jueves, 31 de marzo de 2011

EL PUESTO DE LA GITANA, artículo de José Marcelino García


DOMINGOS POR EL RASTRO

Tiene un gesto de hembra pasional en un rostro con mirada desafiadora, piel color de nicotina, con retazos de blancura sonrosada y olor a humo de hoguera hecha como con brazadas de hojas de higuera verdes y de laurel en flor. Las mujeres y los hombres la repasan con curiosidad, mientras ella, siempre de pie tras su tenderete del Rastro, vigila los cachivaches dispuesta de continuo a parlamentar para venderte una porcelana, un cacharro, una tela, un cobre viejo o cualquier chuchería de aquella manigua donde todo se menosprecia y se discute. Aquella mañana, el redondel del Rastro estaba metido en una nube de calor, y ella, tan escotada, enseñaba sus clavículas, sus omóplatos, sus hombros y antebrazos de crema carnal morena, gitana y verdadera. Iba colocando todas las cosas, una a una, levantando de cuando en cuando la cabeza, mientras todos los camastrones y la camándula barrigona, cargados de avidez, se excitaban viendo aquellas riberas jóvenes y frescas, llenas de sensualidad de galga joven y como bañadas en agua de manantial. A veces, deja un hermanillo en el tenderete y se va a dar una vuelta por entre las calles del Rastro con un vestido entallado, de flecos (que se entreabre al andar), blusa floja y collar como de bolas de luz sobre la carne tostada del canalillo. Compra aceitunas al aceitunero, o a la abaniquera un abanico y una peineta, que pone en su pelo lleno de brillantina, y entre risas, como si fuera una manola, se acerca a tomar churros en el chiringuito del Dioni. Siempre usa tacones de cabra montesa, que coloca firmes al andar, aunque se cimbrea y parece caerse y no caerse. Sobre el hondón del Rastro gijonés va transcurriendo la mañana. Orgullosa y lejana, flota su belleza entre la gente anodina. Se siente leona cuando observa las pasiones que enciende al pasar; cuando dos o tres hombres la siguen disimuladamente, y ella, mirándolos de reojo, comienza a canturrear una copla, mientras ríe. Vendedora en este cebo de pobreza, con su cara orgullosa y su vestido diferente cada domingo, llena de esperanza de amor y de aventuras, es la reina de la belleza entre el conjunto de cosas viejas y regastadas de este Rastro gijonés.

(Publicado en el diario EL COMERCIO, 30/03/2011)

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