El artículo que sigue ha sido publicado en la página web del Ateneo Jovellanos y forma parte de una serie que se publicarán periódicamente, siendo este el segundo.
El oficio de escribir está poblado de canallas y de tontos.
De
plumas y de tizas dijimos que escribiríamos ahora. Y a ello vamos, despidiéndonos
allá muy lejos, con los ruidos de las chillonas cornejas marinas, en los mares
de aguas saladas, entre Troya e Ítaca: ¡Adiós! a la virgen y diosa Atenea, la
de ojos brillantes e hija de Zeus, al igual que las Ninfas, si bien estas, por
ser Nýmphé, eran “muchachas
preparadas para casarse”. Tal preparación las vírgenes solteras no la han de
precisar. Y pregunto si será verdad la afirmación del escritor García Hortelano
de que la virginidad perdida nunca cicatriza. Ni idea.
¡Qué
maravillosa genealogía, pues, la del Ateneo y la de los Ateneos!
En el vanidoso
mundo de las letras, de los llamados letrados, se distinguen los que son de
pluma, pluma de ave, o creadores, de los que son de tiza o de tarima, críticos
y profesores, escalafonados y/o escalfados como los huevos; también a modo de
tábanos literarios, por su picar y ruido zumbón. Los estilos de unos,
creadores, y de otros, repetidores, son
inconfundibles. Y eso vale para todos, desde los principales académicos y académicas
de la Real de la Lengua hasta los restantes o
secundarios. Y pregunto ahora, lector o lectora, de tanta afición a
escribir: ¿Usted qué es, de los de pluma o de tiza?
Si me atrevo a
preguntar, tengo la obligación de preguntarme: ¿Y tú, qué? Salvo contadas
ocasiones, nunca he disertado subido a entarimados ni he escrito con tizas, en
encerados. Mi literatura hasta ahora fue la jurídica, que es un oficio de
escribir. Fui autor –notario autorizante- de miles escrituras llamadas
“públicas”, teniendo, en primer lugar, que indagar –trabajo a veces imposible-
la real voluntad de los llamados otorgantes, y teniendo, en segundo lugar, que
convertir aquella voluntad en palabras escritas; la exactitud y la brevedad son exigencias para
evitar pleitos. También fui autor de sentencias –Magistrado- “literaturizando” los
argumentos de la decisión en controversia; aquí la argumentación y los derechos
s saber los “porqués” han de excluir la brevedad. Aquí viene la frase como
oráculo, va después del título, que es –lo digo ahora- del poeta Roberto
Bolaño. Nunca he querido saber ni me
preocuparon ni el número de canallas y de tontos que me rodearon; muchos más al
principio que al final. Quiera Dios que en la nueva fase, dedicada a la
Literatura sin adjetivo, siga siendo quien escribe, un escritor de pluma y no
de tiza.
Gracias a You
Tube he visto y oído decir a la Hermana
Teresa María Gutiérrez, Carmelita Descalza de Santa Teresa, del Convento de
Oviedo, decir una maravilla literaria: “Un
árbol que cae hace más ruido que un bosque que crece”. Los árboles y sobre
todo los bosques, con o sin hadas, todos con encanto aunque estén
desencantados, son de excelencia literaria, como lo prueba que son los protagonistas
principales de la escritora Ana María Matute y del escritor Wenceslao Fernández
Florez. La Hermana Teresa, Monja y Contemplativa, me hizo contemplar el
silencio del bosque que crece. Me bastó oírla y dar un solitario paseo por mi
bosque vecino, entre Quinteles y el Infanzón. Después, al regresar, me acordé
de Santa Teresa y en voz alta leí o recé el literario Camino de Perfección.
Debo indicar
que desde niño, habiendo vivido en la calle Muñoz Degraín de Oviedo enfrente
del entonces Convento de Las Carmelitas, pegado a una impresionante iglesia en
ruinas por los bombardeos en tiempos de la Guerra Civil, la reclusión
contemplativa de esas monjas me fascinó y asustó. Tenían un capellán estaba
loco; la mandadera Aquilina espantaba a la chavalería que quería fisgar; tras
el imponente portón, abierto para que entrara el médico, dos monjas cubiertas
con velos negros avisaban tocando una campanilla; una monja lega, cubierta con
paño blanco, cuando volvía de la huerta y el gallinero de atrás, calzaba madreñas.
¡Cuántas veces
pensé en eso tan literario de levitar con calzas de madreñas! Siempre las
Carmelitas de Oviedo, las de antes y ahora, me hicieron pensar mucho.
Foto de la iglesia de los Carmelitas en la calle Muñoz Degraín de Oviedo, en ruinas por los bombardeos en la Guerra Civil española (foto de José Vélez)
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