viernes, 28 de octubre de 2011

EL PIANO, artículo de JOSÉ MARCELINO GARCÍA

DOMINGOS POR EL RASTRO


No sé cómo pudo llegar a este yacimiento de las cosas, hasta esta Pompeya del Rastro gijonés, este piano antiguo lleno de golpes y arañazos del mal trato, todavía con su nombre extranjero pintado en la madera, en letras góticas de un dorado ennegrecido. Entre todo este baratillo a ras del suelo, era algo así como un rey destronado, como un monarca que hubiera perdido su imperio y que, ahora, tuviera que vivir acosado por toda esta turba de hierros, baúles, trapos, cosas rústicas, restos de pueblo y de ciudad. Impasible, grave, digno en su figura fuerte y compacta, el piano, algo carcomido y con un polvillo sutil, mostraba su formidable estampa clásica. ¿Qué manos de mujer, de hombre, hicieron brotar de él sutilísimas notas de caireles musicales? ¿Qué solitaria doncella (acaso encerrada) reconfortaría su ánimo trenzando filigranas en sus teclas, o cabrilleara por su escala pequeñas olas de espuma que peinaran su entristecido corazón?
Inexplicablemente, ahí estaba ese piano en un pasillo del Rastro entre la barredura de cacharros y cosas rechupadas, cerca de los libros esparcidos, caídos también y mordiendo el polvo de la ingratitud. Soberano sobre la cochambre, como seco de notas y armonías, parecía levantar su altura y su esperanza hacia el azul de la mañana. Los transeúntes lo contemplaban a distancia. Algunos, todo uñas negras y dedos morcillones, acercándose, tanteaban torpemente su teclado con brusquedad y dureza. De pronto, una mujer llena de abalorios, vestida con cintas y pañuelos como sacados de un costurero viejo y extraviado, calzada con sandalias y con un vestido amplio semejante a una mancha de luz, apareció entre tanto apero, cosa negra y mezcolanza. Miró tímidamente aquellos rústicos cejijuntos, a los ropavejeros barrigones, a las mujeres que la contemplaban con una sonrisa llena de sarcasmo, no exenta de envidia. Yo le traje una sillita vieja de un buhonero amigo. Ella, reconcentrándose un instante, comenzó a acariciar el teclado. Por un instante, el Rastro quedó en silencio. De su alma, donde la tenía guardada, salió, transitando el aire, el 'Para Elisa' más bello, triste y sentido que yo pudiera escuchar nunca.
(Publicado en el diario EL COMERCIO, 26 de octubre 2011)

2 comentarios:

  1. Soy pianista y siento mucha tristeza cuando veo un piano en esas condiciones ... que ha perdido su alegria, el propósito para el cual fué creado.
    SU esperanza.... unas manos prodigiosas que lo salven de esa lenta y silenciosa muerte.

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  2. pero esteticamente queda de puta madre

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