sábado, 12 de junio de 2010

A MI COLEGA, EL BLOGUERO DE AL LADO


A mi colega que se siente fracasado, a quien está detrás de Yo y mi mundo, podría decirle tantas cosas que ni tan siquiera sé por dónde podría empezar. Lo hago por donde cuadra, sin previa organización de ideas. Todos, amigo, hemos fracasado muchas veces. Y cuando no ha sido por méritos –o deméritos- propios, se han encargado de fracasarnos los demás. Por eso, el secreto para superar esos trances que nos sumen en ese estado de desesperación en el que tú te encuentras ahora, no queda más remedio que prepararse para esas decepciones que nos da la vida. Y siempre, si ello es posible, aprender de cada empujón. Yo, que podría ser hasta tu madre, puedo contabilizar –sin miedo a equivocarme- como mínimo, un fracaso diario. O dos, o…puede que alguno más. Así que ¡que me vas a contar! ¿Qué habría sido de mi vida si no hubiese aprendido a encajarlos? Ni me lo imagino. Hace tiempo que me he dado cuenta que más rentable que estancarse en los fracasos es festejar los éxitos, que todos tenemos alguno. Y si no aparecen, pues se buscan, donde sea. Un día malo, gris, aciago, puede salvarlo una conversación con un amigo/a y hasta con un desconocido/a (¡no sé de quién fue esta estúpida idea de especificar los géneros!), o con una lectura de esas que te alimentan el alma (siempre hay que tener alguna a mano), música, un paseo…Cualquier mecanismo de defensa que remueva las endorfinas. Todo, menos quedar parado lamentándose. Ese es el camino hacia el verdadero fracaso. Y yo diría, amigo, que más que los fracasos que nos ganamos a pulso, porque responden a nuestros propios fallos, nos duelen aquellos fracasos que nos endosan los demás, bien porque no cumplimos sus expectativas, o sencillamente porque nos convierten en mercancía útil para su propio beneficio, y cuando acaba esa utilidad no nos conocen de nada. En el primer caso están nuestros padres, que –con mejor voluntad y cariño que conocimientos- quieren hacernos princesas, médicos o economistas, cuando en realidad queríamos ser peluqueras, bomberos o guardias municipales. Y ahí nacen los primeros fracasos, los reproches, el tú no sirves para nada. Ese fracaso, pese a quien pese, no es personal. Nos lo han endosado. Seguro que sabes de qué hablo. Pero nunca es tarde para cambiar de rumbo, para estudiar aquello que verdaderamente uno desea, e incluso –voy un poco más lejos- aquello para lo que uno tiene las suficientes capacidades para no fracasar en el empeño. Piénsalo, amigo. El mundo laboral, por otra parte, es harto complicado. No hay trabajo y el que hay está mal pagado. Otro fracaso ajeno a nuestra voluntad. Hay que seguir intentándolo. Hablas también del amor, ese llegará cuando menos lo esperes. No encontrar el amor, o no sentirse correspondido no es un fracaso, no es más que una circunstancia temporal. El amor, para bien o para mal, va y viene a su antojo, no se sujeta a ningún control. Desgraciadamente vivimos en una sociedad tan escasa en valores y tan deshumanizada que hace que aquellas personas que no viven del éxito social o que no tienen poder y dinero se sientan fracasadas. No seas tú una de ellas, desmárcate, vive tu vida, ajusta la vela a tu realidad. Aunque no seas feliz –nadie lo es, créeme- aparéntalo cada mañana, por los demás, por quienes tengas cerca, para que se queden con tu optimismo, para que al verte puedan levantar el día, para que no se sientan fracasadas. El éxito está en nuestra actitud ante la vida. La perseverancia en perseguir objetivos siempre da sus frutos. Un amigo –que ni tan siquiera sé si aún lo es, porque hace mucho que no sé nada de él- me dijo en una de esas ocasiones en las que todo era gris, algo así como, si se te cierra la puerta, pinta una ventana en tu pared. Nunca he olvidado el consejo, ni tampoco al amigo.
A quienes esto hayáis leído, entrar en el blog de Yohupa –a la derecha tenéis el enlace- y si podéis aportarle algo, pues a ello.

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