Esto es más raro que un torero, vestido de tal, montera incluida, con bigote y barba, jugando al golf.
(Del autor mismo)
La viudedad o viudez es un estado o “status”, que los juristas califican de civil, como para distinguirlo del militar, en el que algunas/os, en ese estado, pueden quedar “en estado”; por ello, el Código Civil, previsor y sabihondo, regula en nueve artículos “De las precauciones que deben adoptarse cuando la viuda queda encinta”, incluso cuando sea rica (artículo 964). La viudez o viudedad puede ser también un estado psicológico, un sentimiento de melancolía, que, al recordar a quien se fue, recuerda más, mucho más, a las “queridas” y queridos que quedan. Y puede ser un sentimiento de excitación o zozobra, que, bien por la caída de una hoja de árbol en el otoño, bien por bicentenario de la defuntez ¡zas!, una necrológica para el periódico con ruego de publicación; género, el necrológico, al que son aficionados, por igual, clérigos, laicos y mixtos o ambiguos o epicenos, por no saber, ni ellos, lo que son.
Escrito lo anterior con tan buenas y serias intenciones, el escritor continúa, y se interroga: “Vamos a ver, don Angel, ¿si el Prócer Jovellanos fue un soltero solterón, a qué viene lo de las viudas?” Y don Angel, reflexivo, se responde: “Buena pregunta, don Angel; sea tranquilo, que la contestaré poco a poco, a ritmo de cantata, de OSPA (¡Hostí, que viene la OSPA), o de Bolero de Raquel (quiso escribir Ravel, monsieur Maurice); por ahora, siga, siga”. Y sigo: De haber nacido en Gijón y no en Oviedo, hubiese preguntado al poco de haber nacido, con mucha precocidad: “¿quién es Jovellanos?”. Por haber nacido en Oviedo, a mi querida comadrona, Rosarito, la de la calle Sacramento y esposa de músico que tocaba el violín en la orquestina del Café Suizo (Plaza del Riego), pregunté, rodeado de chupos, tetillas y peleles de dos piezas, una de cuerpo y otra de braguita:“ ¿Qué coño es esto?”
Fue al gran profesor, Catedrático de Historia del Derecho, don Ignacio de la Concha, al que oí disertar por primera vez sobre don Gaspar Melchor, el Prócer. En el bachillerato de Los Maristas, de Santa Susana (Oviedo), sólo se hablaba del Beato Marcelino -creo que de apellido Champagnate-, ahora Santo, por “subidón” en el escalafón. En el Monasterio de Santo Tomás, en Ávila, ante el sepulcro del Infante don Juan, el hijo de los Reyes Católicos, don Ignacio de la Concha, con desgarro y drama de Zorba el griego, afirmó: “En este sepulcro del Príncipe Juan, que murió de amor, Jovellanos lloró”. Los allí reunidos pusimos caras de penas y descaros de risa. Con don Ignacio, del que tanto aprendí, el trajín de lloros, tumbas y sepulcros era continuo. Nada más despedirnos del Prior dominico de Santo Tomás, subimos a la furgoneta-microbús para ir, veloces, al Cementerio de Salamanca y depositar unas flores junto al nicho de don Miguel (Unamuno), y otra vez a llorar.
Aquellas sentidas palabras ante el sepulcro, pintadas en mi cabeza como un tatuaje de corazones, fueron trascendentales: 1º.- Porque lo de “morir de amor”, oído en edad tierna y propensa a fantasías románticas, era atractivo y tentador –pronto, por imperativo de experiencia, pasaría al pragmatismo del “a vivir que son dos días”-. 2º.- Porque por esa “extraña” forma de morir, se acabó con los reyes nativos, llegando los pelirrojos Austrias, luego los no menos pelirrojos Borbones (los revolucionarios franceses, con los Borbones, fueron muy delicados, pues sólo cortaron la cabeza a un par, habiendo cientos). 3º:- Porque, al regreso de Ávila, no obstante vivir en Oviedo, leí y releí al Prócer (Jovellanos). Lo último leído, hace unos días, fue el tomo IX “Escritos asturianos” de las Obras Completas del Prócer, edición del Instituto Feijoo y el Ayuntamiento de Gijón (2005).
He de añadir, con rapidez, a modo de paraguas o teja de cura viejo para protegerme de los dardos, en especial de los pedreros, que, por interesarme el Prócer, soy patrono de la Fundación Foro Jovellanos, con conferencia pronunciada hace años, a sala llena y con presentación de don José Antonio Hevia Corte, amigo ahora y gran empresario siempre. Debo ser un patrono un tanto dandy o “dandí”, ya que no escucho cantatas ni misereres, y que, por estar escaso de ocios, elijo mucho a los conferenciantes, leyendo con gusto las publicaciones de la Fundación. Mi interés está más en el Jovellanos del siglo XVIII o de la Edad Moderna que en el Jovellanos del siglo XIX o de la Edad Contemporánea. Indiscutible patriota, hombre de pensamiento de su tiempo, de excelencia ética y con límites en lo político por falta de olfato del Poder.
·
¡Qué interesantes son las cartas de Jovellanos a Lord Holland! que, en aquel tiempo, por ser inglés, enemigo de los franceses, no dejó de apremiar a nuestro Ilustrado para que se convocasen Cortes de una vez (parecido a lo de la Merkel de ahora). Poco antes de Cádiz, preclaro representante de Asturias en la Junta Suprema Gubernativa del Reino, y en Cádiz ni se le esperó y de lo de Cádiz ni se entero. Normal, dada su edad. Esto lo discutí con frecuencia con don Ignacio de la Concha; la última vez en los años noventa, en una comida en su casa de la Calle Uria de Oviedo (con vistas a la calle de Toreno), con terceros en la disputa: la recordada Julia, su esposa, y don Joaquín Ruiz-Jiménez, que vino de Madrid para asistir a mi boda.
Con mucho gusto debatiría lo de Cádiz y el Prócer, con una condición: textos o grafías del polígrafo encima de la mesa como pistolas de duelo; de blá-blá-blá, nada. No me gustan los que hacen de lo de Jovellanos una religión laica con carreritas o fuegos de artificio, ni me agrada Jovellanos como un pope, papa o papisa, con ritos, devocionarios y procesiones, y mira que las procesiones me gustan; y hasta tal punto que, cuando estoy en Sevilla, hago siempre tres cosas principales. Primera: rezar en La Giralda, entrando por la Puerta de los Palos. Segunda: comer “japuta” en vinagres y con perejil en “El Patio”. Tercera: ir al acreditado comercio “Triana Cofrade”, en Triana, para estar al día en las últimas novedades en túnicas de nazarenos, equipos de costaleros, escudos bordados y enseres cofradieros -así se anuncia en el rótulo del local con letras grandes- próximo al recordatorio en pared de Doña Antoñita Colomé, trianera ilustre.
Y algo importante: con tanto y por doquier jovellanismo, bastantes ya empezamos padecer de empacho, por mucho mondongos y compangos, que ni el bicarbonato alivia. Es normal que a un personaje tan principal se le celebre, pero hacerlo sin medida es anormal, y siempre debiendo tenerse en cuenta que, a última hora, hasta los pícaros se pueden apuntar. Y algo más importante: la “nobilitas” y la “gravitas” (de gravitas-gravitatis), virtudes y de elegancia clásica o romana, son delicadas y frágiles, que requieren pequeñas dosis, pues si se “pasa” con ellas, pueden degenerar en sus opuestos, que son lo chirle, lo litri y lo de los pollitos lilas. Con esto ocurre lo que con los huevos, que está muy ricos en su punto y son mortales, si están pasados, por salmonela.
Y algo importantísimo: Las inteligencias, que son puñeteras, puede “dar” a la imaginación, y ésta, desatada, dejar en las mentes una imagen fija, que se quisiera doctoral o de hombres de discurso, resultando al fin y a los “postres”, una representación de viudas o viudos, con mantillas, altas peinetas y con movimiento de brazos a arriba y abajo, accionados por aparatitos de cuerda, con el par, el de las castañuelas, repicando como campanas. Y, por un exceso de risa, podemos terminar llorando y cantando, a ritmo de Gato Montés, el “acabose”.
¡Jo, qué belenes!
Tentado estoy -las tentaciones me apabullan- en este escrito de cosas muy serias y de cosas muy de broma, y casi juntas, de concluir con un episodio divertido de novela de picardías y de picaresca, protagonizado por el pícaro Pablitos y un poeta (Pablitos, hijo de don Clemente Pablo, sastre de barbas o barbero, y de doña Aldonza de San Pedro, que era “mancebita”, pues la metían bastos y salían oros). Pero no, lo concluyo con un cuento de don Ramón Gómez de la Serna. “Érase una vez –escribió Gómez de la Serna- que estaba yo sentado en el Café y, de pronto, apareció el otro Ramón, don Ramón María Valle Inclán, el cual, al verme, me saludó a gritos, con los brazos en alto a lo taurino:¡Así, así me gusta, que los hombres leídos tienen que estar sentados!”. Que así sea, Dios lo quiera y amén.
(Del autor mismo)
La viudedad o viudez es un estado o “status”, que los juristas califican de civil, como para distinguirlo del militar, en el que algunas/os, en ese estado, pueden quedar “en estado”; por ello, el Código Civil, previsor y sabihondo, regula en nueve artículos “De las precauciones que deben adoptarse cuando la viuda queda encinta”, incluso cuando sea rica (artículo 964). La viudez o viudedad puede ser también un estado psicológico, un sentimiento de melancolía, que, al recordar a quien se fue, recuerda más, mucho más, a las “queridas” y queridos que quedan. Y puede ser un sentimiento de excitación o zozobra, que, bien por la caída de una hoja de árbol en el otoño, bien por bicentenario de la defuntez ¡zas!, una necrológica para el periódico con ruego de publicación; género, el necrológico, al que son aficionados, por igual, clérigos, laicos y mixtos o ambiguos o epicenos, por no saber, ni ellos, lo que son.
Escrito lo anterior con tan buenas y serias intenciones, el escritor continúa, y se interroga: “Vamos a ver, don Angel, ¿si el Prócer Jovellanos fue un soltero solterón, a qué viene lo de las viudas?” Y don Angel, reflexivo, se responde: “Buena pregunta, don Angel; sea tranquilo, que la contestaré poco a poco, a ritmo de cantata, de OSPA (¡Hostí, que viene la OSPA), o de Bolero de Raquel (quiso escribir Ravel, monsieur Maurice); por ahora, siga, siga”. Y sigo: De haber nacido en Gijón y no en Oviedo, hubiese preguntado al poco de haber nacido, con mucha precocidad: “¿quién es Jovellanos?”. Por haber nacido en Oviedo, a mi querida comadrona, Rosarito, la de la calle Sacramento y esposa de músico que tocaba el violín en la orquestina del Café Suizo (Plaza del Riego), pregunté, rodeado de chupos, tetillas y peleles de dos piezas, una de cuerpo y otra de braguita:“ ¿Qué coño es esto?”
Fue al gran profesor, Catedrático de Historia del Derecho, don Ignacio de la Concha, al que oí disertar por primera vez sobre don Gaspar Melchor, el Prócer. En el bachillerato de Los Maristas, de Santa Susana (Oviedo), sólo se hablaba del Beato Marcelino -creo que de apellido Champagnate-, ahora Santo, por “subidón” en el escalafón. En el Monasterio de Santo Tomás, en Ávila, ante el sepulcro del Infante don Juan, el hijo de los Reyes Católicos, don Ignacio de la Concha, con desgarro y drama de Zorba el griego, afirmó: “En este sepulcro del Príncipe Juan, que murió de amor, Jovellanos lloró”. Los allí reunidos pusimos caras de penas y descaros de risa. Con don Ignacio, del que tanto aprendí, el trajín de lloros, tumbas y sepulcros era continuo. Nada más despedirnos del Prior dominico de Santo Tomás, subimos a la furgoneta-microbús para ir, veloces, al Cementerio de Salamanca y depositar unas flores junto al nicho de don Miguel (Unamuno), y otra vez a llorar.
Aquellas sentidas palabras ante el sepulcro, pintadas en mi cabeza como un tatuaje de corazones, fueron trascendentales: 1º.- Porque lo de “morir de amor”, oído en edad tierna y propensa a fantasías románticas, era atractivo y tentador –pronto, por imperativo de experiencia, pasaría al pragmatismo del “a vivir que son dos días”-. 2º.- Porque por esa “extraña” forma de morir, se acabó con los reyes nativos, llegando los pelirrojos Austrias, luego los no menos pelirrojos Borbones (los revolucionarios franceses, con los Borbones, fueron muy delicados, pues sólo cortaron la cabeza a un par, habiendo cientos). 3º:- Porque, al regreso de Ávila, no obstante vivir en Oviedo, leí y releí al Prócer (Jovellanos). Lo último leído, hace unos días, fue el tomo IX “Escritos asturianos” de las Obras Completas del Prócer, edición del Instituto Feijoo y el Ayuntamiento de Gijón (2005).
He de añadir, con rapidez, a modo de paraguas o teja de cura viejo para protegerme de los dardos, en especial de los pedreros, que, por interesarme el Prócer, soy patrono de la Fundación Foro Jovellanos, con conferencia pronunciada hace años, a sala llena y con presentación de don José Antonio Hevia Corte, amigo ahora y gran empresario siempre. Debo ser un patrono un tanto dandy o “dandí”, ya que no escucho cantatas ni misereres, y que, por estar escaso de ocios, elijo mucho a los conferenciantes, leyendo con gusto las publicaciones de la Fundación. Mi interés está más en el Jovellanos del siglo XVIII o de la Edad Moderna que en el Jovellanos del siglo XIX o de la Edad Contemporánea. Indiscutible patriota, hombre de pensamiento de su tiempo, de excelencia ética y con límites en lo político por falta de olfato del Poder.
·
¡Qué interesantes son las cartas de Jovellanos a Lord Holland! que, en aquel tiempo, por ser inglés, enemigo de los franceses, no dejó de apremiar a nuestro Ilustrado para que se convocasen Cortes de una vez (parecido a lo de la Merkel de ahora). Poco antes de Cádiz, preclaro representante de Asturias en la Junta Suprema Gubernativa del Reino, y en Cádiz ni se le esperó y de lo de Cádiz ni se entero. Normal, dada su edad. Esto lo discutí con frecuencia con don Ignacio de la Concha; la última vez en los años noventa, en una comida en su casa de la Calle Uria de Oviedo (con vistas a la calle de Toreno), con terceros en la disputa: la recordada Julia, su esposa, y don Joaquín Ruiz-Jiménez, que vino de Madrid para asistir a mi boda.
Con mucho gusto debatiría lo de Cádiz y el Prócer, con una condición: textos o grafías del polígrafo encima de la mesa como pistolas de duelo; de blá-blá-blá, nada. No me gustan los que hacen de lo de Jovellanos una religión laica con carreritas o fuegos de artificio, ni me agrada Jovellanos como un pope, papa o papisa, con ritos, devocionarios y procesiones, y mira que las procesiones me gustan; y hasta tal punto que, cuando estoy en Sevilla, hago siempre tres cosas principales. Primera: rezar en La Giralda, entrando por la Puerta de los Palos. Segunda: comer “japuta” en vinagres y con perejil en “El Patio”. Tercera: ir al acreditado comercio “Triana Cofrade”, en Triana, para estar al día en las últimas novedades en túnicas de nazarenos, equipos de costaleros, escudos bordados y enseres cofradieros -así se anuncia en el rótulo del local con letras grandes- próximo al recordatorio en pared de Doña Antoñita Colomé, trianera ilustre.
Y algo importante: con tanto y por doquier jovellanismo, bastantes ya empezamos padecer de empacho, por mucho mondongos y compangos, que ni el bicarbonato alivia. Es normal que a un personaje tan principal se le celebre, pero hacerlo sin medida es anormal, y siempre debiendo tenerse en cuenta que, a última hora, hasta los pícaros se pueden apuntar. Y algo más importante: la “nobilitas” y la “gravitas” (de gravitas-gravitatis), virtudes y de elegancia clásica o romana, son delicadas y frágiles, que requieren pequeñas dosis, pues si se “pasa” con ellas, pueden degenerar en sus opuestos, que son lo chirle, lo litri y lo de los pollitos lilas. Con esto ocurre lo que con los huevos, que está muy ricos en su punto y son mortales, si están pasados, por salmonela.
Y algo importantísimo: Las inteligencias, que son puñeteras, puede “dar” a la imaginación, y ésta, desatada, dejar en las mentes una imagen fija, que se quisiera doctoral o de hombres de discurso, resultando al fin y a los “postres”, una representación de viudas o viudos, con mantillas, altas peinetas y con movimiento de brazos a arriba y abajo, accionados por aparatitos de cuerda, con el par, el de las castañuelas, repicando como campanas. Y, por un exceso de risa, podemos terminar llorando y cantando, a ritmo de Gato Montés, el “acabose”.
¡Jo, qué belenes!
Tentado estoy -las tentaciones me apabullan- en este escrito de cosas muy serias y de cosas muy de broma, y casi juntas, de concluir con un episodio divertido de novela de picardías y de picaresca, protagonizado por el pícaro Pablitos y un poeta (Pablitos, hijo de don Clemente Pablo, sastre de barbas o barbero, y de doña Aldonza de San Pedro, que era “mancebita”, pues la metían bastos y salían oros). Pero no, lo concluyo con un cuento de don Ramón Gómez de la Serna. “Érase una vez –escribió Gómez de la Serna- que estaba yo sentado en el Café y, de pronto, apareció el otro Ramón, don Ramón María Valle Inclán, el cual, al verme, me saludó a gritos, con los brazos en alto a lo taurino:¡Así, así me gusta, que los hombres leídos tienen que estar sentados!”. Que así sea, Dios lo quiera y amén.
(Ilustaciones del autor. Artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA, 4/12/2011)
Sentados tendrán que estar algunos para asimilar este artículo. Debe de ser el primero que se publica que no sea exclusivamente para ensalzar al prócer. Hoy pone el periódico que el bicentenario no pasó de Asturias, que prácticamente nadie fuera de nuestra comunidad se acordó de Jovellanos. Unos por mucho y otros porque no llegan...
ResponderEliminarLa verdad es que yo también empiezo a estar un poco harta de Jovellanos o del uso-abuso que se hace de su persona. Una de las cosas que me gusta más de él es su tenacidad y su capacidad de luchar sin rendirse, en eso me recuerda a mi padre José Benito Álvarez-Buylla, ¡Qué poco modesta soy! Por cierto escribes maravillosamente, es un placer leerte
ResponderEliminarA "anónima":Por tu apellido, sé también tu nombre. Hemos coincidido en persona muy poco, sin embargo, te he pensado bastante en la distancia. Mi impresión es magnífica. Muchas gracias por tu texto, que fue mi pre-texto. Besos y con ganas de verte.
ResponderEliminarLa anónima se llama Virginia, que ya sé había el autor descubierto. Pertenece a una saga de hombres ilustres, trabajadores, tenaces..., que han destacado por su trabajo, por su buen hacer, y ella sigue su estela. Merece la pena conocerla.
ResponderEliminarPues aunque le cueste creerlo a don Angel estoy seguro que si sale a la calle y pregunta quien era Jovellanos casi nadie sabrá contestarle. Hablaron mucho de Jovellanos, pero los que ya sabían de Jovellanos. Los que no, se quedaron como estaban. Tiene guasa este don Angel.
ResponderEliminarPEPE, que no es viudo porque nunca estuvo casado con Jovellanos.
Estimado Pepe:Le aseguro que jamás preguntaré en la calle quién fue Jovellanos por razón de prudencia. Piense que haga la pregunta y resulte que es el mismísimo Jovellanos,o uno que se cree el tal,o una de sus viudas o viudos, que tantos y tantas hay ¡Menudo cisco o mosqueo, don José! No, no me de peligrosas ideas. Su última frase, la que empieza con PEPE, me parece tan imaginativa como la viudedad misma, que da para mucho: casadas que se sienten viudas, viudos que se creen casados, solteras que se imaginan viudas, etc. etc, y como capítulo aparte están las viudas y viudos del Prócer. Pepe, a reirse y darle a la guasa
ResponderEliminar¿Y de les castañuelas qué? Nunca tal cosa vi. El ilustre con castañuela. Eso si que es raro, casi tanto como lo de las viudas. Y que siga el cachondeo.
ResponderEliminarUN AMiGO que quiere ser invisible
Al amigo invisible: ¿y lo del torero jugando al golf? Jamás vi a un torero con bigote y barba, y jamás, con traje de luces, jugando al golf. Eso si que es raro. Otra cosa muy rara: ser invisible. Cervantes cuenta las aventura de un licenciado, que no era invisible del todo, casi, "vidriera" le llamó,de mucho cachondeo.
ResponderEliminarSaludos y recuerdos a mi AMIGO.
1.-Del autor a Alvarez-Buylla: en mi Crónica, número XXV de la calle Campomanes de Oviedo,"sale" un Alvarez-Buylla de Gijón para mí importante (la Crónica la puedes encontrar aquí o en la página Webb de "La Hora de Asturia".
ResponderEliminar2.- Del autor a su amigo invisible: las castañuelas, querido amigo,que me regaló una gitana sevillana, no son para el Prócer, no, no, sino para sus muchas viudas o viudos.
Os dejo, que hoy trabajo; que la fiesta no es de las "de guardar", y lo mío es exprimir el Código Civil o el "dale que te pego", que está, el pobre, ya como una uva pasa.Buen día.
Lo de las castañuelas para viudos y viudas no me parece nada desacertado. Conozco muchas que enterrado el paisano empiezan a vivir, así que las castañuelas les vienen muy bien. Por supuesto y a algunos viudos también les vendrían bien. Pero no creo que el artículo vaya en esa dirección. Soy seguidora del blog y de los artículos de ese notario que lo mismo habla del Papa que de Jovellanos, es un personaje curioso que hay que reconocer sabe lo que se trae entre manos y escribe muy bien.
ResponderEliminarJuani
Gracias Juani por tu comentario, que me recordó algo importante:Mi "sastra",que tenía en Oviedo el taller (Plaza de Trascorrales y que me hizo el primer pantalón largo, de tergal y con rayas, en la última prueba, se me quedó mirando viendo aquello y me dijo: "ahora, Angelito, que vas a ser paisano, nunca olvides que, a partir de ahora, si importante es saber lo que se trae entre manos, más importante es saber lo que se lleva entre piernas"¡Cuántas veces me acordé de aquella sastra tan querida!
ResponderEliminarOs comunico mi deseo de leeros, yo en silencio, pues el "autor" está diciendo demasiado; sólo volveré en caso de incendio y con manguera de bombero. Buena semana.