La
vida siempre me está sorprendiendo. Me empuja hacia adelante sin permitirme un
descanso y, a la vez, me devuelve al
pasado, a recuerdos que ya tenía olvidados. Que no por sepultados han dejado de influirme. Ese avanzar y retroceder continuo, esa manera
peculiar que tienen mis neuronas de no quedarse quietas ni un momento, hace que esté en permanente
evolución, que con frecuencia yo misma me sorprenda de la manera que tiene mi
cabeza de procesar –y hacer suya- cuanta información le llega. Por suerte,
siempre –o casi siempre-estoy descubriendo cosas nuevas. Y así mantengo viva la curiosidad, esa avidez por aprender que tienen los jóvenes; sin serlo yo,
por supuesto. Con frecuencia he pensado que moriría joven, es claro que no ha
sido así. Los años me caen encima cuan losa pesada. Así lo dicen mis achaques y
algunas arrugas -esas de menos importancia-, pero aquí sigo. Supongo que por
suerte, aunque de esto no estoy muy segura: el misterio me atrae casi tanto como la
vida. Pero no es ese el tema del que quiero escribir. Tal vez otro día lo haga.
Decía
al principio, que mi pasado siempre vuelve. Me explico.
En
la década de los setenta tenía una gran
amistad con un pintor excelente, aunque como suele suceder con los buenos ha sido escasamente
valorado, tendrán que pasar años para que
lo rescaten del olvido. Estoy hablando de Urbano Cortina, que falleció
el mismo día que le notificaban la prejubilación. Que él estaba esperando para
poder pintar mucho más, decía. No
tuvo suerte, pese a ello dejó mucha obra, y muy buena. Era Urbano un hombre
tímido que valoraba escasamente lo que hacía, le faltaba seguridad en sí mismo.
Fuimos amigos y en nuestras conversaciones me hacía algunas confesiones que,
debido a su timidez, nunca contaba a otras personas. Admiraba a los pintores
flamencos y decidió un buen día coger su utilitario y viajar –con medios
económicos muy escasos- a Holanda, para conocer a los flamencos que tanto admiraba. Pasó un mes de museo en museo. Y al
regresar me confesó que dormía en el coche, se lavaba en las fuentes, o donde
podía, y se alimentaba de bocadillos. Pero volvió triste. Y lo más preocupante: dejó de pintar. Nadie
supo en aquél momento qué le pasaba a Urbano, por qué abandonaba esa
afición que había convertido su
vida en un ir y venir del trabajo al
estudio y del estudio al trabajo. Así estuvo durante seis meses: sin
coger un pincel. Y a punto, según me confesó, de destruir todo lo pintado. Afortunadamente
un día volvió al estudio y reanudó de
nuevo la actividad artística. Mucho tiempo después, en una de nuestras
conversaciones, me dijo que después de ver la obra de Los maestros –y cito textual-, Lo
que yo hago es una mierda, añadiendo que nunca podría hacerlo como ellos.
No cuento el resto de nuestra charla porque es fácil imaginársela.
Poco
después, se murió
de cáncer. Perdí un amigo, pero me dejó una enseñanza, o muchas. No sé
si tenía razón al pensar que era inútil perseguir la perfección de los clásicos –a
quien no copiaba, por cierto-, pero nunca pensé que el hecho de que otros lo
hubiesen hecho mejor podía ser impedimento para seguir buscando esa perfección
tan deseada como inexistente. Esto
último lo descubrí con el paso del tiempo. Ahora soy incapaz de dar algo por concluido y
quedar satisfecha con ello. Cuanto más leo –una de mis aficiones preferidas-
más me doy cuenta de lo poquito que sé, de la imposibilidad de crecer en la
medida que desearía. Ni que decir tiene lo que me sucede cuando intento
comprender un avance de la ciencia –tema que también me fascina-. Sin ir más
lejos, hoy he recibido en mi móvil el latido del corazón de Inés, que nacerá en
diciembre. Una vida que crece dentro de
otra vida, ¡qué gran misterio! Me siento tan poquita cosa… Supongo que esta
sensación era la misma que trataba de explicarme Urbano cuando yo intentaba,
con más voluntad que acierto, convencerlo de que no debía de desanimarse por no alcanzar esa perfección que él veía en otros. Hecho de menos a Urbano,
estoy segura que si viviese podríamos mantener fructíferas conversaciones. Pero ya no
está. Aunque sí en mi recuerdo. Si es que eso significa algo.
He intentado localizar en la Red algún cuadro o foto de Urbano para ilustrar el texto y, por raro que parezca, no encontré nada. Sí una página a la que os remito: http://urbanocortina.com/entrada3.html
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