No me gusta mucho la palabra anciano, fundamentalmente porque nunca sé dónde establecer el corte y… me puede pillar más pronto de lo que yo quisiera. No obstante, en esta ocasión creo que está bien empleada, porque la historia simpática que voy a contar es de Julia, señora de la que ya os hablé y que cumplía hace algunos meses cien hermosas primaveras. Pablo, último de la saga de mi familia a quien Julia cuidó –chiquillo que yo saqué arriba, que ella dice-, (ya quedan muy lejos aquellos tiempos en los que se ocupaba de mi hermana y de mí –de sacarnos arriba, de nuevo como ella dice-). Pues bien, Pablo tiene por costumbre visitarla con frecuencia, le profesa ese cariño que se suele tener por las abuelas -aunque en este caso no medie lazo de sangre alguno- y me ha contado lo que yo relato ahora. Antes de ir al grano, diré que Julia siempre ha sido una mujer muy pendiente de la marcha económica del país, muy aficionada a las pequeñas inversiones en bolsa –concretamente a aquellas acciones de telefónica llamadas matildes que tan de moda estuvieron, destinadas a los pequeños ahorradores-. Ella siempre lo fue. Empezó a trabajar a los 8 años y pasó mil penurias, que ahora le cuenta a Pablo cuando la visita con todo lujo de detalles. Creo que mi vástago conoce la guerra incivil mejor que cualquier historiador: los rojos, los nacionales, los fielatos, las cartillas de racionamiento… le resultan temas familiares; es más, en alguna ocasión me preguntó si todo era verdad o si se trataba de batallitas de abuelas. Pues bien, en la última visita Julia le hizo un encargo especial: Pablo vas a irme a la tiendina (así en diminutivo y asturiano) a comprar aceite en cantidad. A la pregunta por qué en cantidad, la respuesta fue clara: Porque subió el olivo, lo dijeron en el telediario. Trató Pablo de hacerle ver que por mucho que subiera “el olivo” ella no necesitaba más allá de una lata de cinco litros. Me cuenta Pablo que le calló un buen rapapolvo, al reprocharle Julia que nunca podría llegar a nada en la vida si no aprendía a invertir. Le apostilló que antiguamente la marcha de la economía la marcaba el azúcar, y que ahora no entendía muy bien por qué, pero todo dependía de “el olivo”. ¿? Y tirándole de la lengua…¡bingo!: subió el euribor. Palabreja que lógicamente para Julia no tiene significado ninguno. Trató de explicarle que no era lo mismo el euribor que el olivo y…la cosa terminó en una gran bronca. Bronca de abuela que adora a su putativo nieto: es que no puedo hacer carrera de ti, Pablo. Tanto estudiar, tanto estudiar y no sabes nada de la vida.
Y esa es la vida, simple, sencilla, divertida -a veces-.
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