Hasta entonces cada familia tenía su pequeño lagar y tras la recogida de manzana –inicialmente se pisaba o se machacaba con mazos de madera- antes de corcharla se hacía una fiesta. Se quitaba el trozo de madera –espiche- de un tonel y se daba a probar de pie a todo el mundo. Y para que no sentase mal se acompañaba con los productos tradicionales para que con ellos se pudieran forrar los estómagos: huevos cocidos, tortillas, chorizos, empanadas y quesos. De ahí viene el nombre de espicha, aunque ahora en algunos llagares se han modernizado tanto que hasta dan mariscos y todo, a fin de hacer caja. Toda una fiesta de participación colectiva en la que se bebe sidra, se come y también se canta.
Una anécdota curiosa es que el popular cantante José González “El Presi” –a quien se contrataba habitualmente en las grandes espichas institucionales- para calentar la garganta antes de actuar no tomaba sidra, sino un vino fino. Tal vez fuera también para coger el tono a la guitarra que le acompañaba y por cuya utilización hubo hasta quien quiso condenarle a muerte ante su falta de respeto a la tonada tradicional. Hay gente p’a tó que diría el gran Manolete.
A finales del siglo XIX se pusieron muy de moda las aguas medicinales y en Villaviciosa se inició la carbonatización de la sidra para hacerla espumosa o achampanada, a fin de aprovechar de paso las excelencias saludables de la manzana.
Quien puso en marcha el invento fue la sociedad Valle, Ballina y Fernández que fue constituida en 1890 y que, poco a poco, fue absorbiendo a sus competidoras. La gran demanda de los emigrantes en Latinoamérica motivó una gran expansión de sus productos y logró que su marca estrella: “El Gaitero” fuese –tal como indicaba en sus novedosas y arrolladoras campañas publicitarias- famosa en el mundo entero.
Hasta tal punto fue así que el controvertido empresario José María Ruiz-Mateos quiso comprar la fábrica. Pero allí se encontró con el carismático José Cardín –el patriarca de la saga- quien al pretenderle comprarle el empresario jerezano la fábrica con “rumasinas”, él le ofreció la alternativa de comprarle Rumasa con “gaiterinos”. O sea que no hubo acuerdo en el intercambio en acciones de papel.
Toda aquella tradición industrial se puede constatar en las instalaciones que pueden ser visitadas en la misma empresa -al lado de la ría de Villaviciosa- y también en el imaginativo Museo de la Sidra, en Nava.
Foto de RICARDO LASO |
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