
Llevo algunos días planteándome si el concepto de honradez que yo manejo tendrá algo que ver con lo que tal vocablo evoca en la realidad. O, si, tal vez, como todo cambia, para adaptarse a los tiempos habrá que adoptar nuevas formas de conducta. Soy bastante versátil -entendido como adaptación- y suelo acoplarme bastante bien a las evoluciones, si es que son para bien. No tanto, o más bien nada, si a la cuestión no le veo buen cariz. Como, por otra parte, no me interesa el poder, ni el éxito social, pues no tengo una vida demasiado complicada. Al menos eso pensaba hasta hace algún tiempo. Después de pasarme la vida estudiando –he terminado cuatro carreras, de no demasiada enjundia (de la misma que un abogado, un economista o un psiquiatra, pongo por caso), pero con sus cinco cursos de universidad unas y con tres otras- lo que, como mínimo me da un barniz cultural del que no acostumbro a hacer gala porque no es importante, creo que lo interesante de verdad –al menos para mí- es hacer las cosas bien, cumplir satisfactoriamente con el trabajo que desempeñe en cada momento y… poco más. A estas alturas de mi vida lo único que sé hacer bien es trabajar, con conciencia, con dedicación, hasta con algún éxito, que con toda normalidad y en múltiples ocasiones cedí a quienes disfrutan con el triunfo, aunque no sea de su cosecha. Eso no me molesta: ni frío ni calor me da. Y ahora, cuando ya me queda poco para la jubilación, si es que, como a tanta gente amiga no me retira la enfermedad o la muerte antes, que todo puede suceder, se cruzan en mi camino algunas personas, tampoco demasiadas: no todo el mundo pasa atropellando. No tienen ningún inconveniente en convertirme a su paso en cadáver. Esas mismas que un día me utilizaron, creyendo que yo era digamos “cortita”, pero con algún potencial muy útil. Y, la verdad, he trabajado toda mi vida y creo que lo he hecho bastante bien. De suyo, quienes fueron mis jefes nunca manifestaron ninguna queja al respecto, -hasta ahora, claro- y he ido dejando puertas abiertas por todos los lugares por los que pasé. Y eso lo he conseguido a base de poner en práctica honradez, nunca pisando al vecino: tiene mis mismos derechos. No hubo ningún otro secreto en mi trayectoria vital -ni trampas, ni argucias, ni empujones-; que viví acorde con mi deseo de ser antes que nada persona. Y para serlo intenté ser honrada conmigo misma y con los demás, traté de hacerle frente a aquellas injusticias que perjudicaban a quienes me rodeaban, porque se constituían algunas veces en difamación, otras no hacían justicia a la realidad, o simplemente a la verdad. Hasta ahora, siempre había conseguido que allí donde estuve se reconocieran los derechos de todos: de los más humildes fundamentalmente, de quienes no se saben defender. Ahora, a estas alturas, algo tuvo que haber cambiado, porque ya ni mis propios derechos soy capaz de que se reconozcan. Y los expongo: no tienen secreto. Pido el derecho a trabajar en paz, con honradez, sin trampas de ningún tipo, sin cuchicheos difamatorios, dentro de un orden –el desorden no genera más que caos-, sin tensiones, sin luchas de poder que ni me van ni me vienen. Porque no aspiro a ser poderoso: aspiro a ser feliz con lo que hago. No deseo el reconocimiento social, quien primero tiene que reconocerme soy yo misma. No me gustan los halagos gratuitos, me gusta el cariño –mucho más humilde y grande-, el que se tiene a quien se quiere, independientemente de quien sea, y no de su posición social. No alardeo de nada, dentro de mi creo llevar la formación suficiente para discernir cuando estoy delante de una persona honrada y cuando tratan de engañarme. No contaré el caso, no merece la pena, son trapisondas que intentan hacerle a una para quitarla del medio. Porque las personas que deseamos ser honradas, cuando ya no somos útiles molestamos demasiado. Esta mañana han tratado de darme una apuñalada trapera, apostillada con la correspondiente difamación, que ya no osaron decirme a la cara, según su estilo, pero que divulgaron en el entorno. Reconozco que sentí rabia y, hasta cierto punto indefensión, pero me repuse pronto. No tuve más que echar la vista atrás y analizar comportamientos ajenos, comportamientos de quienes me apuñalaban, y pretendían hacerlo sin que me diera cuenta.Pero qué casualidad, la tonta -que no lo es tanto como pudiera parecerles- no tragó.
Yo sé que algunas personas de las que contribuyen a ese apuñalamiento me leen, hacen de correo y aparentan una honradez que deja mucho que desear. Por lo menos hasta que me lo demuestren. Yo les recomendaría que no se molestasen en leerme. No les servirá de nada, y utilizarlo en mi contra no deja de ser una bajeza vil. Que no es que me importe, todo he de decirlo. Porque, al final lo que sea sonará, creo hasta lo dice una canción. Puede que los 958,50 euros que me pagan al mes y gano con mi trabajo (que hago bien y que no son gastos de representación) les duelan, pero que creo me corresponden como trabajadora. Bastante es que cobre el sueldo más bajo del mercado laboral. Mientras los jubilados, que no de júbilo, siguen realizando un trabajo que impide que personas en edad de trabajar tangan su oportunidad. Un jubilado pagado bajo manga -con no importa que argucia de apariencia legal- es menos conflictivo, porque nunca dice esto está mal. Saben que protestando, los eurillos que reciben - casi a modo de limosna- podrían perderlos porque no le ampara ninguna ley laboral. Es triste, pero es así. Que hacer la vista gorda no es ser tonta, al menos del todo. Que no conviene buscarme las cosquillas, que estoy convencida que con la honradez: con la mía propia,y con los papeles en la mano -que demuestran verdades-, puedo llegar lejos. No menosprecien mis capacidades señores navegantes.
Analicen, analicen sus conciencias, y consulten con el Altísimo si lo que hacen está bien. No basta desayunar con agua bendita, no basta comulgar a diario, no basta con la misa dominical: hay que seguir las sabias enseñanzas cristianas, hay que ponerlas en práctica. No hay que olvidarse de la caridad –que no es precisamente dar limosna-, no hay que olvidarse de hacer el bien, de procurar el reparto equitativo de bienes –de contratar a los trabajadores legales para que tengan un salario que les permita vivir –podrían ser sus propios hijos-; no hay que difamar a nadie para poder medrar. Y saben, señores “sabios” mucho antes de lo que todos pensamos seremos historia, seremos los muertos de cualquier cementerio. ¿Habrán merecido la pena las encarnizadas luchas por el poder? Opinen ustedes mismos.
Y un último ruego, a esos amigos que leen mi blog, que insisto es privado y, por tanto escribo en él lo que me apetece, les recomiendo que sean valientes y que si no les interesa nada de lo que digo no pierdan aquí su tiempo; y a los otros, que alguno habrá, les digo que pongan sus cojones (con pedón) sobre la mesa y defiendan lo que crean justo; y si la cobardía se lo impide retírense, retírense de esta turbia circulación.