miércoles, 16 de marzo de 2011

PLUMAS, PLUMIERES Y TINTEROS, artículo de José Marcelino García

DOMINGOS POR EL RASTRO
En la mañana callejera del domingo, pasamos una vez más frente a la fachada de este estadio catedral, escenario luchador de gladiadores rojiblancos. Los verdes de la arboleda (perdidos en este tiempo), nos van llevando hacia el Rastro gijonés por entre una geometría fluvial, pedestre y deportiva que corre al costado del parque de la Católica reina. Chándales y ciclistas de cuello subido corren y circulan por esta calle mayor, cercana al hipermercado albal y brutal del palacio deportivo; y de los pabellones de feria, vacíos ahora, con urracas de jardín que andan de salto en salto. Entramos en el espacio campamental del Rastro, hoy entre una niebla tenue que nos hace a todos borrosos, como mendigos por este tiempo triste. A la hora primera y madrugadora, con bufanda y tos, uno quiere copar lo que hubiera de barato, de raro, de antiguo, para más acumulación (esa incurable manía de los que vamos siendo viejos). El Piles, de cuando en cuando, manda porciones de niebla fría que se meten por entre las calles del Rastro. Un gitano gordo y cojo coloca en su tenderete invernal cosas de demoliciones: costureros, cuchillos de cocina, barros rojos, aperos de labranza, trapos de una moda, frascos de perfume de aquellos años, cosas y utensilios menudos de los tiempos ya rotos. Entre una nube de vaho, me sale una exclamación cuando veo los fantasmas negros de tres tinteros de cristal gordo (llenos por más de la mitad), y un manojo de tajos y palilleros, y un plumier, con su barniz de cosa antigua. Todo de los felices días y de las tristes jornadas de clarión, puntero y encerado de lona negra y arrugada. La gloria de aquella caligrafía despaciosa, decorativa y olorosa, posada en los cuadernos rayados de Rubio, acude a la memoria. Tajos que se mojan en la tinta y caminan temerosos con un sonido rascado, mientras dejan un reguero de letritas azules, negras, rojas., de títulos, de palabras, de dictados, de copias de lecciones de cosas. Un borrón (áspero compañero) pone una nube de luto en el pliego blanco, y el maestro pone nuestra niñez, siempre llena de tos, de polvo de escuela y oraciones, arrodillada en una esquina, cerca de la ventana desde donde se divisa la mar, dueña de nuestros sueños.
(Publicado en el diario El Comercio, 16/03/2011)

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