DOMINGOS POR EL RASTRO
Tiene un gesto de hembra pasional en un rostro con mirada desafiadora, piel color de nicotina, con retazos de blancura sonrosada y olor a humo de hoguera hecha como con brazadas de hojas de higuera verdes y de laurel en flor. Las mujeres y los hombres la repasan con curiosidad, mientras ella, siempre de pie tras su tenderete del Rastro, vigila los cachivaches dispuesta de continuo a parlamentar para venderte una porcelana, un cacharro, una tela, un cobre viejo o cualquier chuchería de aquella manigua donde todo se menosprecia y se discute. Aquella mañana, el redondel del Rastro estaba metido en una nube de calor, y ella, tan escotada, enseñaba sus clavículas, sus omóplatos, sus hombros y antebrazos de crema carnal morena, gitana y verdadera. Iba colocando todas las cosas, una a una, levantando de cuando en cuando la cabeza, mientras todos los camastrones y la camándula barrigona, cargados de avidez, se excitaban viendo aquellas riberas jóvenes y frescas, llenas de sensualidad de galga joven y como bañadas en agua de manantial. A veces, deja un hermanillo en el tenderete y se va a dar una vuelta por entre las calles del Rastro con un vestido entallado, de flecos (que se entreabre al andar), blusa floja y collar como de bolas de luz sobre la carne tostada del canalillo. Compra aceitunas al aceitunero, o a la abaniquera un abanico y una peineta, que pone en su pelo lleno de brillantina, y entre risas, como si fuera una manola, se acerca a tomar churros en el chiringuito del Dioni. Siempre usa tacones de cabra montesa, que coloca firmes al andar, aunque se cimbrea y parece caerse y no caerse. Sobre el hondón del Rastro gijonés va transcurriendo la mañana. Orgullosa y lejana, flota su belleza entre la gente anodina. Se siente leona cuando observa las pasiones que enciende al pasar; cuando dos o tres hombres la siguen disimuladamente, y ella, mirándolos de reojo, comienza a canturrear una copla, mientras ríe. Vendedora en este cebo de pobreza, con su cara orgullosa y su vestido diferente cada domingo, llena de esperanza de amor y de aventuras, es la reina de la belleza entre el conjunto de cosas viejas y regastadas de este Rastro gijonés.
(Publicado en el diario EL COMERCIO, 30/03/2011)
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