Grandiosidad es la palabra que mejor puede definir a este maravilloso y espectacular valle que es la puerta desde la primera capital del Reino de Asturias hacia los Picos de Europa.
A
los pies del Auseva hay una cueva natural en la misma montaña de la que brota
el río de Deva, la venerada diosa desde la noche de los tiempos que gobierna
las montañas, los árboles y las plantas. Una
espectacular cascada de aguas cae desde allí y versos populares aseveran que
tienen poderes mágicos. De ahí que se haya desarrollado la tesis de la
existencia en aquel lugar de primitivos cultos paganos.
Allá
por el siglo octavo, se cuenta que en aquella cueva vivía un ermitaño que
rendía culto a una virgen que se cree que fue traída desde el Monsacro hasta
este altar mayor que es la “cova dominica” y que no se puede descartar que
fuese también de madera negra, como la que se conservó en la capilla octogonal
del monte sagrado hasta la
Guerra civil. A pesar de que los apóstoles nunca rindieron
culto a la Virgen
–ya que solamente era la esclava del Señor- el culto mariano se extendió
rápidamente por el mundo cristiano desde la Tierra Santa.
A
aquella rústica imagen veneró Pelayo y cuenta la leyenda que el primer rey de la Monarquía Asturiana
vio en el cielo una cruz rodeada de cegadora luz con las palabras: “Hoc signo
vincitur inimicus”. El signo de la cruz vencerá a los enemigos. Por eso hizo
una cruz de roble que le sirvió como estandarte en la batalla contra los musulmanes.
Allí,
en aquella cueva, dicen que se encuentran los sepulcros de Pelayo y del rey
Alfonso I “El Católico” quien fue el que hizo construir allí un templo con tres
altares dedicados a la Virgen ,
a San Juan Bautista y a San Andrés. A fin de dar un culto continuo a la Madre de Dios también
crearon un monasterio que fue cedido a los benedictinos. Más tarde aquel templo
construido en la hendidura de la peña Alfonso II “El Casto” lo reforzó con
maderas de roble y de tejo.
La
continuidad de los ritos en aquel Altar Mayor se hizo siguiendo las
instrucciones de San Gregorio Magno quien en el año 595 ya había recomendado no
destruir los templos paganos y transformarlos en iglesias.
Fernando III el Santo y Alfonso X el
Sabio ensancharon las propiedades del Santuario. Felipe II lo enriqueció con
muy valiosos objetos para el culto: Felipe III concedió privilegios al Abad;
Felipe IV sustituyó la comunidad de canónigos regulares de San Agustín por los
seculares de una Colegiata regalándoles una custodia con brillantes, rubíes y
esmeraldas. Durante el reinado de Carlos II fueron sustituidos los
escalones de madera por una enigmática escalera de piedra con ciento un
peldaños y a la que se le dio el nombre del perdón. Por eso los peregrinos
suben de rodillas hasta el Altar Mayor.
Aquel
templo denominado “del milagro” -porque se encontraba sobre un abismo, sin
caerse a causa de los vientos y las tormentas- desapareció como consecuencia de
un extraño incendio acaecido en el año 1777 en el que se consumió la primitiva
virgen de madera.
Un
año después de aquel siniestro, el Cabildo de Oviedo regaló una nueva imagen de
la virgen ya policromada y con el niño en sus brazos, a la que se dio culto en
la pequeña capilla de San Fernando ubicada a la entrada de la sagrada cueva. Nada
tiene que ver con otra virgen rústica que desde el siglo XVI se venera en la
capilla de Los Remedios, en el pueblo de Teleña (Cangas de Onís) a la que
curiosamente siempre se le ha dado el nombre de “la santina” y que no tiene al
niño entre los brazos de acuerdos con los ritos de la tradición del culto
mariano.
Un
ilustrado hombre de Tineo –Pedro Pérez, conde de Campomanes- y Jovellanos
influyeron sobre el rey Carlos III para reconstruir el santuario. Aunque el
monarca había marginado a Ventura Rodríguez –un experto en la reconstrucción de
catedrales, además de autor en Asturias de la capilla de Covadonga en lo que
fue hospicio y hoy es Hotel de La Reconquista , así como del balneario de Las
Caldas- al volcar su confianza en Sabatini, los asturianos lograron convencer a
Carlos III para que el inagotable arquitecto de Ciempozuelos diseñase los
primeros planos. Las obras de construcción fueron iniciadas en 1781 bajo la
dirección del arquitecto Manuel Reguera. Sin embargo aquel proyecto no le
satisfizo al Cabildo debido a que ocultaba la hermosura silvestre de la cueva.
Así que no pasó de los cimientos que todavía se conservan canalizando el río
Deva.
Un
siglo después, gracias a la iniciativa del
emprendedor obispo Sanz y Forés -tras superar el desaliento que le
produjo el abandono en que se encontraba- se retomó el proyecto de construcción
de un gran santuario eligiéndose el cerro situado entre los montes Auseva y
Ginés. El primer proyecto lo realizó Roberto Frasinelli, apodado “el alemán de
Corao”, un culto anticuario que pasaba largas temporadas en los picos de Europa
alimentándose de los rebecos que cazaba y bebiendo el agua en la palma de su
mano. Sus catarros los curaba revolcándose desnudo en la nieve. Las obras
comenzaron en 1877 y el rey Alfonso XII puso el primer barreno para lograr un
desmonte de cerca de treinta mil metros cúbicos de piedra. Tras diversas
vicisitudes económicas, el obispo Martínez Vigil retomó el proyecto y basándose
en los planos de Roberto Frasinelli, le encargó el proyecto al arquitecto
valenciano Federico Aparici quien desarrolló su estilo neorrománico.
Después
de veinticuatro años, el 7 de septiembre de 1901, una vez que el papa León XIII
había elevado el templo a la categoría de basílica, fue inaugurado por el
obispo Martínez Vigil. En presencia de la reina Isabel II ofició la primera
misa quien después sería San Antonio María Claret. Diecisiete años después, con
motivo de la celebración del duodécimo centenario de la histórica batalla de
Pelayo, el 8 de septiembre de 1918, la Virgen de Covadonga fue coronada en una solemne
ceremonia por el arzobispo de Toledo, el asturiano Victoriano Guisasola, en
presencia de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia.
.
Así
fue como se pasó de un templo pagano al lado de las aguas del río Deva a un
santuario cristiano manteniéndose a lo largo de la Historia siempre como el
Altar Mayor de Covadonga, envuelto, protegido y cobijado por la Naturaleza de un valle
grandioso que encierra dentro de sí muchos misterios.
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