miércoles, 10 de agosto de 2011

NADA DEBE DE SER MÁS TRISTE QUE ENVEJECER AL LADO DE LA PERSONA CON LA QUE NO COMPARTES NADA

Por la foto se diría que no se quieren ni ver. Pocas cosas puede que sean más tristes que envejecer al lado de una persona con la que lo único que se comparte es el techo. Cambio el tiempo verbal: lo único que se ha compartido. La vejez, por mucho que nos empeñemos en adornarla con eufemismos no es hermosa, al menos físicamente. Luego están las enfermedades, los achaques…, y un largo etcétera de penurias que acompañan el paso de los años. No obstante, hay viejos y viejos. No todo el mundo se enfrenta de igual manera a este derrumbe que es esta etapa de la vida. Mari, una de mis vecinas siempre dice que de viejo uno es igual que ha sido de joven. No estoy muy segura que esto sea totalmente cierto, ni tampoco falso. La verdad es que he conocido hombres y mujeres siempre a contrapelo, independiente de su edad. Es más, si de joven eran insoportables de viejos lo eran mucho más. Personas que con el paso de los años se han vuelto feas, arrugadas, con un rictus de amargura que invita a tenerlos lejos. Por el contrario, conozco otros viejos que pese a estar encorvados, llenos de arrugas, más llenos aún de dificultades siempre mantienen una sonrisa cautivadora, tienen una fuerza especial que atrae, la que te invita a preguntarles como están, y siempre te responden lo mismo: bueno, vamos tirando…bien, bastante bien. Pese a que caminen con tremendas dificultades, pese a que posiblemente alguien tire por su silla de ruedas, pese… a todo. Son esas personas que han sabido envejecer, que han entendido el sentido de la vida –o si no lo han entendido por lo menos se lo intentan dar, que ya es mucho-. Mi abuela que era un mujer alegre, comunicadora, se diría que hasta feliz –si es que la felicidad existe-, mientras se recupera de una trombosis que le dejó medio cuerpo inválido y disminuyó mucho su movilidad, con lo que eso significa, siempre me decía: Nena péiname curiosita no dejes que parezca un adefesio, que de joven hay que arreglarse para agradar y de viejos para no desagradar. Creo que no lo olvidaré nunca. Por eso cuando me topo con imágenes como la foto siento pena por esas personas que no se han preparado para envejecer con alegría –o al menos sin dejar que la amargura presida su vida-, por quienes están dispuestos a vivir a contrapelo, haciendo que los que le rodean participen de –lo dicho- su eterna amargura. Por el contrario, cuando encuentro dos viejecitos que aún son capaces a salir juntos a la calle muy agarraditos –probablemente para no caerse- pero charlando animadamente, parándose cada poco –manera de descansar, ciertamente- para comentar esto o aquello, pienso que no todo esta perdido para el ser humano, que hay personas como mi abuela que se murió sacándole partido a su último aliento de vida. Yo quisiera parecerme a ella y para eso me entreno cada día, para que quienes estén cerca de mi no tengan que verme una cara tan amargada como la pareja de la foto. Pobrecitos.

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