Vivimos en el país de las subvenciones, vivimos en el país de las caridades: y así está nuestro país. A más parados más subvenciones; a más pobres pidiendo en las calles más monedillas en el suelo. Ni tan siquiera somos capaces de dárselas en la mano, las arrojamos a una improvisada hucha que el destinatario coloca junto a sus pies. Y todos tan tranquilos. Puede que las subvenciones estatales, incluso de organizaciones creadas especialmente para el auxilio social, palien la necesidad de un día, tal vez de algunos meses. Pero mientras tanto, quien recibe va perdiendo poco a poco la posibilidad de trabajar, la oportunidad de reinsertarse en una sociedad que un día decidió excluirlo. Y así aumentan los parados, incluso hay quien se acostumbra a vivir amparado por las subvenciones, se multiplican los pedigüeños en las calles y la sociedad se va deteriorando. He manifestado en más de una ocasión que yo nunca doy dinero a quien pide en la calle, a no ser que esté trabajando en ella: músicos, malabaristas… incluso, apurando un poco, hasta los manteros –con alguna compra de algo que no usaré-, que se pasan horas entre colocar la manta, convencer al comprador y…salir pitando para huir de la policía. Al menos lo intentan, sé que a esos hombres de ébano si alguien les diese la oportunidad de vender detrás de un mostrador lo harían. Sé que estás explotados por mafias, pero se curran el sustento, no se limitan a estirar la mano. De los que estiran la mano, conozco unos cuantos por el nombre. Tengo la buena o mala costumbre –a saber- de pararme a preguntar, de interesarme por cómo se da el día, dónde has comido hoy, si sigues bebiendo o drogándote…No pueden engañarme, porque de algo me tenía que haber servido el voluntariado en la Cocina Económica. La mayor parte de las veces me cuentan mentiras. Me dicen, por ejemplo, que están juntando para pagar la pensión –eso me contó Antonio en su esquina-, cosa que yo sé no es cierto, ya que los servicios sociales le pagan la pensión y la Cocina Económica le facilita la comida. Pero se acostumbró a pedir, a dar lástima y así saca –si se da bien- hasta unos 30 euros diarios, incluso ahora en Navidad puede haber días hasta de 50. De esa manera perdió su dignidad en la calle, su misión es exclusivamente la de dar lástima. Y con cada moneda que recibe pierde un poco de autoestima y se aleja cada vez más de una posible reinserción social. En otra esquina está Damián, un viejo que se resiste a entrar en una residencia. De hecho, se ha escapado en más de una ocasión. Allí tiene comida, cama, limpieza…pero prefiere pedir en la calle. Y mientras nosotros le demos la monedilla que nos sobra, estaremos permitiendo que su salud se deteriore, que siga emborrachándose a diario y que carezca de la higiene mínima. Podría seguir contando historias similares, no lo haré si lo expuesto no sirve para convencer, lo que diga serán palabras perdidas. Pensándolo mejor, voy a contar otra cosita más. En distintas calles de mi querido Gijón, hay niñas vestidas de mimos, que, como no podía ser de otra manera: piden. Son chiquitas que no tiene más de 14 ó 15 años, rumanas para más señas, que cada mañana sus explotadores, compatriotas, sitúan en puntos estratégicos y obligan –en alguna ocasión las he visto llorar- a pedir durante todo el día. Nuestras monedas, de nuevo, contribuyen a que esas niñas, que es lo que son, permanezcan a la intemperie vestidas, a saber de qué, desde luego muy lejos de ser princesas. Una vez somos quienes subvencionamos con nuestra “caridad” la actividad. Supongo que quienes me estáis leyendo me estaréis tildando de insolidaria. No lo soy, os lo aseguro, lo que sucede es que mi manera de entender la caridad es otra. Creo que dar una limosna, tirarla en la calle, es degradar a quien la recibe. Pienso que si queremos de verdad ayudar con dinero, debemos de entregarlo en aquellas instituciones que velan por estas personas, en las instituciones que les dan comida, cobijo, que velan por su salud y por su higiene: Caritas, Cocina Económica, Albergue Covadonga, Hermanas de la Caridad –del asilo de Somió-… Y si deseamos es implicarnos un poquito más, podemos dedicar una parte de nuestro tiempo a colaborar con trabajo en cualquier de estas entidades. Son muchos los viejos que pasarán solos estas navidades en instituciones, agradecen –nadie sabe hasta qué punto- una visita, un rato de compañía. Y en la Cocina Económica o en el Albergue Covadonga siempre hacen faltas manos, desde para pelar patatas hasta preparar las fiestas de Navidad de quienes nada tienen. No demos subvenciones en forma de limosna, no emulemos al Gobierno: pan para hoy, hambre para mañana y la dignidad por los suelos. Termino con algo personal, destinado a un amigo que un día practico la solidaridad auténtica, y ahora lo hace desde su despacho, desde su posición privilegiada -la última palabra no me la perdonará-, yo diría que maneja los hilos de los -repito vocablo) privilegiados: yo conozco a tal y tú conoces a... Me parece muy bien, y puede que llegue mucho más lejos de lo que él mismo me dijo era la "albañilería" de la solidaridad. Pero se le escapó una consideración: los "albañiles", los que trabajamos en la base, tenemos la ventaja de que conocemos la relidad como nadie y, además, podemos aportar a quien lo necesita el consuelo que es la palabra, la mano amiga; desde el despacho, eso no se puede hacer. Asi que, amigo, baja un poco del pedestal -un día tú estuviste a pié de calle y los niños pudieron tocarte, eso fue importante, ¿lo has olvidado?-, no te limites a llamar por teléfono, mira -como siempre hiciste- la cara de quien te necesita. Tú puedes y, además, sé que quieres. Que nada ni nadie ponga freno a tu solidaridad.
Querida Isabel,yo no diria privilegiado ,diria algo asi como "fontanero de la solidaridad"...estoy totalmente de acuerdo con lo que dices,para ayudar,para ser solidario no hace falta lastimar la dignidad de nadie ,que bajo su apariencia de necesidad,seguramente es tan digno o mas que nosotros,bueno que yo,... que a mi me gustaria estar a pie de calle no lo dudes nunca pero no reniego de mi forma de actuar porque tambien es sentida y autentica y te lo digo de corazon
ResponderEliminarEs una pena, amigo, que no puedas estar a pie de calle, así es como se conocen las verdaderas necesidades y también el alma humana. Conozco la solidaridad "del sillón", del poder, muy útil, y a la que acudimos con frecuencia a pedir quienes intentamos trabajar a pie de calle, pero no es lo mismo. No es tan gratificante, ni para quien da, ni para quien recibe. En todo caso, es otra manera de hacer, si para ti, amigo solidario,es suficiente, adelante. Todos somos necesarios.
ResponderEliminar