sábado, 27 de julio de 2013

RAFAEL LOREDO PRONUNCIA EL PREGÓN DE LAS FIESTAS DE GRANDA


Buenas tardes grandones y grandonas:
Es importante que use este gentilicio, cosa que luego explicaré.
Buenas tardes a todos.
Bienvenidos también los foriatos.
“Foriatu” es la denominación cariñosa para los que sois forasteros. Sobre esto alguna cosa de las que voy a decir os la aclararé en su momento.
A Gloria Muñiz debo agradecerle su cariñosa presentación, repleta de elogios hacia mi persona que, aunque sean mentira, presten mucho.
También la entrega de la Llave de Oro de Granda a D. Genaro Ortea, ese gran artista de la madera del que constantemente muchos recibimos su sabio consejo, será otro gran motivo de alegría, máxime cuando nos encontramos en este escenario arbóreo, cuna de vida vegetal y de nobles maderas a las que él ha dedicado tanto esfuerzo. 
Es este el más digno lugar para estos actos y celebraciones, no exento de ese misterio que aparecerá cuando se vaya la luz del día, dentro de unas horas, momento en que se convertirá en algo mágico pero diáfano que no se ve roto, pues aquí lo hacemos, incluso, sin voladores, inédita y a la vez ejemplar decisión que ayuda a no alterar ese descanso. Nuestros vecinos del sur dicen que el árbol del silencio da un fruto que es la paz y eso, como os decía, ocurre aquí, en este lugar, todas las noches del año, convirtiéndolo en un santuario que homenajea no solo a ese silencio; también lo hace a la magnificencia y la grandiosidad.
Hoy esta sonora fiesta no lo altera para nada y tampoco lo contamina, algo que se podrá comprobar cuando estas celebraciones finalicen y este espacio recupere su natural dignidad. Entonces será el momento de pedir perdón a los habitantes naturales del lugar, nuestros vecinos y hermanos los tordos, yerbatos y demás paxarinos, entre ellos la tórtola turca y el gorrionín molineru, hasta hace muy poco en peligro de extinción y hoy felices aquí. (A les pegues no, que son páxaros depredadores).
El inefable Félix Gómez López, presidente de este grupo de amigos que somos los vecinos de esta plácida parroquia de Granda, con la mesura que le caracteriza, no ha subido a este escenario. Félix y su grupo de colaboradores, arquetipo todos ellos de generosidad, son quienes nos lo regalan todo a través de un esfuerzo inconmensurable durante todo un año repleto de lúdicas actividades que culminan con esta celebración.
Este pregonero, antes de iniciar su proclama, desea pediros el primer y más grande aplauso de estas fiestas de Santa Ana para Félix y su extenso grupo de colaboradores, incluidos quienes les precedieron y ya no están con nosotros.



Un día como hoy del año 1953 mis padres me trajeron a la romería de Granda, en uno de aquellos autobuses descapotables que, junto a otros muchos, formaban una larguísima hilera alrededor del gijonés Parque de Begoña, atravesado por la calle Covadonga en la que vine al mundo.
Han pasado 60 años y, a pesar de ello, recuerdo perfectamente esta carbayera, que por aquel entonces para mí era muchísimo mayor, porque a su alrededor prácticamente no había casas. Solo ahí enfrente, al sur, estaba la de José Muñiz y el lavadero, al este, otras dos. También, a la derecha de donde estamos, la de Pinón, contrastando todas ellas con la solemnidad de nuestra iglesia, obra de Mariano Marín, conocido y admirado e hijo y padre de otros también prestigiosos arquitectos gijoneses. Tras la iglesia la imponente grandiosidad de la solavieya de García Sol ya llevaba a sus espaldas mucha historia, visitas reales incluidas. José Antonio García Sol fue un generoso mecenas hoy olvidado por los gijoneses.

He soñado muchas veces con aquel encuentro con los grandones, que así llamé desde aquel día en mis recuerdos de infancia a quienes habitabais, entonces y hoy, esta parcela de nuestro paraíso natural.
Nuestros antepasados de Granda desde hace 300.000 años básicamente eran cazadores y recolectores que recorrían estas tierras y con frecuencia se desplazaban hacia el mar a través del río Piles y de una inmensa marisma, ya desaparecida, que ocupaba  El Cañaveral, Las Mestas, Viñao, La Coría y hasta una parte de Somió. Todos esos lugares ahora repletos de edificios y donde están el parque de Isabel La Católica, El Molinón, la Feria de 

Muestras, el Pabellón de Deportes para, al final, llegar al arenal de San Lorenzo, como Jovellanos llamaba a nuestra playa. Por cierto: si Jovino levantara la cabeza sufriría un gran susto a la vista de lo que queda de aquel maravilloso escenario, hoy convertido en horrendos edificios incrustados justo encima de lo que fue un hermoso arenal.
En esa aliseda pantanosa, hoy desaparecida, Pavarotti soltó el único gallu que se le recuerda en su historia en el Palacio de los Deportes de La Guía, y a doña Monserrat Caballé, mientras cantaba muy cerca de allí, en el escenario aun sin remodelar del Teatro de La Laboral, le cayó una enorme granizada encima. Ambos demostraron su profesionalidad: el dijo, elogiando al paisaje y al clima gijonés, que era una maravilla pero que no le iba nada bien a su garganta; y ella, tapándose con una gran capa, nos dijo entre grandes carcajadas que el agua era muy buena para la salud.
No nos engañemos –y esti añu menos que nunca-: aquí estamos en un alto, pero todo lo que va de la Cuesta de la Piedra hasta el Tostaderu ye muy húmedo, y que haya sido escenario de estes coses, teniendo como protagonistas a los dos más grandes del bel canto, ye pa nota.

Cuando los de Granda llegaban a su destino, al final del río, se reunían con los playos, otra tribu amiga que habitaba en una península que hoy se llama Cimavilla.

En Gijón, desde siempre, se usa la denominación “grandón”. El grandón es un ser inocente que cuando percibe que está alegre lo exterioriza de una forma sana y explosiva. Ese estado de euforia nada tiene que ver con el grandón de Granda, al que concede ese nombre esta su parroquia de nacimiento o de adopción, por lo que luego os contaré.
Los grandones y las grandonas de aquí, más que currículum tenemos ese pedigrí que ya quisieran para sí otros muchos. Es una especie de certificado de origen, como aquel documento que te daban cuando comprabes una vaca y que servía pa saber lo que ponía en la oreja. Un pedazo de plástico color naranja con una letra seguida de un númeru. Nosotros ahora también tenemos, de momento, un plástico cuadrau  o  DNI con un número, que aquí suele empezar por 10 millones. Podíen quedase con él, porque el control ahora hácentelu desde el satélite.
Como decía, cuando llegábamos los de Granda a la desembocadura del Piles cargados con caza, leche y verduras, ellos, los playos, nos decían: “¡Qué grandones sois!”. Y nosotros, los de aquí, agradecidos, degustábamos los bocartinos que ellos nos ofrecían. Y de eses excursiones que hablaba al Tostaderu y a esta carbayera, dos paraísos en los que como sabéis, el vestido de la época era una hoja de parra, y por lo tanto andaben en pelota.
Decía el de la Enciclopedia, el Diderot, que el indecente no es el que va desnudo; es el que va a medio vestir. Creo que toda esa desnudez formaba parte de la fórmula que más adelante emplearíamos los aldeanos: “El amor y la guadaña quieren fuerza y quieren maña”.
Al final de esos manjares aparecía la sidra. Había sana amistad, camaradería y divertimento entre ellos –y ellas-. Finalizada la ingesta llegaba el momento en el que pasaban directamente de la orilla del río a los praos de arriba, esos que ahora quieren expropiar. Allí mismo muchos de ellos exteriorizaron el último suspiro del amor en soltería que, como sabéis, también ye el último suspiro de la razón.
Ese es el instante en la historia de este concejo en el que aparece por primera vez la denominación de origen “grandones”.
Además, aquel lugar de reunión calentín, que hoy se llama El Tostaderu, les sirvió desde entonces para esas reuniones, que hacíen incluso cuando caía orbayu (o calabobos o sirimiri).
Y llegados a este punto tengo que deciros que así nació la romería de Granda, que fue la primera de lo que hoy ye el concejo de Xixón (Gijón), surgida en esas excursiones gastronómicas de folixa y noviuques.
Quienes sabemos más bien poco de mitología solemos tener precaución a la hora de hablar de esos personajes que ya no anden por aquí, y a veces nos conformamos con tener en casa una veleta con bruja, escoba y gatu a popa. Aunque no lo creáis, esto es tan verdad como que tengo un vecino que tiene una veleta con un gatu erizau. Algunos dicen que ahora hay poques brujes porque tienen miedo a volar por los riesgos de la escoba. En eso tenemos que ser humildes y reconocer que no nos superan a los de Granda en miedo pa regresar a casa en coche una noche de fin de semana, teniendo que cruzar la glorietina de Roces por delante de unos paisanos vestidos de verde que se entremezclan con el paisaje. Esos sí que dan miedo.
Hace unos días me decía aquí mismo, en Granda, la magnífica memoria del alcalde honoríficu del barrio alto Emilio Muñiz “El Negro” que aún queden por Cimavilla algunos paisanos vieyos como Oscar Peñes Pardes, que siendo joven ayudaba a su tío y a su padre, Joaquín y Romualdo Peñes Pardes, a desmontar la vela de la lancha pa traela la víspera de la romería de Granda y poníenla estirada entre los árboles, acutando –reservando- sitiu pal día siguiente.
Queridas amigas y amigos, niñinos todos: lo que voy a decir ahora no me apetecía contarlo, pero para finalizar debo hacerlo desde este estrado, que no por la informalidad de la fiesta tiene que ser ajeno a la verdad.
Doña María Moliner dice en su diccionario que pregonero es “un difundidor indiscreto de noticias o de pérdidas que interesa conozcan todos (la Real Academia dice otra cosa).
Fijaros que no me he dirigido a ningún político, porque además esos, a diferencia de les pegues, no suelen venir a  les romerías. Ellos el champán tómenlu en otros sitios.
Esos ciudadanos que nos han regido, y los que ahora lo siguen haciendo, han mirado para otro lado, ignorantes de lo que nos cuenta nuestra historia, como por ejemplo la existencia de una villa romana entre La Coría y Granda. Posiblemente esa construcción esté hoy enterrada bajo alguno de los pilares de esa megaobra que es el nudo de comunicaciones que sobrevuela y se apoya también sobre el río Piles.
Había leído en la prensa que se habían realizado diversos movimientos de arena con palas excavadoras, en la desembocadura del río Piles. Hace unos días fui allí y me encontré trabajando a esas excavadoras. Descubrí que habían arrasado el yacimiento arqueológico fluvial y costero más importante del concejo de Gijón. Un espacio en la margen derecha del río Piles repleto de esa historia que he intentado recrear con vosotros en el pregón y que hoy se conoce como “El Tostaderu”.
En ese lugar, habían venido apareciendo durante los últimos años las más variadas herramientas que nuestros antepasados utilizaban cuando allí se reunían desde el paleolítico. Entre ellas varios picos asturienses.
Las palas llegaron a tanta profundidad que alcanzaron barros y sedimentos que fueron depositados en la otra margen del río, la izquierda, y que seguían allí mezclándose y contaminando la escasa arena cuando sube la marea.
Lo que la erosión marina y fluvial no habían podido alterar en trescientos mil años lo acababa de hacer en unos minutos, la pala excavadora.
Espero que alguien tome el  relevo de esta denuncia para evitar en el futuro que la herencia histórica, llegue deteriorada  algún día a nuestro hijos, nietos y quienes les sucedan, para que puedan conocerla de forma ordenada y certera y que el sueño que hoy juntos hemos vivido en este pregón, se convierta en la realidad que fue.
Amigos todos, os deseo lo mejor y a la vez os pido un viva “grandón” para Santa Ana, la madre de la Virgen, que están juntas allá arriba, pero antes un ruego prudente que ellas, estoy seguro, van a concedernos ¡Que nos dejen como estamos!
Viva Santa Ana, viva la Virgen.


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