Virginia Álvarez-Buylla Como casi
todo el mundo, me he pasado la vida corriendo, estresada y sintiéndome
desgraciada con frecuencia. Hasta que un día me propuse ser más feliz. Para ello
tenía que disfrutar de momentos puntuales, de la compañía de mi familia, del
cuidado de mis nietos, de una charla con amigos, de un libro, de una película.
Tenía que alejarme de esas personas que dicen ser amigas pero te producen dolor
y no te aportan nada. Así que poco a poco conseguí una especie de tranquilidad,
una especie de paz interior que creí que iba a durar eternamente. Pero he te aquí
que las cosas se torcieron y cada día me cuesta más cumplir mis propósitos.
Este balcón, que era un remanso, ha dejado de serlo porque estoy llena de rabia y de furia.
Estoy furiosa porque oigo a todas horas aseveraciones que son mentira. Diatribas inútiles que no llegan a nada. Empecemos por la sanidad. La sanidad pública española es una de las mejores del mundo e incluso ahora, con los recortes económicos, sigue siéndolo. El personal sanitario es excelente, no hay más que ver cómo se pelean por las enfermeras españolas en todo el mundo. El trato es bueno y hay sábanas y mantas en todos los hospitales públicos que conozco. La sanidad privada también es buena y esa idiotez de que los médicos no te piden pruebas en los igualatorios para ganar más dinero es una gran mentira: yo pertenezco a uno y me tratan estupendamente.
Estoy furiosa con la situación de nuestro aeropuerto, del que desaparecen las compañías «low cost». De acuerdo que esas compañías plantean unas exigencias abusivas, exigen dinero para instalarse, exención de impuestos... pero si las necesitamos habrá que hacer algo, porque ahora estamos fuera de toda ruta. Vamos, como en tiempo de los romanos...
Estoy furiosa con la situación que vivimos en España. La violencia se está adueñando de las calles. Es cierto que son siempre los mismos, pero están crispando el día a día. Una ultraizquierda totalitaria y dictatorial que actúa fuera de la ley acosando a los políticos del Gobierno y a todo bicho viviente que no le guste, con la disculpa de que lo hacen por solidaridad con los pobres ciudadanos que lo están pasando mal, como si los demás no estuviésemos preocupados y en la misma situación.
Mientras estaba rumiando tanta furia, me entero de las bombas que estallaron en Boston cuando se estaba celebrando el 117 maratón de Boston, uno de los más antiguos y prestigiosos del mundo. La carrera se estaba acabando y cuando los últimos corredores estaban llegando a la meta estalló una bomba que fue seguida por el estallido de otra doce segundos más tarde. Un poco más allá, en la misma calle Boylston, el caos y la confusión se adueñaron de todo. Tres muertos, entre ellos un niño de 8 años, y más de 130 heridos. Muchas personas se acercaron a ayudar a los heridos a riesgo de sus vidas. Una madre, Liz Norden, se entera de que dos de sus hijos han perdido una pierna cada uno.
Los americanos se unen en piña como suelen hacer. Republicanos y demócratas no empiezan a echarse los trastos a la cabeza, como hacemos los españoles, Obama asegura con cautela que no se sabe nada pero que se hallará a los culpables y les caerá todo el peso de la justicia; y el pueblo le cree y le apoya. Inmediatamente se acordona la zona y se prohíbe la entrada para preservar el escenario del crimen y que no desaparezcan pruebas, como en unos trenes de los que nunca más se supo. ¿Cómo es posible que haya gente tan horrible que sea capaz de hacer algo así? En estos momentos quisiera ser un pájaro, el género humano me asquea.
No puedo con tanta rabia. Voy a cerrar el balcón.
Este balcón, que era un remanso, ha dejado de serlo porque estoy llena de rabia y de furia.
Estoy furiosa porque oigo a todas horas aseveraciones que son mentira. Diatribas inútiles que no llegan a nada. Empecemos por la sanidad. La sanidad pública española es una de las mejores del mundo e incluso ahora, con los recortes económicos, sigue siéndolo. El personal sanitario es excelente, no hay más que ver cómo se pelean por las enfermeras españolas en todo el mundo. El trato es bueno y hay sábanas y mantas en todos los hospitales públicos que conozco. La sanidad privada también es buena y esa idiotez de que los médicos no te piden pruebas en los igualatorios para ganar más dinero es una gran mentira: yo pertenezco a uno y me tratan estupendamente.
Estoy furiosa con la situación de nuestro aeropuerto, del que desaparecen las compañías «low cost». De acuerdo que esas compañías plantean unas exigencias abusivas, exigen dinero para instalarse, exención de impuestos... pero si las necesitamos habrá que hacer algo, porque ahora estamos fuera de toda ruta. Vamos, como en tiempo de los romanos...
Estoy furiosa con la situación que vivimos en España. La violencia se está adueñando de las calles. Es cierto que son siempre los mismos, pero están crispando el día a día. Una ultraizquierda totalitaria y dictatorial que actúa fuera de la ley acosando a los políticos del Gobierno y a todo bicho viviente que no le guste, con la disculpa de que lo hacen por solidaridad con los pobres ciudadanos que lo están pasando mal, como si los demás no estuviésemos preocupados y en la misma situación.
Mientras estaba rumiando tanta furia, me entero de las bombas que estallaron en Boston cuando se estaba celebrando el 117 maratón de Boston, uno de los más antiguos y prestigiosos del mundo. La carrera se estaba acabando y cuando los últimos corredores estaban llegando a la meta estalló una bomba que fue seguida por el estallido de otra doce segundos más tarde. Un poco más allá, en la misma calle Boylston, el caos y la confusión se adueñaron de todo. Tres muertos, entre ellos un niño de 8 años, y más de 130 heridos. Muchas personas se acercaron a ayudar a los heridos a riesgo de sus vidas. Una madre, Liz Norden, se entera de que dos de sus hijos han perdido una pierna cada uno.
Los americanos se unen en piña como suelen hacer. Republicanos y demócratas no empiezan a echarse los trastos a la cabeza, como hacemos los españoles, Obama asegura con cautela que no se sabe nada pero que se hallará a los culpables y les caerá todo el peso de la justicia; y el pueblo le cree y le apoya. Inmediatamente se acordona la zona y se prohíbe la entrada para preservar el escenario del crimen y que no desaparezcan pruebas, como en unos trenes de los que nunca más se supo. ¿Cómo es posible que haya gente tan horrible que sea capaz de hacer algo así? En estos momentos quisiera ser un pájaro, el género humano me asquea.
No puedo con tanta rabia. Voy a cerrar el balcón.
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