martes, 12 de abril de 2011

DE LO QUE NO INTERESA NO SE HABLA


Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena (Mahatma Gandhy)


Estoy totalmente de acuerdo con Gandhy, lo malo es que la sociedad considera correcto justo lo contrario. Desde, de lo que no interesa no se habla, hasta vale más callar –aquello de échame trigo y llámame gorrión- pasando porque ya no se sabe muy bien dónde está, ni quien es la gente buena. Así un concepto sencillo, simple, se puede complicar hasta límites increíbles. Sucede con frecuencia que cuando sacas una conversación incómoda para el escuchante, éste hace lo imposible por derivar el tema. No obstante, con un poco de agudeza puede ser una manera de averiguar dónde le escuece. Y sin darse cuenta te está facilitando una serie de pistas que, sin duda, no deseaba facilitarte (pero ese es otro asunto). Luego está aquél que prefiere mantenerse callado antes de dar su opinión. Detrás de este personaje con frecuencia se esconde un hombre o mujer que no destaca precisamente por su valentía. Si bien es cierto que aquí ya nos topamos con la prudencia que puede aconsejar silencio. Con la prudencia y con la Santa Madre Iglesia que siempre aconseja aguantar. Total, que de una u otra forma estamos amordazados. Y así brujulean a sus anchas los que Gandhy llama la gente mala. Creo que una sociedad que no se revela, que no pelea contra la injusticia, contra la corrupción, contra los todopoderosos dictadores nunca podrá prosperar en ninguna dirección. Y ahora, esas personas a las que les interesa que nada se mueva me llamarán rojilla, o comunista. Estoy acostumbrada, no pasa nada. El nombre es lo de menos, los hechos son los que avalan. Y a estas alturas de mi vida ciertamente ya no necesito aval, ya me ha dado todos los créditos posibles, algunos me los ha hecho pagar caros, pero ya no ha de quedar mucho: por eso callo tan pocas veces. Sé que de nada me vale tratar de levantar la voz: siempre hay alguien detrás obligándome a guardar silencio. Y curiosamente no son los mejores, ni tan siquiera los buenos, simplemente son reliquias de las mordazas del pasado, de ese estatus social que nos ha llevado a la sociedad corrupta y falsa en la que tenemos que navegar. Curiosamente yo siempre pienso en futuro -en eso que tampoco me queda- porque confío en los jóvenes: en esos chicos y chicas que están comenzando la vida y que se abren al mundo con otra mentalidad (dejemos al lado los del botellón, esos son los que se hacen notar, pero hay otros). Mantengo con cierta frecuencia conversaciones con muchachos/as que están despertando a la vida laboral y social y, la verdad, son una bocanada de aire fresco capaz de resucitar a esta pobre vieja que algunas veces se muere de pena simplemente cuando mira alrededor. Y si un pesar tengo, es el de haber sido artífice de los mimbres con lo que está construida la sociedad actual. Me arrepiento de la cantidad de veces que guardé silencio ante una injusticia, de acatar normas sociales únicamente por guardar una apariencia, por alcanzar un estatus al que ni llegué –gracias a Dios- ni tan siquiera aspiré nunca.

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