jueves, 23 de mayo de 2013

JOSÉ AVELINO MORO, EL BABLE Y EL PUEBLO DE ASTURIAS


Llevo, si no me equivoco, más de 15 días sin escribir una línea. ¿Razones? Unas cuantas: falta de tiempo –la que más suena a disculpa-, nada que decir –la de más verosimilitud-, un viaje de fin de semana –totalmente cierta-, una cierta vagancia –igualmente cierta-. Para no dejar desasistido el blog que, pese a su humildad tiene seguidores -que han de ser amigos por aquello de la benevolencia con la que me tratan-, he ido publicando artículos anteriores y también me  he servido de lo que otros escriben o fotografían con acierto.
Voy a retomar hoy el contacto con mis lectores -¡Jesús que bien suena, hace que me sienta hasta importante!-, aún sin que me asista ninguna idea o circunstancia de relevancia. Y lo hago más que nada, por ver si engrasando un poco mis neuronas  y soy capaz a escribir cosa que tenga algún interés.
Interés, y mucho, tiene para mí que un grupo de amigos de mi padre estén preparando para hacerle un homenaje. Sé positivamente que si él viviera –ya han pasado 35 años desde su fallecimiento- se negaría rotundamente a que tal cosa sucediese. Pero yo, que siempre fui una hija un poco  rebelde, le llevaré la contraria una vez más y  lo permitiré. Aún reconociendo que me siento muy abrumada e incluso avergonzada de que lo que yo considero mi vida privada vaya a hacerse pública. De él aprendí que las cosas que se hacen, bien por trabajo, bien por devoción, no son extraordinarias, forman parte de la normalidad. Lo anormal es no hacerlas, pudiendo. Moro -mi padre- amaba su trabajo, y tenía muy claro lo que le  interesaba, incluso aunque no estuviese de moda, incluso pese  a las críticas que en el momento padeció. Recuerdo que escribía en bable en prensa (en “El Comercio”), y algunos “sabios” tildaban  ese trabajo de “aldeanismo”. Pero en realidad no hacía más que recoger aquello que se hablaba en la calle, en las aldeas, daba fe de las expresiones del pueblo, del que siempre estuvo cerca. Por encima de los cargos –que nunca tuvo, ni a ellos aspiró- le interesaban las personas, sus problemas, sus vivencias… Y eso fue lo único que hizo: dar testimonio de la vida de los ciudadanos de a pie; que somos, por otra parte, casi todos. Pero no quiso quedarse anclado en su presente, sino que ahondó en un pasado, bastante reciente entonces, pero que la modernidad y el progreso iban soterrando en el olvido. Por eso recorrió las aldeas de Asturias recogiendo utensilios que quedaban en desuso pero que eran nuestra Historia (con mayúscula). Importante son las catedrales, los monumentos, los edificios históricos y tantas cosas de enjundia que constituyen nuestro patrimonio cultural. Pero somos hijos del campo, vivimos de lo que se produce en las aldeas, del trabajo de gentes humildes a las  que no podemos olvidar. De eso se ocupó mi padre. Pero el tema no cotizó nunca en las altas instancias culturales. A Moro eso no le importaba, porque no perseguía nada diferente a rescatar algo que las élites preferían enterrar por, lo dicho, por considerarlo “aldeanismo”. Tuvo la gran suerte de que Luis Adaro, entonces al frente de la Feria Internacional de Muestras, un buen día decidiera dedicar un espacio para que se creara un museo etnográfico, el hoy Muséu del Pueblo de Asturias. Allí depositó muchas, muchísimas, piezas de todo tipo, testigos de nuestro pasado. Lo que pasó después…, prefiero ignorarlo. Únicamente añado que actualmente el museo está fantástico y lamento que se hayan perdido tantas cosas, en manos de sus actuales gestores sería un buen patrimonio. No es mi intención remover el pasado, porque de nada serviría, pero lo que cuento es perfectamente comprobable tirando de hemeroteca. Que, por cierto, ahora no tengo muy claro dónde se puede consultar.
Y ya no sigo, podría hacerlo, los recuerdos que han removido quienes preparan el homenaje se me reconcentran en mi mente y podría estar escribiendo hasta mañana. Tranquilo todo el mundo, no lo haré. Pero a medida que este proyecto siga adelante –y parece que va- os mantendré informados. Aunque no sea más que por liberarme de ese miedo escénico –o como se le quiera llamar- que tengo desde que me lo comunicaron. 

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