miércoles, 20 de octubre de 2010
LAS ÚLTIMAS LETRAS DE CLARÍN
José Luis Campal
(Real Instituto de Estudios Asturianos)
Al alborear la mañana del 13 de junio de 1901 expiraba en Oviedo, su ciudad adoptiva, el literato y crítico de proporciones más giganteas que ha dado Zamora a toda la literatura española: Leopoldo García Alas y Ureña, para la posteridad Clarín, nada menos y nada más. A partir de entonces despegaría, primero con timoratas prevenciones de orden religioso y estético, y a partir del medio siglo pasado ya de un modo irrefrenable, la gloria póstuma y definitiva del artífice de «La Regenta» y de una ingente cantidad de excelentes cuentos que, con el transcurrir del tiempo, no dudo superen con creces a su otra aportación novelesca y a buena parte de su labor crítica, demasiado mediatizada por fobias y filias personales. Esa pujante corriente de reconocimiento se galvanizó en el comienzo de este nuevo siglo con el proyecto editorial de sus Obras Completas y en la tercera biografía del catedrático de Derecho, después de las realizadas por Juan Antonio Cabezas y Marino Gómez Santos.
Sin embargo, ni en el tomo correspondiente a los artículos de 1901 ni en la nueva incursión biográfica hemos visto las que quizá fueron las últimas cuartillas, inconclusas por el asalto de la muerte, que Clarín dejó en su gabinete de trabajo destinadas a una de sus «Revistas mínimas», que insertaba, desde el 26 de mayo de 1888, el diario político madrileño «La Publicidad». No se han perdido dichas cuartillas postreras porque, al cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento, el rotativo ovetense «El Progreso de Asturias» dedicó el 13 de junio de 1902 sus dos primeras páginas a homenajear al escritor desaparecido. El año anterior, ese mismo periódico republicano de orientación liberal había consagrado su número del domingo 16 de junio a glosar la figura de Alas, para lo cual reclutó las opiniones de una veintena de autores, entre los que se citaban, entre otros, G. de Azcárate, Melquíades Álvarez, Rogelio Jove y Bravo, Alfredo Alonso, Eusebio Blasco, José Ortega Munilla o Fermín Canella.
En esas letras de despedida que vieron la luz en su cabo de año, Clarín fulmina, con una rabiosa gracia, la pedantería y falsedad imperantes en los ambientes literarios de hace una centuria, y que viene a ser hoy día prácticamente la misma miseria. Como estimo que no deben olvidarse, reproduzco a renglón seguido estos breves párrafos: «Muy escasa, muy lánguida es nuestra vida literaria, si se atiende a su movimiento ordinario, si se estudian sus “Anales”. Temporadas hay en que parece que nadie piensa para nada en las letras; a no ser esos beneméritos principiantes que, llenos de fe... en lo venidero, se lanzan al piélago inmenso de la indiferencia universal en la pobre carabela de un tomito de versos, “libertarios” o a la medida, o en el frágil esquife de una novela, ora naturalista, ora simbólica... ora pornográfica. La crítica tampoco rebulle. A esos novelistas no comprendidos les dan bombos los amigos Sainte Beuves temporeros; y otras veces, las más –esto va siendo lo más corriente y es lo más sencillo–, se los dan ellos mismos. Y hemos progresado tanto en esto de la autocrítica y del autobombo, que la costumbre es ya que el autor de uno de esos libros haga que le den un banquete sus entusiastas, que son sus íntimos y sus parientes. El banquete, claro, lo paga él. Pero, aun con todos estos artificios, poco les dura la ilusión a los neófitos, y así, el número de los desengañados, y que huyen de la imprenta como gato escaldado del agua fría, es infinitamente superior».
En ese mismo ejemplar del viernes 13 de junio de 1902, ocuparon las columnas del rotativo, para rendirle tributo, figuras de primer orden como Félix de Aramburu, Giner de los Ríos, Adolfo Á. Buylla, Adolfo Posada, Aniceto Sela, Ramón Pérez de Ayala (confesaba compungido que aún creía «ver los despojos de aquel gran espíritu, del más grande tal vez de cuantos han influido en mi alma, en esta pobre alma que llora todavía su orfandad espiritual») o el sabio alicantino Rafael Altamira, el cual no escamoteó elogios para el polémico agitador de conciencias: «Tenía Alas condiciones naturales excelentes: ingenio, intuición poderosa, gracia y donaire castizos, fantasía y un exquisito buen gusto, afinado por lecturas variadas y selectas. Pero excedió a casi todos en originalidad de pensamiento, en franca y honda independencia, que ni era fingida y superficial, ni obedecía a sentimientos de orgullo, que conducen a una libertad desarreglada, completamente caprichosa».
No faltó a estas exequias ilustradas el poeta bilingüe (castellano-bable) José Quevedo, quien depositó a los pies del amigo malogrado un sentido soneto en español, y con referencia final a Luis Bonafoux, titulado «13 de junio» y que decía así: «De la verdad eterno enamorado, / como algo que es de Dios, tal fue tu vida, / que, en empresas de amor con tu querida, / pronto rendiste el cuerpo desmedrado. // Pero alienta tu espíritu esforzado / en las puras regiones donde anida / esa misma verdad tan requerida, / a la que aquí viviste subyugado. // Al dejar este mundo mentiroso, / un rumor agitó la España entera / como en honra del sabio virtuoso; // y ocurrió, por tu dicha, de manera / que llegase al lugar de tu reposo / la baba del reptil... ¡tu honra postrera!».
Quedaron así reunidas las últimas letras de Clarín y aquellas otras que le dirigieron sus colegas y amigos y que él ya no pudo degustar.
José Luis Campal
(Real Instituto de Estudios Asturianos)
(Publicado en el diario LA OPINIÓN DE ZAMORA, 4 de octubre de 2010 )
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Alguien sabe que fue de un blog que se llamaba "Las mil caras de mi ciudad" y que era una delicia leer.
ResponderEliminarPerdon por el atrevimiento pero es que ya no se de quien es el blog.