miércoles, 12 de junio de 2013

"LA GRANDIOSIDAD DE UN VALLE QUE COBIJA AL ALTAR MAYOR DE COVADONGA", artículo cedido para el blog por el periodista MANUEL DE CIMADEVILLA



Grandiosidad es la palabra que mejor puede definir a este maravilloso y espectacular valle que es la puerta desde la primera capital del Reino de Asturias hacia los Picos de Europa.
A los pies del Auseva hay una cueva natural en la misma montaña de la que brota el río de Deva, la venerada diosa desde la noche de los tiempos que gobierna las montañas, los árboles y las plantas.  Una espectacular cascada de aguas cae desde allí y versos populares aseveran que tienen poderes mágicos. De ahí que se haya desarrollado la tesis de la existencia en aquel lugar de primitivos cultos paganos.
Allá por el siglo octavo, se cuenta que en aquella cueva vivía un ermitaño que rendía culto a una virgen que se cree que fue traída desde el Monsacro hasta este altar mayor que es la “cova dominica” y que no se puede descartar que fuese también de madera negra, como la que se conservó en la capilla octogonal del monte sagrado hasta la Guerra civil. A pesar de que los apóstoles nunca rindieron culto a la Virgen –ya que solamente era la esclava del Señor- el culto mariano se extendió rápidamente por el mundo cristiano desde la Tierra Santa.
A aquella rústica imagen veneró Pelayo y cuenta la leyenda que el primer rey de la Monarquía Asturiana vio en el cielo una cruz rodeada de cegadora luz con las palabras: “Hoc signo vincitur inimicus”. El signo de la cruz vencerá a los enemigos. Por eso hizo una cruz de roble que le sirvió como estandarte en la batalla contra los musulmanes.
Allí, en aquella cueva, dicen que se encuentran los sepulcros de Pelayo y del rey Alfonso I “El Católico” quien fue el que hizo construir allí un templo con tres altares dedicados a la Virgen, a San Juan Bautista y a San Andrés. A fin de dar un culto continuo a la Madre de Dios también crearon un monasterio que fue cedido a los benedictinos. Más tarde aquel templo construido en la hendidura de la peña Alfonso II “El Casto” lo reforzó con maderas de roble y de tejo.
La continuidad de los ritos en aquel Altar Mayor se hizo siguiendo las instrucciones de San Gregorio Magno quien en el año 595 ya había recomendado no destruir los templos paganos y transformarlos en iglesias.
Fernando III el Santo y Alfonso X el Sabio ensancharon las propiedades del Santuario. Felipe II lo enriqueció con muy valiosos objetos para el culto: Felipe III concedió privilegios al Abad; Felipe IV sustituyó la comunidad de canónigos regulares de San Agustín por los seculares de una Colegiata regalándoles una custodia con brillantes, rubíes y esmeraldas. Durante el reinado de Carlos II fueron sustituidos los escalones de madera por una enigmática escalera de piedra con ciento un peldaños y a la que se le dio el nombre del perdón. Por eso los peregrinos suben de rodillas hasta el Altar Mayor.
Aquel templo denominado “del milagro” -porque se encontraba sobre un abismo, sin caerse a causa de los vientos y las tormentas- desapareció como consecuencia de un extraño incendio acaecido en el año 1777 en el que se consumió la primitiva virgen de madera.
Un año después de aquel siniestro, el Cabildo de Oviedo regaló una nueva imagen de la virgen ya policromada y con el niño en sus brazos, a la que se dio culto en la pequeña capilla de San Fernando ubicada a la entrada de la sagrada cueva. Nada tiene que ver con otra virgen rústica que desde el siglo XVI se venera en la capilla de Los Remedios, en el pueblo de Teleña (Cangas de Onís) a la que curiosamente siempre se le ha dado el nombre de “la santina” y que no tiene al niño entre los brazos de acuerdos con los ritos de la tradición del culto mariano.
Un ilustrado hombre de Tineo –Pedro Pérez, conde de Campomanes- y Jovellanos influyeron sobre el rey Carlos III para reconstruir el santuario. Aunque el monarca había marginado a Ventura Rodríguez –un experto en la reconstrucción de catedrales, además de autor en Asturias de la capilla de Covadonga en lo que fue hospicio y hoy es Hotel de La Reconquista, así como del balneario de Las Caldas- al volcar su confianza en Sabatini, los asturianos lograron convencer a Carlos III para que el inagotable arquitecto de Ciempozuelos diseñase los primeros planos. Las obras de construcción fueron iniciadas en 1781 bajo la dirección del arquitecto Manuel Reguera. Sin embargo aquel proyecto no le satisfizo al Cabildo debido a que ocultaba la hermosura silvestre de la cueva. Así que no pasó de los cimientos que todavía se conservan canalizando el río Deva.
Un siglo después, gracias a la iniciativa del  emprendedor obispo Sanz y Forés -tras superar el desaliento que le produjo el abandono en que se encontraba- se retomó el proyecto de construcción de un gran santuario eligiéndose el cerro situado entre los montes Auseva y Ginés. El primer proyecto lo realizó Roberto Frasinelli, apodado “el alemán de Corao”, un culto anticuario que pasaba largas temporadas en los picos de Europa alimentándose de los rebecos que cazaba y bebiendo el agua en la palma de su mano. Sus catarros los curaba revolcándose desnudo en la nieve. Las obras comenzaron en 1877 y el rey Alfonso XII puso el primer barreno para lograr un desmonte de cerca de treinta mil metros cúbicos de piedra. Tras diversas vicisitudes económicas, el obispo Martínez Vigil retomó el proyecto y basándose en los planos de Roberto Frasinelli, le encargó el proyecto al arquitecto valenciano Federico Aparici quien desarrolló su estilo neorrománico.
Después de veinticuatro años, el 7 de septiembre de 1901, una vez que el papa León XIII había elevado el templo a la categoría de basílica, fue inaugurado por el obispo Martínez Vigil. En presencia de la reina Isabel II ofició la primera misa quien después sería San Antonio María Claret. Diecisiete años después, con motivo de la celebración del duodécimo centenario de la histórica batalla de Pelayo, el 8 de septiembre de 1918, la Virgen de Covadonga fue coronada en una solemne ceremonia por el arzobispo de Toledo, el asturiano Victoriano Guisasola, en presencia de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia.
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Así fue como se pasó de un templo pagano al lado de las aguas del río Deva a un santuario cristiano manteniéndose a lo largo de la Historia siempre como el Altar Mayor de Covadonga, envuelto, protegido y cobijado por la Naturaleza de un valle grandioso que encierra dentro de sí muchos misterios.





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