martes, 17 de agosto de 2010

ARTÍCULO DE VÍCTOR GUILLOT

Por Víctor Guillot siento un especial cariño. Me atrevería a decir que existe una gran empatía. Curiosamente yo, que podía ser su madre,comparto la mayor parte de sus opiniones, y en esta ocasión también sus sentimientos. Sus escritos hacen que me sienta joven, me devuelven a aquella década de los setenta en la que también frecuentaba las pensiones de Madrid con mis libros debajo del brazo, camino de la facultad, con el ánimo de poder escribir algún día algo decente. No he llegado muy lejos, pero Víctor sí lo logrará. De hecho, es ya -y antes que yo lo ha dicho un maestro de periodistas: Pérez Las Clotas- una de las mejores plumas del panorama periodístico de Asturias. También sé que le costará salir a flote, porque este mundillo es muy ingrato y complejo. Pero como es bueno -muy bueno- y joven llegará lejos.

PARA DECIRTE TE QUIERO, ESCRIBO
Artículo de Víctor Guillot (publicado en La Nueva España)

Gran Vía sigue siendo el costurón eléctrico de Madrid, una herida abierta por la que se escapa toda la movida, toda la música, todos los pecados y toda la noche sagrada de Madrid. Voy diciendo esto mientras trato de dibujar un perfil lúdico, político y sentimental de la ciudad. Pero Madrid también admite una razón doméstica, la de un joven columnista de provincias y su novia en un hostal, amándose en la noche cálida de Madrid. Cómo me gusta escribir Madrid.

Te escribo al correr de la máquina de este ordenador portátil, sofisticado y frío, que me permite escribir en los antros modernos de Chueca, mientras duermes la siesta, latente, desnuda y ajena, protegida del calor sofocante que amenaza cada esquina, a la espera de una llamada que nos invite a bebernos la ciudad. Yo acudo a un café, a la espera de un artículo, una columna, una palabra, pero sólo se me ocurre escribir sobre ti, que eres mi única actualidad desde hace quince días.

Madrid sigue siendo también Francisco Umbral, que había descuartizado un siglo a base de memoria y columnas, que había iniciado su largo viaje de derechas triste y desencantado, pues para ese viaje ya no tenía armas suficientes. Umbral, últimamente, se había convertido en un profeta de la duda; había desembocado en el mismo escepticismo de Quevedo, Cervantes, Ramón y tantos otros, como un preludio de su muerte. Yo estaba muy lejos de esa duda que mataba las palabras, pero lo admiraba más que a otros, sencillamente, porque me había enseñado a escribir. Ahora, Francisco Umbral es un recuerdo casi impronunciable, un fantasma, una leyenda que se nos aparece en este viaje de profundis, con su bufanda blanca y su abrigo eterno.

Dedico la tarde a comprar libros, a pensar en el artículo que luego escupo como llamarada de dragón y pienso que me gustaría escribir en este espejo que todas las mañanas hacemos el amor o que todas las noches bebemos hasta que una luz matutina, espesa y criminal, nos recrimina que ha empezado otra jornada en Madrid.

De regreso al hostal, te encuentro tendida sobre la cama como una escultura de Rodin que yace desnuda esperando la caricia de un espectador. Me salvo del sueño abrazándome a tu espalda o me desperezo como un gato que demora los segundos enredándose en tu pelo. Me quemaré en tu pelo, esa llama negra que acude a todos los incendios. Y después, otra vez en la calle, me pasaré las horas buscando el significado último de este viaje que nos llevó a Lisboa, primero, que nos dejó en Madrid, después, y que nos devolverá injustamente a la cruda realidad de los trabajos y los días. Un segundo de oscuridad, cuánto hemos disfrutado de ese instante que, más allá de la distancia, la velocidad o el destino, logró hacer de este viaje algo nuevo y misterioso que ahora se hace preciso descifrar: te quiero.

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