martes, 20 de diciembre de 2011

OLVIDAR A LOS ESCRITORES DEL PASADO NO TIENE PERDÓN


La colección de cuadernillos literarios en tirada limitada y edición no venal «Letras de ayer» ha alcanzado su cuarta entrega, dedicada, como las anteriores, al rescate y divulgación de obra olvidada de escritores asturianos, o relacionados con la región, de tiempos pasados. «Letras de ayer» se fundó en 2008, posee periodicidad anual (se publica todos los diciembres) y está al cuidado de los filólogos Aurora Sánchez y José L. Campal.

Los cuadernillos tienen formato octavo, constan de 16 páginas, reproducen los textos de los autores facsimilarmente (y, por consiguiente, sin introducir ni la más leve modificación a cómo en su momento fueron concebidos y publicados) e incluyen una breve nota biobibliográfica que sitúa al literato en su contexto.

Hasta la fecha, la colección ha editado los siguientes números:



1) Cinco poemas, de Enriqueta González Rubín (2008).

2) Nueve poemas de 1908, de Andrés González Blanco (2009).

3) Ramillete lírico, de Margarita Blanca (2010).

4) Dintel astur, de Alfredo Alonso (2011).


En el primer número de la colección «Letras de ayer», consagrado a la escritora riosellana Enriqueta González Rubín, se reprodujo, entre otros, el poema titulado «Plegaria»:

¡Señor, Señor! de tu encumbrado asiento

sobre mí caer deja tu mirada,

que triste, melancólica, angustiada,

te dirige mi amante pensamiento.


¡Dios de mi corazón! tu faz airada

no vuelvas, al mirar tu criatura;

aunque barro, Señor, somos tu hechura;

por eso yo te llamo confiada.


Excelso Jehová, presta paciencia

y calma al corazón que triste gime:

esa virtud, que santa nos redime,

dame, pues, esa, de los santos ciencia.


Y al imitar la senda que en el mundo

con tus divinos pasos nos trazaste,

hollando espinas, cual, mi Dios, hollaste,

domine el mal, salido del profundo.


Pues si al fin del camino de mi vida

mi espíritu hasta vos radiante sube,

y envuelta en alba rutilante nube,

pura llega mi alma bendecida;


al mundo entonces desde aquella altura

echaré una mirada de desprecio,

compadeciendo al pobre mortal necio

que se afana por leve desventura.

En el número 2, que protagoniza Andrés González Blanco, miembro de una fecunda estirpe de creadores, se incluyeron textos como «Horas de ausencia», escrito en Madrid el 15 de diciembre de 1907 y que vio la luz en el diario ovetense El Carbayón. Dice así:

I

Yo entré en la vida lleno de singular denuedo,

pero la vida pronto calmó mi intemperancia...

Por más que lo suscite ahora ya no puedo

evocar el encanto de esa añeja fragancia...


Pero sé que, al salir de mi primera infancia,

sentía hacia las cosas cierto solemne miedo,

y andaba por el mundo con paso suave y quedo

como si en todo hubiera santidad y prestancia...


Sentía hacia los seres venerando respeto

y miraba con ojos de candor a las cosas

y ahogaba mis ímpetus cual se ahoga un secreto.


Ahora, mancillados todos mis ideales

aún recuerdo nostálgico esos tiempos pascuales

en que me imaginaba caminar sobre rosas.

II

Las teclas amarillas de un piano,

sonando en el silencio vespertino,

han mostrado a mi mente que en lo humano

hay siempre unos vislumbres de divino.


Sufro por estar solo y tan lejano

de alguien que separó de mí el destino,

¿dónde hallar el espíritu, mi hermano,

que anulará mi tedio libertino?


Y así, oyendo aquel lírico instrumento,

dormido al arrullar del compás lento,

sentía en mi interior cosas sin nombre...


Y mi alma decía: este piano

sonando en una tarde de verano,

casi me reconcilia con el hombre...

Para la tercera entrega, centrada en la figura de Margarita Blanca, una desconocida poetisa afincada en Soto del Barco cuya producción acogieron los periódicos asturianos de principios del siglo XX, se recopiló una serie de composiciones; he aquí la titulada «Las últimas flores»:

Mustia del valle está la verde alfombra;

y, escueto de su vívido follaje,

el árbol no proyecta fresca sombra,

ni canta el ruiseñor entre el ramaje.


Ni cual cinta de plata tersa borda

blando tapiz la cristalina fuente;

que de su cauce salta y se desborda

en turbia catarata, su corriente.


Ya las flores que daban su perfume

a los favonios del templado estío,

aleve troncha y sin piedad consume

del crudo otoño el aquilón bravío.


Gala y ornato del ameno prado

su capullo era ayer, lindo y pomposo,

y hoy por el suelo, seco y agostado

rueda a merced del viento revoltoso.


Así, del alma la ilusión primera

en delicioso ensueño concebida,

un momento subsiste y... pasajera,

queda como la flor, desvanecida.

El número más reciente de la colección le ha correspondido al aclamado poeta gijonés de principios del siglo XX Alfredo Alonso, esmerado cultivador tanto de la literatura en lengua vernácula como en idioma castellano. De entre las piezas exhumadas para la ocasión, seleccionamos el soneto «Religión universal», aparecido en el rotativo gijonés El Avance:

La noche es del amor templo grandioso

con sus músicas, himnos y rumores,

sus lámparas de tenues resplandores

y su imperio de sombras majestuoso.


A su influjo sagrado y misterioso

aduerme la materia sus rigores

y el espíritu reza sus amores

con la fe del creyente venturoso.


Salve noche estival, templo bendito

que al alma de los tuyos prestas vuelos

para hendir la región del infinito;


los que el lema de amor de sus anhelos

con letras de diamantes, ven escrito

en la página inmensa de los cielos.

El altruista empeño que persigue «Letras de ayer» es tan sencillo como intentar que los literatos que nos precedieron en el tiempo dejen de ser una oscura referencia en los recuentos académicos y puedan ser valorados y apreciados como se merecen por parte de los lectores contemporáneos, sus verdaderos y únicos albaceas

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