El notario recuperó el concepto de gratuidad de Benedicto XVI para poner en entredicho el actual modelo económico
Ángel
Aznárez, a su llegada al centro cultural Muralla Romana.
Foto:Juan plaza |
Miriam SUÁREZ «La codicia, fuera
de cierto límite, puede ser una enfermedad mental, y lo digo con todo el
respeto». Así de rotundo se mostró ayer el notario Ángel Aznárez en una
conferencia que asoció la crisis del sistema económico y político a «un
trastorno» derivado del «pensamiento único ultraliberal». Se trata, en
definitiva, de «la patología del mercado y el mercado y nada más que el
mercado», aclaró.
Con su conferencia «De la economía de la codicia a la gratuidad», Aznárez
puso en evidencia los males de la sociedad actual contraponiendo conceptos
antagónicos. El afán excesivo de riquezas de quienes «nos han llevado a esta
situación» frente al principio de gratuidad que el Papa Benedicto XVI reivindicó
en su Encíclica «Cáritas in veritate». «Esos que han tenido un ataque de codicia
y nos han llevado a esta situación, siguen ahí. Quién nos dice que no van a
volver a las andadas», advirtió.
Según Ángel Aznárez, «la política ha sido un títere al servicio del
dinero. El dinero ha podido con todo. Y aquellos que antes decían que no se
debía intervenir en el mercado ahora piden al Estado que intervenga, y rápido».
Pero, en su opinión, «no podemos aceptar que la economía haya dejado de ser una
ciencia social para convertirse en una ciencia exacta», porque, al final, «el
sistema democrático se viene abajo», sentenció.
Y, ante una situación tan crítica como la que vive España desde 2008,
Aznárez pone en valor la doctrina social de la Iglesia católica. Más allá de sus
propias convicciones religiosas, el notario y articulista de LA NUEVA ESPAÑA
considera de interés recuperar las reflexiones que hizo al respecto Benedicto
XVI, partiendo de que «la naturaleza de Dios es el amor» y «la esencia de la
Iglesia la caridad».
No hay una crítica directa al capitalismo en las tres encíclicas del
anterior pontífice. Pero sí se introduce el concepto de gratuidad en el análisis
económico y político, vinculado al «amor entre hermanos». «Vuelve a plantear el
concepto de fraternidad, que fue la hermana pobre de la Revolución Francesa. No
es un tema de moralidad. Hay que incorporar a nuestra economía los actos
gratuitos», expuso Aznárez, que colabora con diversas organizaciones no
gubernamentales y ha sido presidente de Unicef-Asturias.
Pero abogar por la colaboración entre conciudadanos frente a la
competencia encarnizada que ha marcado las relaciones sociales y productivas
durante las últimas décadas no es exclusivo del pensamiento vaticano. Aznárez
incluso encuentra en los textos de Charles Darwin, padre de la teoría de la
evolución por selección natural, «una especial atención al otro, al señalar que
el altruismo y la simpatía son la parte más noble del ser humano».
En su conferencia, que abrió el nuevo ciclo de actividades del Ateneo
Jovellanos -con sede ahora en el centro cultural Muralla Romana de Cimadevilla-
no faltaron referencias críticas a la actualidad asturiana, desde «el debate por
los sueldos de los diputados asturianos» a la situación de las cajas de ahorros:
«Mi absoluto desacuerdo con lo que ha pasado».
A LO PUBLICADO EN "LA NUEVA ESPAÑA" AÑADIMOS UN RESUMEN DE LA CONFERENCIA
Codicia,
codicia!! Ese fue el grito denunciador de la causa de la crisis financiera que
estalló en el otoño de 2008, cuyos efectos aún sufren millones de ciudadanos
españoles. ¡¡Codicia, codicia!! dijeron ilustres banqueros y cajeros españoles,
que ahora, cinco años después, parecen haberse olvidado de aquella
autoinculpación por codicia. Desde finales del siglo XX y principios del XXI,
imperó lo que el personaje principal de la película Wall Sreet proclamó: “La codicia es buena, funciona; aclara,
penetra y capta la esencia del pensamiento evolutivo”.
Y la codicia
es el deseo exagerado, sin límites, de cosas (dinero) a costa sobre todo de los
demá¡¡s, los otros. Las religiones monoteistas predican que es un pecado, que viola
el Mandamiento del “no codiciarás”; el cristianismo es muy beligerante contra
el afán codicioso y avaricioso, considerándolo “pecado capital” o cabeza de
otros pecados, siendo su virtud opuesta la generosidad. También se ve en la codicia
una causa de delinquir, pues el afán exagerado de tener conlleva el robo y el
hurto –casos de robos en la actual crisis ha habido muchos-. Y la codicia puede
ser una enfermedad o trastorno mental, esto es, que ciertas “maneras” codiciosas
son perturbaciones de la mente, cuya curación podría precisar tomar pastillas o
tumbarse en el sofá para psicoanalizarse. De la enfermedad, los grandes
codiciosos no son conscientes, prueba de ello es que hasta presumen y se
pavonean como pavitos; exhiben sus oros, creyéndose objeto de deseo, siendo unos
indeseables.
Y una pregunta
inquietante: ¿qué racionalidad -tan pregonada en los comportamientos económicos
en los mercados y en el mercadeo - puede haber allí donde lo que hay es mucho
trastorno y trastornado? Si la codicia, tal como se ha repetido, ha gobernado
la economía en pasadas décadas y causa del actual desastre, surge otra pregunta:
¿ si los codiciosos financieros de ayer, siguen mandando hoy (que ahí siguen en
sus despachos), cómo nos van a sacar de las crisis? Fue la codicia de los
agentes económicos, de los financieros, la causante de tanta ruina económica,
social. Los políticos se olvidaron de los ciudadanos y, cual histriones, se pusieron
al servicio de los poderes económicos. De ahí que la actual crisis sea también
política, pues ya sabemos quienes nos gobernaron, no precisamente los que
votamos en las elecciones, que resultaron ser, también, muy devotos del becerro
de oro. El dinero se apropió de la política (el debate sobre retribuciones y
sueldos de los políticos no es una anécdota, sino una categoría).
El llamado
“pensamiento único” que nos rigió (el anarco liberalismo de la apoteosis del
mercado y del mercadeo, de la economía sin la política, del olvidarse de los
problemas del medioambiente, del beneficio económico sin limites, de la
colonización o el parasitismo del Estado y de las Administraciones publicas por
“los del dinero” (corrupción), nos llevó
al actual estado de pobreza; al paro que alcanza cotas como las de Alemania de
los años treinta, con desesperación de muchos jóvenes parados, que preguntan a
sus padres si ellos (los jóvenes) cometieron delito por haber nacido. En el
estado de malestar estamos, con consumos preocupantes de psicotrópicos y de “calmantes”,
y pagando impuestos para tapar los agujeros de las instituciones financieras. ¡En
qué se convirtieron los Montes de Piedad, que nacieron para frenar la usura, que
recuerda Benedicto XVI en su Encíclica.
De las
propuestas más radicales contra la codicia, destaca la Encíclica de Benedicto
XVI Caritas in veritate (2009). Una
Encíclica que se integra en lo que se llama la “Doctrina social de la Iglesia”
y cuyo fundamento teológico está en su primera Encíclica, la Deus caritas est. (2005). El Papa, en Caritas in veritate, introduce en su análisis del sistema económico (el sistema capitalista,
que ni ataca y no nombra), lo que llama la “Economía del don o de la gratuidad”.
Es interesante tener en cuenta los muchos actos que cotidianamente se realizan
de carácter gratuito; que son “dones” a los demás, y que no sólo son expresión
de un asistencialismo caritativo, de una vivencia religiosa, de una moralidad,
sino también constitutivos de toda una economía, la economía de la gratuidad, que complementa a
la otra, la de los intercambios mercantiles. Reducir el hombre al homo economicus, impulsado únicamente
por el interés y el afán de lucro, es una aberración (es verdad que a Benedicto
XVI se le escuchó poco, en parte por los escándalos financieros de su Banco, el
IOR).
A los que
pudiera parecer utópico el planteamiento papal de la gratuidad, habrá que
recordarles el ensayo del antropólogo Marcel Mauss con su Ensayo sobre el don, publicado a principios de los años veinte del
siglo pasado. De las tres formas de intercambio entre los hombres, una es el
trueque, otra la venta, y la tercera es el don o regalo sin contraprestación,
manera simbólica de cohesión social, y muy ambigua, pues, por no tener precio,
es inestimable. Muchas respuestas y contradictorias se han dado en la Filosofía y en la Antropología a la
pregunta sobre el lugar que ocupa en el ser humano el interés, el desinterés, el
altruismo y la generosidad. En la Antropología cristiana está muy claro: la
gratuidad, por proceder del amor de dios, la ágapé
o caritas es central.
Debemos
destacar las muchas iniciativas en el ámbito de la sociedad civil que responden
al principio de gratuidad, hoy esenciales para remediar los daños de la codicia
de algunos, muy importantes. Las de muchas personas que cotidianamente hacen
actos gratuitos, en el ámbito familiar y extrafamiliar, en la empresa y fuera
de la empresa; las de muchas personas, que incluso se “empobrecen” para
beneficiar a otros por medio de donaciones. Donaciones de dinero, de bienes, de
alimentos, incluso de sí mismos (donaciones de órganos humanos para trasplantes,
de tejidos, de sangre, de preembriones). También hay gratuidad en la
participación ciudadana en entidades sin ánimo de lucro de ayuda a los demás,
unas confesionales como Caritas y otras no confesionales; y también hay
gratuidad en variadas formas de voluntariado e iniciativas de economía ética y
cooperativa. Todo eso también mueve mucho dinero y tiene su economía, la
llamada Economía del don.
(El Papa
Francisco, en su homilía del viernes, 20 de septiembre, la dedicó al “Poder del
dinero” y mencionó la avidità).
Pues entonces estamos en manos de enfermos mentales... ¡qué alegría!
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