UN REPASO JOVIAL AL OVIEDÍN DEL ALMA
Oviedo, valle y pozo, poza entre
montañas, con muchos cuestos y vericuetos, es ciudad introvertida, de anatomía femenina (todo hacia
dentro), de olor de alcanfor, y de señoras con faja-tubo. Es ciudad intramuros
de muralla o murete. Los ovetenses son de cogollos, meollos y de muchos bollos
–es normal el actual bollo preñado de los de La
Balesquida , que andan a leches y paraguazos, como los que
hubo en la Plaza
del Paraguas, que fue de leches-.
Gijón, plana y chata, es
ciudad extrovertida, de anatomía masculina
(todo hacia fuera), del olor de oricios, y de señoras con batas estampadas o
espantadas. Es ciudad extramuros, pues el muro de la playa de Lorenzo, santo y
mártir, no es tal ya que tiene “escalerona” y veinticuatro escaleras, la última
más allá de la “Lloca” arrinconada. Y los gijoneses son abiertos y universales,
muy de carro-matos (hasta los helados de Los Valencianos se vendían en esos
artilugios a motor), y muy de la
Reconquista por ser Pelayo
su mascota, lo que no les impide tener una calle principal con nombre de moro, el
moro Munuza.
Aunque
todo lo anterior, prólogo y cortesía,
da para un libro, anuncio que no lo escribiré, pues escribir libros me da mucha
vergüenza, y que conste que no llamo
desvergonzados a todos los que escriben libres; sólo a bastantes. Quedémonos,
por ahora, en Oviedo, que, a Gijón, iremos otro día. Dejo manifiesta mi
condición de natural ovetense -aclaro también, por si acaso, que no por ello soy
de anatomía femenina, pues todo lo tengo también hacia fuera, y no soy precisamente
castrado de narices-, aunque mis hijos son de madre gijonesa, todos de la misma, lo cual tiene mucho de mestizaje
y, por mucho que les explico el porqué son mestizos,
no lo acaban de entender. Confieso, ahora que no me oyen, que yo tampoco lo
entiendo.
"Monstruo mamón de leche sin vaso y no en La Peral (en la Manjoya de Oviedo) |
Además del cerco amurallado, Oviedo tuvo otro cerco, el ferroviario, pues el Oviedín del alma lindó con vías férreas, de vía ancha al norte (RENFE) y de vía estrecha por los demás lados (VASCO y ECONÓMICOS). Para acabar con este cerco, los muy “creativos” tuvieron una idea genial hace años y de mucha pasta: ingeniaron lo que se llamó el “Cinturón verde”, que lo de verde acaso fue para despistar, y alguno se escapó corriendo o a gatas, a calzón quitado en ambas posturas (lo del verde acaso por ser el color de la esperanza). O sea, lo que se entiende por “poner pies en polvorosa” Y es que los trenes, que se inventaron para salir y marchar, encerraron aún más a todo el “Oviedín”. De eso, de trenes, va el presente y los que sigan, de “Ropa tendida”, todos colgados del tendal, libres y no sujetos con pinzas de madera.
Siendo
impúber o niño impúbero, me trasladaron de la calle Campomanes a la del Sacramento, lo cual, visto desde la
distancia, resultó muy acertado. En esa calle, mejor caleya, tuve de vecinos a
canónigos ricos con amas, y otros que fueron “dragones de la clerecía”, como el cura don Gonzalo, besucón,
capellán de Adoratrices -monjas madres, monjas legas y “recogidas” a las que
ponían un mandilón gris y un moño de castaña en lo más alto o copetes-. También
don Gonzalo tuvo beneficio catedralicio, fue natural de Toro, de vinazo gordo y
de Olivares, conde y duque, y con ama legítima: su hermana.
Viví en el entonces número 20 de Sacramento,
un edificio que ahí sigue en pié, y que sigue siendo lo que fue: muy bizco o estrábico,
pues a la izquierda mira a la sacramental calle y a la derecha a Muñoz Degraín.
El piso era alto, el 5º, lo que permitía otear el campo a través, desde los
Catalanes hasta la Sierra
del Aramo. Durante muchos años el tren
del Vasco fue mi despertador; a las 7,40 horas llegaba el primer convoy del
día a Oviedo desde Collanzo, acercándose por La Manjoya y metiéndose en el
túnel de San Lázaro, debajo de la lúgubre Malatería, como por ensalmo.
El
“chu-cu-chu”, los jadeos y soplidos de la máquina a vapor, muy negra, al subir
la pequeña cuesta en dirección al túnel, eran tales que despertaban al
mismísimo Morfeo. A las 7,55 llegaba el segundo tren, éste procedente de
Pravia, aunque menos ruidoso, pues la máquina de vapor era pequeña y galana, pintada
en verde; la máquina del tren de Collanzo era una soprano y la del de Pravia
una bailarina. Me gustaba más la de Collanzo; no obstante fui a Pravia más
veces que a Collanzo. Ahora todos los años y en el mes de noviembre, desde
Moreda, el día de San Martín, después de la tragonería a base de de panchón y fabada, y mientras mis “humanitarios”
amigos -entre ellos los rudos Celsín
González y Manolín, de muchos fuegos, cien- chupan chupitos y chupetones,
subo al tren (en Moreda) y voy a Collanzo, idea y vuelta. Previamente saludo a don Ramiro, amigo allerano, con artilugios,
en la calle Arquitecto Reguera de Oviedo, para encalvados de pelo y con crece-pelos
regeneradores.
"Dama y pollino" |
María subía a
una pollina que llamaba “cuca”, para ir a la calle Rosal, a repartir leche, la que
ataba a un poste, justamente enfrente de la casa en la que vivían los múltiples
Santullano, casi en la esquina de Santa Susana. Un tío de ellos, Gabriel, mucho
mayor, fue compañero mío (Jurídico del
Aire). La asnal era pequeña y movía sus patas traseras con mucho estilo y
seducción –no me consta, no obstante, preñez alguna-.
" Máquina a vapor de Talleres Alegría" (Gijón) |
Y ya, junto a
la vía, en dirección a La
Manjoya , girando dos veces a la derecha y siguiendo la vía del tren, me
acerqué a la casería “La Peral ”,
que aún existe, muy ruinosa, y que se ve saliendo de Oviedo en dirección al
Caleyu. Por cuesta y empinados, de la vía subí a saludar, en La Peral , a Luz, la casera e
inquilina, que tenía un marido de mucho genio, el cual, donde antes tuvo una pierna, portaba un conglomerado de madera, correas
y hebillas sujetadoras. Eso se resume en tres palabras, que las podrán
escribir los lectores, no el autor. Doña Luz, lechera, de mucho rojo en el
rostro y potente de carrilleras, me dio un vaso de leche; me enseñó la vacada,
con un macho astado y muchas hembras de potentes ubres; y me llevó a la pomarada, en la que sólo había perales.
Continuará
LAS FOTOS HAN SIDO CEDIDAS POR EL AUTOR
Me llamo María Luisa y siempre viví en la calle Sacramento. Traté mucho a su madre a la que llamabamos Amoritos. Me gustan las cosas que escribe de Oviedo y también las fotos porque son muy originales y me gustaria saber donde va por ellas. El numero 20 de la calle Sacramento yo creo que esta equivocado, porque es cerca de mi casa, mucho mas abajo y no al lado de Muñoz Degrain como usted dice. Le vi un par de veces paseando por quñi pero no me atrevi a decirle nada, aunque me apetecía. Saludos
ResponderEliminarÁngel Aznárez a María Luisa:
EliminarMe acaban de pasar su comentario.
Como merece una respuesta en toda regla y sentida, y ahora estoy trabajando muy ocupado, la prometo que esta tarde, despúes de almozar y de la siesta, la conestaré.
Será un artículo en forma de carta.
¡Hasta luego!