CANDÁS |
Desde aquí, como un viento extranjero
que hiciera de esta generosa atalaya
la misma dolorida gracia del destino,
eran espectadores de vuestras partidas,
largamente repetidas, las prolongaciones
de vuestro corazón. Niños y mujeres
arracimábanse en el muelle, aquellos
que en tierra firme restaban amarras
a la suma de vuestras melancolías.
Desde las casas y las fábricas, arremolinados,
veíamosles agitando en esa mirada verdiazul
de inocencia preñada todas las esperanzas
hechas urgencias de ayuno impaciente.
Desde aquí, las tripulaciones extendían
su aliento más libre, entretejiendo con las redes
pérgolas de salitre que tutelaban el regreso,
mientras las barcas iban roturando trochas
en el follaje marino con sus mástiles cálidos
donde los temores se diluían al compás de la faena.
Al engañoso manto partís, obreros líquidos,
hijos impetuosos de la necesidad traslúcida.
En el piélago sentís, marineros de Candás,
todo el clamor de la espuma arremetiendo
contra la piedra. Ese que contempláis
era entonces mar incógnito,
cuando furiosa amante de mensajes indescifrables,
cuando enternecida madre que os acunaba
proveyendo de aleluyas la búsqueda.
Al ondulante granito ascienden los pescadores
sin calibrar en su coraza los límites de la traición.
Bullente marinería del tesón: los confines acuáticos
os contemplaron muchas veces cercados
por fuego y carámbanos, mas nunca se doblegó
vuestro espíritu al cansancio o a la renuncia.
Sobre las cuestas y callejas, recuerdan los vuestros
cómo un día os engulló la línea del cielo.
El reloj y la noche marcaban la dureza
de la incertidumbre, siempre latente la amenaza
que como ceguera se agarra a la vida;
siempre pendientes del avance de las sombras
que en alta mar acechan a brazadas y sudor,
el martilleante maleficio que no respeta el hambre.
Ahora volvéis a ver, conmigo,
desde esta lanzadera cristalina,
a los pajes de pantalón corto y voz fresca
saludándoos al alba, con su placidez estruendosa.
Y todos volvemos a comprobar
cómo va fondeando la alegría
en la ensenada del ánimo;
cómo vuelve a armarse, rítmicamente,
el puzzle en los hogares, vaciando
los pechos del peso que hería las respiraciones.
(Candás, 14-IX-1999)
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