Las últimas entradas que vengo haciendo al blog son
un tanto negativas, probablemente porque estoy contagiada por el ambiente que
me rodea, o porque mi estado de ánimo
decae con los años y con los achaques
que llevan implícitos. No quisiera caer en ese negativismo en el que se enfundan muchas personas mayores,
probablemente porque la vejez es fea e incómoda, eso lo reconozco.
Decía en el comentario que hice hace unos días, que
empezaba a comprender el mal humor de mi madre,
la queja casi permanente en la que ha convertido su vida. Por eso hoy voy a escribir de todo lo
contrario, de que en la vejez también se
puede ser feliz. Lo hago porque esta semana –en la que me he sentido muy mayor-
he tenido la suerte de conversar con un par de amigos jubilados que disfrutan
de una jubilación de júbilo. Y además en pareja –con esposa, quiero decir-, que
eso es más complicado. Mis dos amigos,
que pertenecen a familias diferentes, aseguran que ahora están haciendo todo lo que no
pudieron hacer ni en la juventud ni en
la madurez. Ambos ocuparon puestos muy relevantes en su época laboral, han sido
ejecutivos de primera línea. De los de verdad, de esos que son los primeros en
pisar la empresa y los últimos en abandonarla.
Hombres de éxito. Los dos me comentaban que en plena vorágine laboral
apenas se les veía en casa, para dormir y poco más. Sus respectivas mujeres
tampoco anduvieron muy a la zaga en lo tocante a trabajo, el cuidado y la
educación de los hijos estuvo a su cargo. Pero hoy, ya jubilados, disfrutan de la vida
plenamente y me aseguran que son felices. La pregunta que les hice es, ¿cómo te
las arreglas para ser feliz, no te pesan los años? Y la respuesta a la segunda parte de la misma fue contundente por parte de ambos: No, no me
pesan los años. Para la primera parte tuvieron una cascada de respuestas. Dicen que son felices porque sienten la
satisfacción de haber cumplido con su trabajo, de haber educado a sus hijos, y porque ahora están cumpliendo pequeños
sueños, que pasan por una vida tranquila, por el disfrute de las pequeñas cosas
que antes no podían permitirse. A saber,
algo tan simple como poder desayunar tranquilamente sin prisas con su
mujer, leer el periódico detenidamente, salir a comprar el pan, tomar el
vermouth con los amigos, acudir a una tertulia, a una conferencia, ir al cine o
al teatro en pareja, viajar con la parroquia, el Inserso o cualquier asociación
cultural… y así sucesivamente. Todo ello compartido con su pareja. A ellos sí
que les funcionó muy bien lo de envejecer juntos. Y yo, que los conozco a los
dos, puedo decir que se cumple eso de que detrás de un hombre que triunfa
siempre hay una mujer inteligente. Ellas
lo son, porque han sabido apoyar a sus maridos y ahora me consta que se apoyan
mutuamente para envejecer. Esto, que cuando eres joven te pasa desapercibido,
adquiere gran dimensión en la recta final.
"LAS CHICAS DE ORO" |
Ahora cabe preguntarse a cuento de qué viene esta
entrada en el blog, que muchos tildarán de texto de andar por casa. Lo es. Soy
consciente de ello, pero dejo los tratados filosóficos para las mentes
“privilegiadas” que puedan escribirlos. Para bien o para mal, la vejez y sus
historias son patrimonio de todos, como lo es la felicidad y la infelicidad. Y una cosa y la
otra, se rigen por leyes muy simples, muy sencillas, que no necesitan grandes tratamientos. Un poco de sentido
común, un gran respeto a la libertad – a la propia y a la ajena-, y un mucho de inteligencia, nos permitirán vivir una vejez feliz. Estoy
convencida que aquellas personas –sean hombre o mujer- que se empeñan en no
buscar la felicidad en la recta final, que no tienen inconveniente en amargar a quienes tienen al lado, no
merecen la pena. No importa el grado de parentesco que nos una a ellas,
someterse a esa tiranía no demuestra más que nuestra cobardía y no están, como
piensan, cumpliendo con su deber. El ser
humano debe de perseguir la felicidad y transmitirla. Nada es más triste que
una persona amargada, máxime cuando llega la vejez. Señores/as, si están
ustedes a las puertas de la vejez intenten vivirla con felicidad, como hacen
los dos amigos que dieron lugar a este comentario.
No puedo estar más de acuerdo.
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