Por supuesto, el título podría ser
idéntico para los hombres, pero no es de
ellos de quienes quiero hacer el comentario en este momento. Éste viene a
cuento por una vivencia que he tenido hace unos días.
Se presentaba un libro, una novela
para ser más exacta, y su autor vino acompañado por su esposa. Cosa que es
normal. Ahora bien, lo que ya no es tan normal es la actitud de la mencionada
señora. He sentido vergüenza ajena y pasado muchas ganas de increpar a la dama por la situación un tanto ridícula y apurada en la que colocó a su marido con
sus desafortunados comentarios. Se mostraba
el escritor, como casi todas las personas que escriben por hobby, poco
interesado por el número de ejemplares que pudieran venderse con motivo de la
presentación, y sí estaba atento al público asistente, a los comentarios… Creo
que con ver su libro publicado y sentirse arropado por los presentes se sentía
satisfecho -aclaro que se trata de una persona que ni vive, ni vivirá nunca de
escribir-. Pero la mencionada señora erre que erre, que si esto de escribir no interesa
si no da dinero, que no sabe muy bien para qué pierde el tiempo… y una sarta de
estupideces que no reproduciré porque siento vergüenza ajena. Intentaba, por lo que parecía, anular el minuto de gloria de este novel escritor, resaltando sus propios conocimientos que, por otra parte, parecían muy escasos.Únicamente me pregunto
qué hacía este escritor al lado de
semejante señora. Señora que, por cierto, parecía saber y entender de todo -eso creo que ya lo dije-, aunque desconocía algo tan elemental como es la prudencia y el respeto hacia su
marido, a quien me imagino sólo unía aquello de “Lo que Dios ha unido que no lo
separe el hombre”. Sentí pena por el escritor y rabia y vergüenza por la
individua, no puedo llamarla de otra manera. Eso, en mi opinión, es violencia,
aunque no medien agresiones físicas. No es
la que sale en los periódicos, pero existe.
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