La colección de cuadernillos literarios en tirada limitada y edición no venal «Letras de ayer» ha alcanzado su cuarta entrega, dedicada, como las anteriores, al rescate y divulgación de obra olvidada de escritores asturianos, o relacionados con la región, de tiempos pasados. «Letras de ayer» se fundó en 2008, posee periodicidad anual (se publica todos los diciembres) y está al cuidado de los filólogos Aurora Sánchez y José L. Campal.
Hasta la fecha, la colección ha editado los siguientes números:
2) Nueve poemas de 1908, de Andrés González Blanco (2009).
4) Dintel astur, de Alfredo Alonso (2011).
En el primer número de la colección «Letras de ayer», consagrado a la escritora riosellana Enriqueta González Rubín, se reprodujo, entre otros, el poema titulado «Plegaria»:
¡Señor, Señor! de tu encumbrado asiento
sobre mí caer deja tu mirada,
te dirige mi amante pensamiento.
¡Dios de mi corazón! tu faz airada
no vuelvas, al mirar tu criatura;
aunque barro, Señor, somos tu hechura;
por eso yo te llamo confiada.
Excelso Jehová, presta paciencia
y calma al corazón que triste gime:
esa virtud, que santa nos redime,
dame, pues, esa, de los santos ciencia.
Y al imitar la senda que en el mundo
con tus divinos pasos nos trazaste,
hollando espinas, cual, mi Dios, hollaste,
domine el mal, salido del profundo.
Pues si al fin del camino de mi vida
mi espíritu hasta vos radiante sube,
y envuelta en alba rutilante nube,
pura llega mi alma bendecida;
al mundo entonces desde aquella altura
echaré una mirada de desprecio,
compadeciendo al pobre mortal necio
que se afana por leve desventura.
En el número 2, que protagoniza Andrés González Blanco, miembro de una fecunda estirpe de creadores, se incluyeron textos como «Horas de ausencia», escrito en Madrid el 15 de diciembre de 1907 y que vio la luz en el diario ovetense El Carbayón. Dice así:
I
Yo entré en la vida lleno de singular denuedo,
pero la vida pronto calmó mi intemperancia...
Por más que lo suscite ahora ya no puedo
evocar el encanto de esa añeja fragancia...
Pero sé que, al salir de mi primera infancia,
sentía hacia las cosas cierto solemne miedo,
y andaba por el mundo con paso suave y quedo
como si en todo hubiera santidad y prestancia...
Sentía hacia los seres venerando respeto
y miraba con ojos de candor a las cosas
y ahogaba mis ímpetus cual se ahoga un secreto.
Ahora, mancillados todos mis ideales
aún recuerdo nostálgico esos tiempos pascuales
en que me imaginaba caminar sobre rosas.
II
Las teclas amarillas de un piano,
sonando en el silencio vespertino,
han mostrado a mi mente que en lo humano
hay siempre unos vislumbres de divino.
Sufro por estar solo y tan lejano
de alguien que separó de mí el destino,
¿dónde hallar el espíritu, mi hermano,
que anulará mi tedio libertino?
Y así, oyendo aquel lírico instrumento,
dormido al arrullar del compás lento,
sentía en mi interior cosas sin nombre...
Y mi alma decía: este piano
sonando en una tarde de verano,
casi me reconcilia con el hombre...
Para la tercera entrega, centrada en la figura de Margarita Blanca, una desconocida poetisa afincada en Soto del Barco cuya producción acogieron los periódicos asturianos de principios del siglo XX, se recopiló una serie de composiciones; he aquí la titulada «Las últimas flores»:
Mustia del valle está la verde alfombra;
y, escueto de su vívido follaje,
el árbol no proyecta fresca sombra,
ni canta el ruiseñor entre el ramaje.
Ni cual cinta de plata tersa borda
blando tapiz la cristalina fuente;
que de su cauce salta y se desborda
en turbia catarata, su corriente.
Ya las flores que daban su perfume
a los favonios del templado estío,
aleve troncha y sin piedad consume
del crudo otoño el aquilón bravío.
Gala y ornato del ameno prado
su capullo era ayer, lindo y pomposo,
y hoy por el suelo, seco y agostado
rueda a merced del viento revoltoso.
Así, del alma la ilusión primera
en delicioso ensueño concebida,
un momento subsiste y... pasajera,
queda como la flor, desvanecida.
El número más reciente de la colección le ha correspondido al aclamado poeta gijonés de principios del siglo XX Alfredo Alonso, esmerado cultivador tanto de la literatura en lengua vernácula como en idioma castellano. De entre las piezas exhumadas para la ocasión, seleccionamos el soneto «Religión universal», aparecido en el rotativo gijonés El Avance:
La noche es del amor templo grandioso
con sus músicas, himnos y rumores,
sus lámparas de tenues resplandores
y su imperio de sombras majestuoso.
A su influjo sagrado y misterioso
aduerme la materia sus rigores
y el espíritu reza sus amores
con la fe del creyente venturoso.
Salve noche estival, templo bendito
que al alma de los tuyos prestas vuelos
para hendir la región del infinito;
los que el lema de amor de sus anhelos
con letras de diamantes, ven escrito
en la página inmensa de los cielos.
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