Hace algún
tiempo, en el diario EL COMERCIO, leí una crónica del homenaje que se le va a tributar a José Avelino Moro
hoy, y aunque un poquito tarde, este acto me llena de satisfacción debido a mi
entrañable amistad con este extraordinario ser que lo daba todo sin pedir nada
a cambio.
Yo conocí a
Moro precisamente en EL COMERCIO, donde los dos trabajábamos (el menos que yo pues
por desgracia se ha ido de entre nosotros muy joven), pero lo suficiente para
que conociera a una persona inteligente, culta, sociable, cariñosa y sumamente
generosa en todos sus aspectos.
La verdad es
que en este diario se glosó la figura de Moro como comentaristas de ciclismo,
profundamente comprometido con el Pueblo de Asturias, donde desarrolló una
labor encomiable junto a Luis Argüelles. Pero tiene otras dos importantes
facetas este polivalente periodista, que yo, modestamente, por mi amistad y conocimiento
de su trayectoria en este periódico, me apetece relatar porque es justicia
comentarlo.
Portada de Nicanor Piñole |
Una de las
características más pronunciadas de este genuino periodista era la de escritor
costumbrista. El costumbrismo es como se solía hablar en los alrededores de
Gijón. Precisamente, y con esta sencilla forma de expresarse, por aquél
entonces se le editó por parte de EL COMERCIO un librito con “15 histories de
Tadeo” que cundió profundamente entre los lectores por su amenidad y gracejo
astur, colaborando con un dibujo la mayor parte de los artistas plásticos de
aquella época, entre ellos Mendivil, Moré, Magdalena, Magín Berenguer, Crespo
Juglar, entre otros, y en su portada la siempre valorada muestra de nuestro
emblemático pintor Nicanor Piñole. Aún conservo esta pequeña obra con una
cariñosa dedicatoria hacia mí.
Y la segunda
faceta era la de comentarista de arte plástico. Y precisamente el arte ha sido
uno de los pilares que propició nuestra amistad. Posiblemente Moro haya sido
uno de los mejores conocedores del arte plástico astur, y una prueba de ello ha
sido su afán de acomodar a Marola en el lugar que le correspondía, por la manera
de interpretar en sus lienzos el claroscuro de sus figuras y paisajes.
Con el acuarelista Alfonso, Piñole y Marola |
Moro, como
familiarmente se le conocía, junto a su respetable esposa, debido a su amor y
conocimientos del arte, había montado una modesta galería de pintura y
enmarcación en la calle de Martínez Marina, una callecita por detrás de la
antigua Cámara de comercio donde hoy está ubicada una tienda de productos ecológicos
asturianos, donde expusieron en aquella época un sinfín de artistas plásticos
que sería prolijo enumerarlos.
Y para
terminar y no cansarles, como una buena muestra del cariño y la ternura de este
personaje llamado Moro, basta decirles que fomentó la amistad no solamente
conmigo, sino con numerosas personas. Como Luis Argüelles, al que por lo menos
apadrinó para su entrada como director del Museo del Pueblo de Asturias.
También es de destacar su amistad con otro colaborador de este diario, en este
caso en materia de pesca, Agustín Coletes. Y tantos y tantos amigos que
procuraban mantener a su lado por la inmensa calidad humana que emanaba.
Y como colofón
a esta humilde dedicatoria a Moro, debo decirle al permisivo lector que, aunque
es ley de vida, es una verdadera lástima que personas como él desaparecieran
para siempre, máxime cuando todavía le quedaba tanto por hacer en el
ensalzamiento y la idiosincrasia de lo astur.
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