Un nombre de mujer que
posiblemente no os diga nada, era una mujer anónima, sencilla, fuerte y luchadora.
Me consta que intentó por todos los medios no dejar solo a Ricardo, mi
compañero de trabajo. Pero no pudo ser, tras debatirse algo más de un mes entre
la vida y la muerte, la semana pasada se fue. Todos esperábamos el fatal
desenlace, Ricardo más que nadie, porque no soportaba verla sufrir. Ahora no
soporta el dolor de su ausencia. Éste se
une al que aún le aflige por la muerte de su hijo Jorge hace poco más de año. Jorge
tenía cuarenta y pocos años. La mala suerte se ha ensañado sin piedad en Ricardo, y de nuevo contemplo con tristeza su vacía mesa de trabajo, frente a
la mía. Hoy he hablado con él y le he pedido que vuelva, no tenía derecho a
hacerlo, pero me entristece su ausencia y pienso que teniéndole cerca podré
ayudarlo a sobrellevar su inmenso dolor. Cuando suceden estas cosas me doy
cuenta de lo frágiles que somos y cómo en poco tiempo se puede descomponer toda
una vida. No hay día en que no recuerde
a Aurora, la esposa de José Luis Campal, también fallecida hace poco más de un
año en la etapa más feliz de su vida. Tras ella quedó otro hombre desolado. Y lo peor de todo es
que una nunca sabré qué puede decir o qué puede hacer para consolar a quien
tanto sufre.
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