Hasta que en la oficina me pusieron un ordenador, mi dedicación era ser un chupatintas; ahora, con el ordenador, sigo siendo un chupatintas, aunque sin qué chupar. Soy en nómina un administrativo o burócrata, que tramito partes de accidentes de tráfico. Nada más os debo indicar por temor a represalias. O sea, que lo mismo puedo ser de la policía municipal que de la nacional, que de eso que llaman una correduría, que es el colmo de la lentitud, que es en lo único que me pudiera parecer al poeta Kafka.
Estoy de buen ver, aunque tengo el mismo problema de tantos y de alguna tanta: estoy seco por arriba, ya con la copa pelada, como algunos árboles pelados. Como soy de genio, ese es mi carácter o destino, no estoy dispuesto, de ninguna manera, a colocarme un cascote, un postizo o una mata de pelos engomados de sabe Dios quién ni ir a una tienda de ortopedia capilar. No, no quiero que me insulten, llamándome, además de calvo, pájaro disecado, o icono bizantino al revés.
Hace días, como todos los años por estas fechas, lejos de aquí, celebramos unos poetas malditos –los divinos suelen ir al Cielo-, más con florituras y jeribeques que con palabras, la caída de la hoja, que, al ser marrones las hojas caídas, son muy propicias para escribir de oros y de platas, palabras muy poéticas, que tanto gustan. En la primavera, lo que celebramos, también poéticamente, son los capullos, unos con ganas de abrirse y enseñar la flor, y otros herméticos, muy herméticos, como herméticas son a veces ellas.
Pero esta vez, hace días, ocurrió algo excepcional. Cerca de nuestro lugar de celebración o “junta poética”, tuvo lugar lo que anuncia el cartel que se puede ver. Os preguntareis dónde ocurrió tal evento o animalada, pero no os lo puedo decir, esta vez, por mi propia seguridad e integridad, o mejor, por lo que queda de esta última. Si escribo que en un lugar de Vasconia, muchos vascos, los menos brutos de los vascos, o sea, algunos, algunos, podrían protestar. Si escribo que no fue en Extremadura, los extremeños pudieran pensar que doy por hecho que son igual de brutos que los otros, los vascos. Y si os fijáis bien en el cerdito o “cerdazo” con detenimiento, caeréis en la cuenta que no es gallego, pues los cerdos gallegos tienen las orejas más grandes y los morros, la “cachucha”, más rechoncha y respingona, pues para los antiguos celtas, gallegos, la oreja y el morro son lo más importante del cerdo, aunque hagan de ellas caldo o polvos.
La semana que viene os seguiré contando, que ahora voy a ver belenes navideños, si alguno quedare.
Nota: la bloguera no entiende nada, o más bien poco. Me ha enviado este texto -y foto- un tal Virgilio no sé qué. La verdad es que yo no conozco a ningún Virgilio, a no ser el poeta. Así que estoy ¿? Pero como una de mis carreras es la de criminóloga (no es broma, por la Facultad de Derecho de Oviedo), pues le voy a seguir la pista al tal Virgilio. Y cuando lo "atrape" ya veré lo que hago con él. Lo mismo puede ser un genio que un... Ya veremos, con el tiempo y mis dotes investigadoras seguro que cae. Y prometo deciros de quién se trata. ¿O es que ha caído ya? Creo que tengo la pista. Seguiré informando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario