lunes, 23 de noviembre de 2020

"EL ÚLTIMO PAPA EUROPEO", artículo de ÁNGEL AZNÁREZ publicado en "RELIGIÓN DIGITAL"

 


“La Capilla Sixtina es un singular cofre de memorias, ya que constituye el escenario solemne y austero de eventos que caracterizan la historia de la Iglesia y de la humanidad”.

   Benedicto XVI a los artistas (21.XI.2009)




Colosimo es francés, hijo de padre calabrés (italiano) y de madre francesa, editor, teólogo de la Iglesia ortodoxa y ensayista de talento, cuyo lectura de su último libro publicado, La Religion française (2020), habría de estimular a algún español a escribir uno muy necesario, que se debería titular La Religión española, que sería, sin duda, trabajo de titanes. Su hija Anastasia Colosimo, profesora de Teología política,  también de confesión ortodoxa, escribió en 2016 un importante texto sobre ese curioso delito, que es el de blasfemia, de mucho conflicto con la libertad de expresión. 


Nos interesa ahora el penúltimo libro de Colosimo, titulado Aveuglements (2018), que es un ensayo complejo y voluminoso (540 páginas) sobre “religiones, guerras y civilizaciones”. En el Capítulo I del Libro I se refiere a la que llama La invención de la teología política, uno de cuyos apartados se dedica a Carl Schmitt, titulado Nazi y católico, eminente constitucionalista de la República de Weimar y miembro del partido nazi en 1933. Sobre Schmitt  guardó mucho silencio Benedicto XVI en sus discursos sobre Erik Peterson, acaso por no ser políticamente correcto. Es en la página 387, después de referirse al discurso pronunciado por Benedicto XVI en Ratisbona, titulado Fe, razón y universidad, cuando Colosimo considera a Benedicto como “el último papa europeo”. 

                                                   


Si lo último entrecomillado, parece evidente y ya está asumido, quizá  tenga interés un análisis de los últimos acontecimientos sobre Benedicto XVI desde esa perspectiva, teniendo en cuenta las peculiaridades y excepcionalidades resultantes de una renuncia al Vicariato de Cristo, lo que supone una relación compleja entre un Pontificado emérito y otro ejerciente. Una renuncia, que empezó siendo anunciada el 11 de febrero de 2013, lunes de Carnaval, y que concluyó con la gran celebración litúrgica del Miércoles de Ceniza. A la renuncia hicimos última referencia en el artículo El Papa emérito y el Cardenal Sarah, aquí publicado, y es que los disparates, barullos, barrabasadas, en relación con las renuncias son innumerables y memorables: por ejemplo, y escrito quede de modo incidental, resulta que el Rey de España ha renunciado a la herencia de su padre, viviendo éste, con olvido de lo tan elemental que dispone el artículo 991 del Código Civil: “Nadie podrá aceptar ni repudiar sin estar cierto de la muerte de la persona a quien haya de heredar y de su derecho a la herencia”. Y todo el mundo calló…


Muy interesante resultó que el último Papa europeo haya sido precisamente un papa teólogo – me pasa lo que a Borges, que con los teólogos lo paso muy bien-, y que tanto hayamos disfrutado con los teólogos católicos europeos, como el dominicano Congar, los jesuitas de principio a fin como Rahner y Lubac, y el siempre sacerdote e ignaciano Hans Urs von Balthasar, jesuita de principio, ingresó en la Compañía en 1929, y no de fin, pues dejo de ser jesuita en 1950. Resultó impresionante el dato de que von Balthasar falleciese un día antes del previsto para colocarle la birreta cardenalicia. Volvamos a lo anterior: ¿Qué Teología no europea nos enredará y entretendrá? ¿Acaso la Teología política de los teólogos americanos de la Liberación? Confieso, pecadoramente, que mi euro/centrismo me desborda o rebasa, y no tengo nada que ver –nada, lo proclamo- con derechismos reaccionarios de clérigos mitrados y psiquiátricamente nostálgicos de cuentos de hadas como Alicia en el país de las maravillas. 


Nada me tranquilizan las palabras de Benedicto XVI contenidas en las Últimas conversaciones con Peter Seewald, que califica de “bello y alentador” que tengamos un primer Papa del Nuevo Mundo, que además –añade- es “italiano y sudamericano” a la vez. Parece normal que a un Papa sudamericano (Francisco) no le guste una edificación tan europea y tan de papas europeos como es un castillo –Castel (Gandolfo), que es muchas cosas: un palacio apostólico, una villa pontifical, un Vaticano menor, una residencia de verano, un lugar de muerte de papas en verano, y todo ello con el llamado beneficio de extraterritorialidad, que es beneficio propio de lo “vaticano” y por gracia de Mussolini (Acuerdos de Letrán). 

                                                    


Muchos son los testimonios de Benedicto XVI sobre Castel Gandolfo, lugar óptimo para rezar, escuchar música y leer, o sea, para “subir”, via pulchritudinis, hasta Dios. Por cierto que Georg Gaenswein, secretario y muy próximo al Papa Emérito, con el cual algunos quieren ser más fieros que lo fue el cardenal Tisserant, al morir Pio XII, con sor Pascualina Lehnert, también llamada “La Papisa”, dijo que uno de los libros de lectura papal en el repetido Castel, después de la renuncia, fue Gloria (de Estética teológica de Balthasar). Pudiera resultar que si Benedicto XVI no fuera emérito podría seguir disfrutando de las aguas y brisas del Lago Albano, pero eso ya no es posible por haber renunciado. No es igual, para un papa, morirse durante el verano en el Vaticano que en Castel Gandolfo, tal como allí murió Pablo VI, otro Papa que, al igual que Benedicto XVI, fue un esteta; acaso por eso murió allí. Y Pio XII, pero con éste, el problema fue otro.  


Éste que escribe, que tanto pensó en su bendito Papa Benedicto, debe pensar también en él en estos momentos, que no son de “estética”, sino de lo más antiestéticos, pues son momentos de enfermedad, que no es causa de asombro, contemplación  o gozo, sino de todo lo contrario, de dolor y de la corrupción del cuerpo, de absoluta pérdida de la forma y paso previo a la metamorfosis en polvo. Misterios de la muerte: si el hablador Juan Pablo II quedó mudo, el esteta Benedicto se llenó de pústulas y granos. Por eso en estos momentos me resulta tan interesante el pensamiento teológico de Ratzinger, que es el de Von Balthasar, sobre la Estética. 

                                        


Todos los Papas destacaron la importancia de lo bello y no únicamente por los papas que pudiéramos llamar “dandis” o estetas, como Benedicto XVI y Pablo VI; de éste fue célebre su Misa en la Capilla Sixtina con los artistas el 7 de mayo de 1964, también la aportación de obras de arte contemporáneo a la colección de los Museos vaticanos, y finalmente, su mensaje a los artistas con ocasión del final del Concilio Vaticano II. Importante fue la Carta a los Artistas de Juan Pablo II en la vigilia del Gran Jubileo del año 2000 o la declaración sobre los gustos estéticos del Papa Francisco efectuadas al jesuita Antonio Spadaro, Director de La civilità católica, en el verano del primer año de Pontificado. 


Es verdad que sorprendió el tránsito de la sobria vestimenta del Ratzinger cardenal, que paseaba por el romano Borgo Pío, con sotana negra de cura y cubierta su cabeza con un basco también negro, al Ratzinger papa, que fue calificado como el “papa de las marcas” y del “revival” de ropajes pontificios (gorros papales), resultando unos amaneramientos excesivos típicamente de arte germánico, como de Goethe


Benedicto XVI, en el lejano 13 de agosto de 2006, con ocasión de su viaje a la Baviera natal que tuvo lugar del 9 al 14 de septiembre, en una larga e importante entrevista televisada, no traducida al español, dijo, en contestación a la segunda pregunta: Creer es bello. Mas tarde, el 31 de agosto de 2011 en una Audiencia, precisamente en Castel Gandolfo, se refirió a la via pulchritudinis o vía de la belleza en referencia a las expresiones artísticas. El 21 de noviembre de 2009, en el importante encuentro en la Capilla Sixtina con artistas, pronunció un discurso: en primer lugar, definió a la belleza como el arte para encontrar a Dios, verum, bonum y pulchrum; en segundo lugar, recordó la gran aportación de la “estética teológica” de Von Balthassar, al inicio de su gran obra titulada Gloria; en tercer lugar efectuó un comentario artístico y teológico al Juicio final, allí pintado en la Capilla Sixtina.


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