miércoles, 10 de octubre de 2012

"NUEVOS CURAS PARA GIJÓN", artículo de JOSÉ MARCELINO GARCÍA


(Publicado en "LA NUEVA ESPAÑA", 26/09/12)

A Gijón, ciudad marítima y seductora, donde la mar hace colchones con las olas, colocada bajo el nordeste, la bruma salada, la flor del manzano y los tilos; villa de lances, con gente que se santigua poco, de ocio, hierro, paro, sidra y tallerones. A la primera capital de Asturias en habitantes, lugar de encuentro y de negocios, han llegado, en esta hora mundialera en la que la política ha sucedido a la religión y donde la Iglesia española, en su peor momento, sufre una desconfianza y un rechazo aún mayor que antes de la Guerra Civil, han llegado, digo, nuevos curas.
Percibida por unos como una institución regida por un sanedrín correosos, por otros como patíbulo de la imaginación, por algunos como oscuro panteón donde una clase vieja y decadente se refugia, la Iglesia española agoniza entre largos sollozos de órgano, la bruma de su incienso y la cantinela de sus retóricas oraciones de libro (a las que parece Dios no presta oídos). Dicen que al desván de la Historia, o al desguace, irá a parar sin remedio si sigue sin querer darse cuenta que está en un siglo nuevo. Un siglo que aborrece a predicadores y dogmas de siglos pasados, que pide a gritos una generación democrática con una bandera sin tanto amarillo de la trasnochada corte medieval romana.
Nuevos párrocos para unos tiempos de turbación, en los que no podrán emplear sus mejores energías en organizar montacomuniones, montabodas, o montaprocesiones, ni ser guardianes (seguro que nunca lo fueron) de trapos, clavos, pelucas, coronas y cinturones de la Virgen; o de doctrinas obsoletas que nada tienen que ver con el Nazareno, ese Hijo de Hombre que nunca pudo soportar ver la vida como una enfermedad ni el mundo como un lazareto. No podrán, digo, y ellos lo saben, ser pastores de una Iglesia que se fue haciendo viejísima sin hacerse mejor; ni poner barricadas en torno a los desafíos de estos tiempos; ni arrugarse, aunque el barco se esté anegando. Hablar y dejar hablar, pensar y trabajar junto con los que se esfuerzan por conseguir una Iglesia democráticamente transparente y cristiana que recupere la confianza (hoy prácticamente diluida) de una sociedad que marcha hacia la pobreza sin esperanza, será la ardua tarea la que les espera a estos nuevos gijoneses. Menester tendrán para llevarla a cabo que se posen sobre ellos las “Lenguas de fuego”, y con ellas los Septiformis Munere. 

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