miércoles, 2 de marzo de 2011

PROGRAMAS DE CINE, artículo de José Marcelino García

DOMINGOS POR EL RASTRO
Los ojos brillantes, sentado o también a veces de pie, siempre era un instante de gloria aquel en que aparecía el león de la Metro o la diosa Columbia en una pantalla arrugada de pueblo, mientras afuera muchas veces llovía. ¡Qué lugar el del cine, con olor a ozonopino, bar breve de oranges y garrapiñadas, timbre rizado y luces atenuándose pausadamente, al empezar la función, tiñendo de un rojo escarlata toda la sala!
Días antes, permanecía mucho tiempo plantado ante los carteles nuevos, húmedos aún y brillantes por el engrudo. Contaba los días. Y cuando llegaba el domingo, una hora antes de que se abriera la taquilla, estaba ya frente al cine deletreando, una y otra vez, los nombres, en inglés, de los artistas. Al fin, se abría aquella pequeña hornacina de madera, llena de luz y aglomeración, y veía el diminuto mostrador con las entradas de colores, la caja de los emblemas, las monedas para el cambio y el pecho viejo de Flora, la taquillera, abotonado, negro y con medalla grande de la Purísima Concepción, en plata bruñida. Sus manos, blancas, cogían mi calderilla, y como si llevaras contigo la llave de algún tesoro, entregabas la entrada de general al portero, hombre serio, resabiado y cobrador de Ayuntamiento.
En la cabina, se oían los ruidos limpios y crujientes que Ramiro, Silvino y Luis hacían montando el NO-DO y los rollos de la película en los engranajes del proyector. El cine va a empezar, y las ráfagas de luz de la linterna de Olvido, la acomodadora, van de un lugar a otro abriendo pasillo, enfocando números, cambiando de asiento a los equivocados, descubriendo un beso robado en la oscuridad. ¡Ah, ese admirable chorro de luz, como una avenida, que enfila el aire y va a estrellarse en la sábana blanca donde pone el reír, la lucha a muerte, la música; que pone la carabela y la luna de Sílver, llena de ron y de tesoros. ¡Ah, ese haz milagroso de polvillo de colores en movimiento cruzando la noche del cine sobre las cabezas de los espectadores, y que explota en un beso sobrehumano que anega el corazón de amor y deseo! ¡Ah, esos programas de cine que busco y rebusco por el Rastro, como si fueran paradero de sueños y refugio de soledades!

(Publicado en el diario El Comercio 2/02/2011)

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