jueves, 20 de junio de 2013

LA LIBERTAD POR ENCIMA DE CASI TODAS LAS COSAS, QUE YO AMO, TIENE UN PRECIO


Nunca a lo largo de nuestra historia hemos sido tan libres como ahora. Paradójicamente también nunca hemos estado tan controlados. Cuando yo estudiaba -que ya llovió-   un viejo profesor de filosofía  nos repetía machaconamente, para explicarnos no se qué silogismo ya olvidado,  que no podía ser de noche y de día a la vez. O que lo que  era  blanco, no era negro. Sin embargo, en lo tocante a libertad parece que dos conceptos antagónicos se pueden perfectamente combinar: ser libres y estar controlados. Amo la libertad, como digo en el título, casi por encima de todas las cosas, y establezco el límite allí donde atente contra la de otros  o contra las normas exigibles para que la convivencia sea posible. Casi el resto de las circunstancias esclavizantes –que muchas hay- me las suelo saltar a la torera. No cedo ante el poderoso, no cedo ante quien quiere infringirme un chantaje emocional, no cedo ante la moralina estúpida que practican algunas personas que intentan dominarte en nombre de unos principios que ni tan siquiera practican y  que les conducen a una infelicidad que soportan estoicamente, las más de las veces para cubrir una apariencia social. De todo esto, y de más, procuro apartarme. Y por todo, pago un precio importante. Algunas personas me rechazan porque se sienten superiores a mí, otras consideran que soy un diamante en bruto (tal cual me lo dijeron), para mis jefes –pese a mi eficacia laboral y mis titulaciones superiores- soy simplemente una secretaria con categoría de auxiliar administrativo, soporto con resignación sus torpezas y transcribo sus  cartas llenas de faltas de ortografía que no reconocen, mi sueldo pasa muy poco de los mil euros… Y un largo etcétera fácilmente imaginable para quienes de verdad me conocen, que son los menos. Y esa es mi humilde libertad. Pero según decía en el comienzo, soy consciente de que estoy muy controlada. Por otra parte,  como el resto de los ciudadanos. El medio que en estos momentos utilizo, para comunicarme no se sabe con quién, es el principal culpable. Y, por ende, yo misma que lo utilizo. Por aquello que nosotros los internautas contamos, quienes mueven los hilos conocen nuestros gustos, nuestro pensamiento o cualquiera de nuestras acciones. Cuando yo tenía a Obladi, mi mascota, publiqué sus fotos y al poco tiempo comenzaron a aparecer en mi correo marcas de comidas para perro. Está claro que  alguien controlaba mi correo con fines comerciales. Nuestros escritos van dejando un rastro que ya nunca se borrará, lo sé. Pese a ello, no deseo renunciar a comunicarme con dios sabe quién, pero desde luego con alguien. Yo comparo el ordenador con el antiguo patio de mi calle, en la llamada Santa Teresa, que es donde nací. Cuando  era niña recuerdo que mi abuela y mi madre se comunicaban con las vecinas, todos estábamos al corriente de cuanto sucedía en el barrio, se comentaba lo que decía el periódico, se compartían penas y alegrías con toda naturalidad. Para bien o para mal, así era. Hoy lo más normal es no conocer a los vecinos, y mucho menos que nos cuenten o contarles nuestra vida. Pero las redes sociales han sustituido esa comunicación directa. No tengo más que entrar en Facebook para saber de mis conocidos. Me cuentan, cuentan a todo el que lo quiera leer, que acaban de llegar de vacaciones, que han tenido un día duro, o que el niño hace la primera comunión. No hace mucho a una vecina de mi madre, que por edad aún se comunican en directo, le dio un infarto y tuvo que ser ingresada. Ante su asombro –el de mi madre, digo- fui informándola a diario del estado de su vecina. ¿Cómo? Pues sencillamente porque su hija, que no vive cerca, publicaba el estado de su madre, los progresos..., que todos compartimos  intentando arroparla. Así funcionaban las cosas. ¿Es esto ser libre? Pues ciertamente no lo se, pero no me disgusta. Poder decir –escribir- lo que me apetece en cada momento es muchas veces el último recurso, o el único, para revelarme contra aquello que no me gusta, para compartir lo que me hace feliz y también lo que me entristece. Pudiera ser, parecer, el resultado de la soledad. Es posible, pero no del todo cierto. Al menos si por soledad se entiende no tener compañía. Muchas personas la tienen, pero viven en soledad. Campoamor decía que "...es todavía más espantosa la soledad de dos en compañía." 

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