Y todos tan tranquilos. Los
señores que reclaman y hablan de paz son los mismos que venden las armas para
la guerra. Las Naciones Unidas consultan con unos países y con otros para ver
la conveniencia -o no- de intervenir. La televisión nos muestra pequeños
agonizando por no se qué gas, utilizado también por no se sabe quién. Tres
mil menores huyen y atraviesan la frontera sin familia. Y en los campamentos
los pequeños sonríen a las cámaras para que nosotros, desde nuestro sofá
podamos verlos. Afortunadamente son eso, niños y niñas, que en muchos casos ni
tan siquiera conscientes de sus
carencias y que, además, son capaces de jugar entre las tiendas de campaña en las que viven rodeados de
miseria. Y todo porque han nacido en Siria, en ese lugar maldito en el que los
adultos se matan entre sí y hacia el que
ahora el mundo mira más bien con indiferencia. O, en todo caso, dedicándole ese
minuto televisivo de la tragedia de los informativos. Así somos los seres
humanos. ¿He dicho humanos?
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