domingo, 1 de diciembre de 2013

"EL REVERENDO Y LA VAGONETA", artículo del notario ÁNGEL AZNÁREZ ("La Nueva España", 17/12/2013)

Tren de lujo de la colección ferroviaria del autor
 El Reverendo Antonino, que así se llamaba el profesor de Gramática del Auseva, tenía unas manoplas que silbaban como trallas antes de llegar a los carrillos, imberbes y rosa, de sus pupilos, que veía como culonas bestias de tiro y de mucho arre, arre que arre. El tal Hermano tenía solo una idea a la que reducía el todo gramatical: siempre sujeto, verbo y predicado. 

 Allí estaban en fila como indios sus discípulos, en lo alto de la ovetense Estación del Vasco (calle Jovellanos), que oían y olían la tubería de escape del autobús urbano, un Pegaso, blanco y azul de Trabanco, que iba de Ceca (Buenavista) a Meca (Colloto), y allí miraban los discípulos las temibles escaleras que bajaban al andén ferroviario; un abismo, una sima y un despeñadero. Ya lo escribió el atómico Demócrito: “La verdad está en el abismo” (vacuum en latín y en buthô en griego). Antonino repitió su trinidad de siempre: sujeto, verbo y predicado. Y añadió: “primero por lo del sujeto, tened en cuenta que si bajando cae uno, caeréis todos, que cada uno es una ficha de dominó; luego, por lo de los verbos, siempre en infinitivo, antes de entrar, deberéis dejar salir; y después por lo de los predicados o complementos, para bajar, siempre iréis por la derecha, y para subir también; jamás por la izquierda”. 

 Aquello, en aquel entonces, me resultó incomprensible –por eso me acuerdo, que sólo recuerdo lo incomprensible, que era casi todo-. Más tarde lo entendí mejor, mucho mejor que el mismo Hermano Marista. Por lo de caer uno y caer todos, jamás pertenecí a mafia alguna --por eso, sólo por eso, firmé miles de escrituras públicas, no millones, no, y de la Caja quiso la Divina Providencia que las justitas, y teniendo, además, en cuenta que, reunidos tres, dos suelen ser tontos de remate. Y a mi padre siempre le agradecerá que no haya tenido la ocurrencia de montar una mafia de padres, hijos y hermanos, que es tontería de la peor, por ser a base de gametos (masculinos y ovulitos), huevos, blastocitos y cigotos, de mucho azar y azarosos. 

"Un trenecito persa"
 Por lo de los verbos, lo de dejar salir antes de entrar, siempre me pareció de delicadeza y consejo para los que más lo necesitan, que suelen ser los adulterados por adulterio. Y por lo de los complementos, lo de siempre a la derecha, me pareció complemento directo o indirecto, nada circunstancial, pues fue propio del duradero nacional-catolicismo, de muchas procesiones y desfiles.


"Lugar adecuado para escuchar a Los Sabandeños o sabañones.
En este preciso momento de la escritura, “se me fue”, se marcho la luz, pues estoy entre nieves, muy cerca de Coladilla, pueblo leonés del mejor yogurt y de cuajados insuperables de ovejas, vacas y hasta de toros, también cerca de Cármenes, más arriba de Villamanín. Por el apagón causado por las nieves, deje de oír a Los Sabandeños, que me daban calorcito canario con su canto, entre Saltona y Seguidilla, que dice así: ¡“”Tengo un canario, tengo un canario, que me trae las noticias de tus agravios, y yo pensando que tus labios eran dos rosas; cual presidiario, un pajarillo alegre picó en tu boca, y tú pensando que mi boca eran dos rosas, dos rosas, lalalá; y un canario volando lleva un letrero que dice: ya no quiero más jaulas, lalalá…””!


"La de los mejores cuajos y cuajados"
 Ya abajo, en los andenes de la Estación del Vasco, miré a la bonita marquesina –hasta ese momento sólo conocía a una marquesa, María Teresa Garralda, marquesa fetén y no su consorte herrero, que vivía entre Santa Susana y Campomanes, por ello vecina mía. A mi compañero de pupitre, Manjarín Quijano José --que llamaba “el mandarín”, no Manjarín, pues era un mandarín como el del flan chino-- le dio por contar el número de ventanas que, por el frente, tenía el mamotreto pasadizo entre las vías; él contó 20 y yo 19. Y justo debajo, en el extremo izquierda, vimos a dos forzudos con mono de azulete, empujando ruedas y giratorios para que la máquina del vapor entrara y saliera de la Estación siempre mirando al frente y no marcha atrás dando la espalda. Aquella maquinaria, negra y zumbona en La Manjoya, estaba en Oviedo mansa como un peluche, cual gatita de solterón. Y la grité ¡Miauu, miauuu!, y me salió un miau de gatazo. 

 Y aquí un inciso por incidente: Ha unos días volví a encontrar en Gijón a un cura bueno, don Álvaro Iglesias Fueyo, que es “basileus” de la Basílica gijonesa del Sagrado Corazón. Me contó cosas curiosas de la Estación del Vasco, pues a ella llegaba –me dijo- desde su joya Manjoya natal. Como las vivencias son de don Álvaro, no mías –díjele-, que a él correspondería contarlas, animándole a ello. Traté de curar al cura bueno de su melancolía por el Oviedín y por los “sanjuaninos”, recordándole lo que escribió un gallego célebre y casi poeta: “¡Cuidado, cuidado, que la abstinencia engendra fantasía!”. Le dije que tranquilo, que tuviera en cuenta que los mejores de Oviedo vivimos en Gijón, y que si un pecador ovetense como yo, vive como dios en Gijón, él, que es un santo, lo suyo, en Gijón, será de Paraíso; y lejos de corradas de obispos, pues en Gijón no hay corradas sino corridas. Además –añadí finalmente- hace días un erudito y poeta local, en noche de Dindurra, se levantó del asiento, y con cara de Jovellanos, proclamó: “Gijón, Ciudad-Flor, la Flor del Peloponeso”.


  Ya tomado el tren y sentado en el interior del vagón o vagoneta, primerizo yo y en la tercera edad él, el vagonazo, por ser la primera vez, por novedad y por asombro, le interrogué con muchas preguntas: Dime -vagoneta mía- ¿descarrilaste alguna vez, saliste de la vía brincando? ¿Piensas hacerlo hoy, que nos tienes que dejar sanos y salvos –con el Antonino haz lo que quieras- en el apeadero de Partealler, al pié de La Magdalena, entre Fuso y Ablaña? Dime -vagoncito mío y amor - ¿Dónde te hicieron, en Irún, en Beasaín o en Getafe, ciudad esta de vendedores de humos y de lenguaje “cheli” que es el habla de Sandoval, el entrenador del Sporting? ¿Tus ruedas, tan redondas y de metal, de un solo eje, las habrá hecho un metalúrgico federado de FEMETAL, habiendo ingresado el IVA como manda dios? ¿Qué te gusta más –carroza mía- la opera seria como algunas, solo algunas del Campoamor, o la opereta “buffa” como la de los de la FADE, que están juntos, revueltos como los huevos, dándose lo que daba tanto Antonino en los carrillos; y todo, todo, en la calle Luis Fernández? (me refiero al pintor y no al oculista, aunque los dos trabajaron mucho el ojo, no siendo precisamente tuertos, ni con ojo de vidrio; siempre los dos ojo avizor).


 – ¡No, no, no me mires así, tosco y con refunfuño, que me recuerdas --carrete mío-- a otro Carrete, aldeano de Turón y futbolista del Oviedo, que, como tú, sus piernas de futbol eran ruedas, ruedas, no piernas! 

"El merengazo"

¿Por qué -carro mío- estás tan desnudo, como Adán y Eva antes de pecar, sin hojas de higuera, sin visillos, sin persianas, sin tangas ni taparrabos de la talla XXL como los de rabones y los rabudos por rabillo? Anda, cuenta y cuenta ¿Por qué no eres azul azulete como el vagón de juguete que está en el escaparate de la agencia “Wagons-Lits Cook”, la que está en la calle Noval, casi esquina a la de Principado? -Tú, tú, es que te pareces –seguí yo- más a los vagones del tren de La Panoya, en Fruela, que circulaba por el escaparate de la derecha (en el de la izquierda sólo había muñecas que miraban ellas), muy cerca del lugar en el que había un Rey Mago o Paje, tieso y de cartón –allí donde hay un rey, hay muchos pajes- con una caja para recoger cartas, que parecía ser de caudales. Hoy, aquel lugar mágico, es la sede de Sogepsa.

--Ya sé que con tantas preguntas estás –carroza mía- hasta los mismísimos topes. Has de comprender que los niños sólo hacemos eso, preguntar y preguntar, y tú me has de responder como responden siempre los mayores, con respuestas incomprensibles y absurdas.


"La genuina, la "vasca" de Collanzo"
Y antes de que empieces a marchar –carro mío- que ya el jefe de la Estación anda con el silbato del tararí y el farol grande --grande como un merengue de la Confitería “Las Dueñas”, en Palacio Valdés y Magdalena, apellidadas las confiteras con dulzura Lamelas-- tengo que hacerte una última pregunta: ¿Por qué no estás parcelado, que diría un gestor de suelos, o por qué no estás dividido horizontalmente en compartimentos de estanquera, que diría un constructor fino? 

 Pues --respondió él cabreado, fue su única respuesta-- porque ni soy vagón del Correo a León, del Expreso a Madrid, ni de esos de pijería que llaman coche-cama, que, cada cama, tiene bacinilla y derecho a cocina; y a eso llaman de lujo. Soy de vía estrecha y vasco, y no quiero cantos, que, para cantante por ser minero, ya tengo uno: Antonio Molina.

 Y el “trenecito” empezó a andar con destino a Collanzo, con parada antes en el apeadero de Partealler, que está después de Fuso, girando en el cruce de vías, naturalmente por minero, a la izquierda. 

                                                                                                                      (Continuará)
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