sin marcha, ahorrándose también el trabajo al fogonero, que dejaba de atizar. Miré y vi, en La Pedrera, a la derecha, a dos “recogidas” en el Colegio Covadonga --colegio según unos y reformatorio según otros, tuteladas por Madres Capuchinas, tocadas y no encapuchadas-- que estaban al cuidado (las dos “recogidas”) de un rebaño o manada, de dos vacas y dos ovejas: todo pares. El capellán de aquel “Colegio” era don Alfredo de la Roza, que llegaba a trancas y barrancas para decir misa a las ocho de la mañana, y con los bajos de la sotana hechos un cristo por el barro de la caleya. La escena de zagalas y vacas me acercó a lo pastoril y me sirvió para entender, mas tarde, las explicaciones literarias sobre la novela renacentista y pastoril, a cargo del buenazo Hermano Gabriel, conocido por “el marista torero”, por sus manoletinas encima de la tarima y con el encerado haciendo de bestia cornuda.

Ya muy cerca de Fuso de la Reina, al final del puente sobre el Río Nalón, alto como el del Rio Kwai, el tren volvió a hacer ¡Cataplum, pum, pum! Y volví a preguntar:

--Isidro, Isidro, ¿Descarrilaremos y caeremos al Río? ¿Nos volarán el puente, confundiéndonos con japoneses, que tenemos cara de chinitos?
--¡Tranquilo y déjate de películas! Que no pasa nada que es otro enlace o empalme, a la derecha para ir a Pravia, que son del PP y a la izquierda para ir a Collanzo, que son del PSOE. Y no olvides que donde hay enlaces y empalmes –te lo repito- hay lío de ruedas y agujas –concluyó-.

Y me pregunto en este momento: ¿Dónde estará mi compañero Isidro, que era de una aldea, Carrandi, en los Picos de Europa, y en la que –según él- había lobos gigantes que comían vacas gigantes? El caso es que llegó Isidro a Oviedo, para estudiar, a casa de una tía que vivía en la calle González Besada, enfrente de Las Hermanitas de los Pobres, y un mal día desapareció. Siempre me acordé de él; me quedó su recuerdo, sólo el recuerdo, igual que mis muertos queridos: sólo recuerdos y recuerdos, o sea, mucha metafísica aburrida y nada de física alegre, y a mí lo que me gusta es la Física. Fue entonces cuando supe de la muerte, por lo que dejé de ser inmortal o infantil. ¿Y qué fue de Manjarín Quijano José y de Doñobeitia Menéndez Juan, y de tantos y tantos? Esto, queridas señorías lectoras, es muy serio.

Hace unos años, entré (en Gijón) en una ferretería, seguramente a comprar chinchetas, y el dependiente resultó ser Isidro. Le abracé y me lo contó todo, todo. Nos vimos varias veces después. E Isidro volvió a desaparecer; no volví a saber más de él, así desde 1993. ¡Qué mala suerte tienen algunos, qué mala suerte! Y otros ¡qué buena suerte, qué buena suerte! Es que lo tienen todo –mucho gracias a papá- y siguen pidiendo más y más…¡Fartones, que sois unos fartones!

 "Uno de los fartones" (foto realizada en el Museo del escritor Sciascia en Sicilia)
Al regreso de la excursión, cogí el Diccionario de don Julio Casares –el de siempre- y leí: ENLACE es “coger una cosa con lazos” y EMPALME es “unir por los cabos dos maderas o cuerdas de manera que cada parte sea prolongación de otra”. No haberlo entendido entonces no me importa; entenderlo y practicarlo hoy, me es prioritario.

.                                  (Continuará)

ILUSTRACIONES DEL AUTOR

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