sábado, 30 de mayo de 2020

"ESCRITURA Y ATENEO" (3ª parte), por ÁNGEL AZNÁREZ


        (Levitando y testando)

“Afortunadamente no se le emponzoñó la pluma, para él lengua del alma: se le llenó de humor, de gracia soleada. Echado del mundo, de la colectividad, se retiró a un mundo que se hizo para él”.
     Ramón de Garciasol, Cervantes y El Quijote. Austral 1969.

   El escritor, que es el único que hace la Literatura –el lector lo que hace es otra cosa muy diferente-, tiene dudas; por ejemplo, no sabe si las explicaciones a dar, de los textos, han de ser minuciosas, advirtiendo al lector para que se fije en detalles, o si, por el contrario, ha de utilizar elipsis o “entendidos”, a libre “rellenar” por el lector. En la 2ª Parte, por ejemplo, el lector ha de concluir –el escritor nada dice- si hay desmesura o jocosidad entre una “descalza” Carmelita, hermana lega que así se llamaba entonces, que “calzaba” madreñas cuando regresaba de la huerta del Convento; calzado, el de madreñas, que es de mucho calzar. En aquel tiempo, en el Convento de Carmelitas Descalzas, de la calle Muñoz Degraín de Oviedo, había tres hermanas legas; las restantes se llamaban madres; hoy todas se llaman hermanas. 

Es innegable que tan pesado tipo de calzado, el de las madreñas, hacía más pesado eso tan difícil, ya de por sí, que es levitar, flotar o elevarse del suelo como por arte sobrenatural o de magia.  “Tirar de la levita, del levitín o del levitón” a una persona da idea de una cierta elevación; suele requerir que el que tira sea bajito, siendo el tirado mucho más alto o estar subido a una banqueta. Para levitar, ciertamente, no se ha de utilizar madreñas, pues lo deseable es estar descalza, como una monja carmelita, o bien calzada aunque de manera ligera, con zapatillas.

En cualquier caso, no es suficiente: la elevación, mística o no, por acción sobrenatural o de magia, requiere pasar hambre, mucha hambre, además de tener baja la tensión y la temperatura corporal. Se ha de estar escuálido/a como un pez escualo o ser “mini” cual ninfa o sílfide de ballet. Todo muy flaco, para levitar, menos las ilusiones, la imaginación, alucinaciones, santidades, aquelarres o las echadoras de cartas, todas las cuales han de ser gordas, muy gordas, monstruosas, de alta temperatura espiritual, y como si estuvieran fuera de sí.

Zapatillas diseñadas para levitar


Los expertos en “ciencia dietética” darán recetas especiales para facilitar la levitación; no la aconsejarán a personas que padezcan diabetes, dado el mucho peso del azúcar en sangre, y sí recomendarán comer muchas avellanas. Por comer muchas avellanas en Tarragona “levitó” el llamado Avellaneda, autor fingido, apócrifo, del Segundo Tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, al que tanto Cervantes en la Segunda Parte de su Quijote zahiere. Se da la circunstancia de que el tal  Avellanas era natural de Tordesillas, lugar de trigos y de mucho secano, pero muy escaso en avellanas. Del tal Avellaneda, Francisco Rico, en sus Anales Cervantinos, dice que “profesaba una religión estrecha y oscura, llena de peregrinaciones e imágenes religiosas; un fanático de la eficaz y fácil devoción mariana”.

Testamentos viejos
No es extraño, pues, que por tal religiosidad, el de Tordesillas levitará creyéndose ser el autor de esa tragicomedia o entretenimiento cómico que es El Quijote. Se elevó en verdad, pero no se sostuvo en las alturas, cayendo al suelo y pegándose un gran golpe.  Y ese es el problema de muchas gentes, incluidos letrados, economistas, asesores expertos en saberes o en nubes, que creyéndose en los cielos como divinos, cuando son únicamente frágiles pompas de jabón, caen a tierra y se la pegan.

Una ateneísta, de muchas mayúsculas, pues dice ser A.P.D. y ser filóloga por Salamanca, luego escritora de mucha tiza, me hace dos preguntas, en referencia a la escritura jurídica, la de notarios y jueces, a la que nos hemos referido en parte anterior. La primera pregunta es si la escritura de notarios y jueces es en prosa o en verso; la segunda es sobre qué género es el de esa escritura -que no es ni el género masculino o femenino, los dos verdaderos géneros-, sino si es lírica, épica o dramática.


Contestar a las dos preguntas es complicado, pues habría que hacer muchas  divisiones, subdivisiones y/o cuadros sinópticos, algo muy normal o anormal tratándose de notarios y de jueces: ocasiones tendremos de explicarnos en partes posteriores. Bástenos ahora referirnos a esa literatura del “mas allá” que es la de los testamentos, en los que se dispone de los bienes, “para después de la muerte”, teniendo especial cuidado e interés en aquéllos que creen, al final de los tiempos, en la resurrección de la carne, al final de los tiempos –modalidad de literatura apocalíptica y escatológica, del estilo del profeta Jeremías.

El testador ha de ponerse en situación o trance, casi levitando. Ha de hacer un esfuerzo gigantesco para creer en eso tan extraño, convencido de que no va con él o con ella: que es morirse siendo inmortal y que los que se mueren son los demás. Y es razonable la siguiente pregunta: ¿Si reparto los bienes, cómo los recuperaré al resucitar? A esto, sin duda, un sabio notario dará respuesta, estando el problema y la dificultad en encontrarlo, al notario, al notario. En el Capítulo LXXIIII de la 2ª Parte de Don Quijote de la Mancha se dice que Alonso Quijano vivió únicamente tres días después de haber hecho su testamento; he ahí otra prueba más del necesario “¡fute, fute!” a los testamentos, para vivir o sobrevivir.

 Para tranquilidad de A.P.D. diré que la literatura escatológica suele ser en prosa, aunque excepcionalmente en verso, y suele ser épica, aunque excepcionalmente lírica, muy lírica. Y en un texto, como este mismo, de tanta Escritura para ateneístas, qué mejor que concluir tal como empezamos, con un escritor o poeta, ocasionalmente de herencias: “Si el rico es hijo de su herencia, el pobre es hijo de sus obras”.

(En próxima parte, escribiremos de una Condesa, que llegó a tal, no por esa institución tan sexual que es el matrimonio -casarse con un conde-, sino por méritos propios, apreciados por la eminencia que fue Alfonso XIII, abuelo y bisabuelo de otras eminencias).

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