Encuentro en un rincón del periódico una noticia que me causa estupor, y que además está situada –con lo que eso significa- de tal forma que lo más probable es pasarla por alto, como si no tuviese ninguna importancia. Transcribo literal: Nueve niños que estaban recogiendo leña mueren en un ataque aéreo de la OTAN en Afganistán. Y hasta ahí el título. La noticia sigue: Al menos nueve menores murieron ayer y otro resultó herido en un ataque aéreo de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), la misión de la OTAN en Afganistán, en el este del país centroasiático….Los hechos tuvieron lugar en el distrito de Nanglan, y según la fuente (EFE) los menores –de edades comprendidas entre los 7 y los 13 años- estaban recogiendo leña para sus familiares. Y ahí termina la información. Como mi ignorancia en temas militares es supina, acudo de inmediato a averiguar qué se esconde tras las siglas ISAF, o lo que es lo mismo qué misión tiene la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad. Encuentro: misión de seguridad para crear las condiciones necesarias para la reestructuración y estabilización de un país tras la guerra. Me quedé como estaba, o tal vez peor. Sé que las cosas no son tan simples como yo me las planteo, pero el hecho de que nueve niños mueran mientras recogen leña por un ataque de estos formadísimo soldados, me revuelve los entresijos. No dudo que la “misión”, sea muy importante y que los soldados cumplieran con su deber, también admito que posiblemente su vida estuviese en juego, estoy dispuesta a aceptar todas las justificaciones que se me quieran dar. Probablemente este hecho se considere un mal menor para evitar mayores daños. Pero es que han muerto nueve niños –y no digo, han matado, por respeto a quienes componen la ISAF-. Supongo que hay quien me dirá que los niños estaban puestos ahí intencionadamente como blancos para otras fechorías mayores de… ¿los terroristas, tal vez? Insisto: se trataba de niños jugando a recoger leña. En realidad trabajando. Todos los días al salir de mi trabajo paso por delante del patio de un colegio y suelo observar los pequeños, me gusta verlos patinar, darle patadas a un balón, jugar a empujarse…cualquier indicativo de que son niños felices. No me imagino un ataque aéreo que acabara con sus vidas. Son nuestros hijos, son nuestros nietos, son… eso, niños. Niños con suerte. La que les faltó a esos peques afganos que imagino que en ese pueblo llamado Nanglan hoy serán enterrados, sin más lamentaciones que la de sus padres y familiares detrás de esos humildes féretros que ni tan siquiera serán blancos, ni llevarán flores. Probablemente cuatro tablas a las que su padre habrá dado forma de ataúd. Es duro: durísimo. Pero a nadie le importa, no forma parte de los titulares de nuestra prensa. Yo me pregunto si esos niños serán tan diferentes a los nuestros que no merecen nada. La muerte, incluso accidental, de un niño español –pongo por caso- es noticia en todos los medios. Nueve niños afganos no interesan a nadie. Que no me pregunten por qué odio la guerra, por qué soy incapaz de admirar esos soldados que se enfundan un uniforme y se preparan para combatir –aunque eufemísticamente se diga que siempre están en misiones de paz-. ¡Joder con las misiones! Han matado a nueve niños, no hay nada que pueda justificarlo. Basta con pensar, repito, en nuestros hijos y nietos para calibrar si encontraríamos alguna razón de argumento válido para sesgarles la vida. Estoy segura de que todos estaríamos dispuestos a darla por ellos, no creo que permitiésemos que nadie les hiciese el menor daño, ni en nombre de la más querida patria. No lucharíamos por pacificar el país si ello pusiese en el más mínimo peligro a uno de nuestros vástagos.
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