El Papa es, por un lado, un hombre totalmente impotente. Por otro lado, tiene una gran responsabilidad.
Benedicto XVI a Peter Seewald.
"Foto realizada por el autor en Audiencia General (septiembre de 2011) y "cabecita" de Paoletto Gabriele" |
Renunciar a la continuidad en el
ejercicio de cargos u oficios, sean principales o accesorios, es un derecho
subjetivo o del sujeto-persona. A nadie se le puede obligar a permanecer “in
office”, incluso a los que tanto “pelearon” por el “office” o “in officium”.
Por ello, en los códigos, con repetición, aparecen las renuncias, y en un código
tan civilizado como es el Código de Derecho canónico (que no civil), hay muchas
referencias a ellas, y prevista la del
Papa (canon 332).
La renuncia de un Papa tal vez
sea la más importante de las renuncias posibles, casi inimaginable, que apenas la
recuerdan los siglos. Es enorme y
grandiosa, de la misma enormidad o grandiosidad que el mismo “officium”
de Papa, que es el Primero entre los Apóstoles como Pedro, la cabeza del
Colegio de Obispos y el Obispo de la Iglesia
Romana , el Vicario de Cristo y el Pastor de la Iglesia universal en la
tierra. A ello ha de unirse la potestad suprema, plena, inmediata y universal
en la Iglesia. El Papa, en sí, un icono.
Que el Derecho, comprensivo y humano, admita las renuncias (de lo que
sea), no significa que en ellas no vea un cierto fracaso o una impotencia, lo
cual le gusta menos, y ante lo cual adopta determinadas prevenciones. El mismo
Código de Derecho canónico, para que la renuncia del Romano Pontífice sea
válida, exige que sea libre, o sea,
que no haya coacción, y que se manifieste
formalmente, o sea, que la libre voluntad (interior) quede nítida y patente
a todos (se exteriorice adecuadamente), que eso es la función de lo formal.
Incidentalmente, me lamentaré, una vez más, de que los ignorantes piensan que las formas son cosas o escrúpulos de los de
manguitos y puñetas, de mucho rigor –son los mismos que a sus falsedades
documentales y delictivas llaman “errores formales”-.
Lo reitero: toda renuncia es un fracaso,
también la de un Papa; es una ruptura
en lo que se configuró como de más duración; es un algo que se corta e
interrumpe. Y da lo mismo que sea por causas naturales o por causas artificiales
o humanas; bien porque el cuerpo (incluido el cerebro) ya no pueda más, bien
porque no se puede conseguir lo que se pretende, no le dejan o surgen miedos
infernales por amenazas. Las razones para renunciar pueden ser varias, aunque
siempre se procura que sean cara al
exterior o al patio teatral de butacas “políticamente correctas”; es decir,
que lo que hay que esconder siga escondido, y la culpa la tengan las llamadas
“razones personales” o el colesterol alto. Un
renunciante siempre quiere “liberarse” y mal se liberará si señala a los
delincuentes con el dedo –eso lo sabe muy bien-. Y mucho cuidado, que la renuncia
puede ser un acto de poder, de mucho
poder, acaso el más vengativo, como el suicidio mismo (permítaseme la
arriesgada comparación).
El deterioro por ancianidad de mi bendito Benedicto se manifestó de
manera alarmante, en lo que se refiere a su aparato motor que es el afectado, a partir del viaje al Reino Unido
en septiembre de 2010 (eso lo destacamos en el artículo “El viaje al Reino
Unido de la Gran Bretaña ”
(La Nueva España
3 de octubre de 2010), y desde entonces la “cosa” ha ido a más y peor, con la
única prisa de la vejez: el fin. Y surge la gran pregunta: ¿La salud es la
determinante de la enorme y grandiosa renuncia? Pudiera serlo y pudiera no
serlo. El anuncio del Papa: “por falta de fuerzas” es muy razonable y
comprensible, acaso exacto también, pero ¿qué tipo de fuerzas faltan, las
físicas o las otras o todas? Surgen
dudas dentro de la verdad. Traigo a la memoria otra artículo:”El Papa,
soberano absoluto y mártir” publicado el 24 de junio de 2012.
A mí es que Benedicto XVI, incluso en aquellos tiempos que se le denominaba
“el rottweiller de Dios”, me dio siempre mucha pena, tanta como Juan Pablo I,
tan efímero. Una personalidad, la de Benedicto XVI, fascinante por su sentido del humor -tan escaso en profesionales de
lo simbólico, sean clérigos, toreros o militares-, y fascinante por su atrevimiento, a veces sorprendente, que llegué a
denominarlo “trapecista” y no equilibrista en el artículo publicado el 5 de
agosto de 2012 “Trapecistas (o teólogos) y equilibristas(o canonistas): ”que da
unos saltos (Benedicto) o hace en lo más alto unas piruetas de asustar”,
escribí. Su renuncia también es eso, propio de trapecista, una gran pirueta.
Acaso sea el Papa más trapecista de la Edad Contemporánea (los otros
fueron equilibristas).
Hace horas, más que días, escribí “Lo financiero y lo cristiano” (3 de
febrero de 2013), y en referencia al desgraciado
Banco o Banco de las desgracias, el IOR, el llamado “Banco de Dios”, que
recibe a sus clientes con la amabilidad del “Carus expectatus venisti”, dejé dicho: “es de mucho peligro,
incluso para la física y el físico de los papas. Tener las finanzas
escandalosas tan cerca, al Papa, a su magisterio pontificio, quita “autoridad”
a borbotones”. A eso, se me respondió, inmediatamente, por terceros
interpuestos: “Es prioritario para el Papa y está buscando a…”. No me extraña
que Benedicto no haya podido soportar la presión. Se dijo (Paolo Romeo,
cardenal de Palermo) que moriría en noviembre; pues no, aguantó unos meses más,
aunque pocos. Ahora empezaremos a oír pamplinas, mentiras, comentarios por
tertulianos “todólogos” o expertos que creen saberlo todo y que nada saben. De
lo importante y verdadero se hablará poco, muy poco.
La misma persona que escribió la frase que encabeza este artículo,
Benedicto XVI en “Luz del Mundo” (editorial Herder 2010, página 19), es la que,
en cuanto Sumo Pontífice, según el artículo 1º de la Constitución , “es el
soberano del Estado de la
Ciudad del Vaticano, con plenitud de poderes, el legislativo,
ejecutivo y judicial”. ¿Es posible coordinar los dos textos tan
contradictorios? ¿Se puede ser
totalmente importante y tener gran responsabilidad? Benedicto XVI no
aguantó más sobrevivir en la contradicción absoluta, que es más que un
desorden, para él insoportable. Pudiera ser que la contradicción sea “salvada”
por la renuncia misma, también –se reitera- acto de poder. La importancia de lo
renunciado da medida y explicación del “poder” que supone.
Leyendo la Historia del Derecho Público del Bajo Imperio
romano, se puede saber, con facilidad, las múltiples funciones de las
curias, y para qué sirven. La actual Curia vaticana es el relicario completo de
aquellas curias que, en su función de vigilancia imperial, estuvieron dispuestas
a todo (siempre razones de “Estado” que
son siempre razones de “establo”). Es sólo cuestión de leer, ver y comparar.
Y la Curia también acabó con Benedicto, y no
sólo la Curia. Y
a partir de ahora veremos abrazados a Tarsicio Bertone, camarlengo, y a Angelo
Sodano, decano del Sacro Colegio Cardenalicio, con abrazos de Paz, preparándose
para la Guerra. Y
Amén.
Atroz...
ResponderEliminarOtra guerra, una más de las diarias y las extraordinarias. Menos mal que llevan esos capisayos que todo lo tapan y al común de los mortales-ignorantes nos engañan y les regalamos nuestras bobaliconas sonrisas.
ResponderEliminarTranquilos, que pronto habrá fumata blanca aunque sea un pestazo.