domingo, 12 de abril de 2015

"LOS HUESOS DEL MANCO", artículo de ÁNGEL AZNÁREZ ("La Nueva España", 12/04/2015)


                                                             
¡Poetas, degollad vuestros cisnes y en sus entrañas escrutad el destino!
(Valle-Inclán,  La Lámpara Maravillosa)


Fue intención primera escribir sobre eso tan actual que es la melancolía o tristeza, lo llamado “dar sentido a la vida”, la autoestima, en la que unos se pasan y otros no llegan, y, naturalmente, sobre las crisis de Fe; todo lo cual desbocó el consumo de antidepresivos. La cosa se malogró por una confusión: en vez de coger la estilográfica de tinta roja, muy roja –lo anterior al punto se ha de escribir con ese color-, cogí la de tinta amarilla, que es el color de los locos de atar, de la salamandras (o sacaveras, que así las llamábamos en el Prado Picón), que es el color de los demonios, con o sin rabo negro, y que también es el de la bandera del Estado de la Ciudad del Vaticano que, como todo el mundo sabe, es un infierno.
Aparquemos durante un tiempo los galimatías jurídicos, que me son muy fáciles por ser de mi oficio, y nada apropiados para los domingos, día de descanso, además de una ordinariez de gusto discutible.
Gracias a don Ramón de Garciasol, que escribió un libro precioso y loco, muy loco, titulado Claves de España: Cervantes y el Quijote, supe hace años que don Miguel fue amortajado con el hábito de san Francisco, de la Venerable Orden Tercera, habiendo sido transportados sus restos, con la cara descubierta al Convento de las Trinitarias Descalzas, que, por entonces, estaba en Cantarranas, en Madrid, luego calle Lope de Vega (pág. 146, Colección Austral, nº 1481). (de manera parecida, a hombros y a cara descubierta, sacaron al Arzobispo Lauzurica, cadáver, a mediados de los últimos años sesenta, del ovetense palacio prelaticio, conocido como el de la gran Corrada del tal). 
¡Al agua patos!
Lo que ahora nos cuentan los eruditos de letras y de piedras, decorados con plumas de papagayo, sobre los restos hallados de Cervantes hallados, es intrascendente –siempre se supo que allí estaban-, y causa asombro de que les choque que al afamado muerto le falten piezas. ¡Cómo no le van a faltar si fue manco!
Es impresionante el hecho de que (para mí) los dos mejores escritores en lengua castellana hayan sido, don Miguel de Cervantes y don Antonio María Valle-Inclán –Quevedo y Góngora se pasaron de estetas y de creer en Dios-; ambos aquéllos, los primeros, fueron de espada y pluma, de testicularidad acreditada, y los dos mancos. Siempre supe que los sordos detestan la oscuridad, que los tuertos tienen pánico a las escaleras de caracol (la mejor, la de San Isidoro, al lado opuesto de mi pila bautismal) r), y que los mancos son escritores primorosos: ¡Oh mancos divinos! Esto es muy importante para quién, no obstante haber hecho muchas escrituras, a miles, quiere aprender a escribir de una vez, y poder así engordar su flaco currículo, pudiendo anunciarse en sus colaboraciones periodísticas con el titulito de Escritor, ya que no puede poner el de catedrático o el de fisioterapeuta.
Por aquello de la manquedad literaria, cuando en trance de escribir, contemplo mis dos manos y brazos, me pregunto: ¿Cuál de los dos me sobra? desazonándome más aún el saber que no es manco quien quiere, sino quien puede. Y así sigo en la impotencia de tener todo, quedándome como único recurso el pasear por la Plaza Mayor de Salamanca con una capa, que, según don Ramón María, es la prenda de abrigo ideal para mancos, y –añado- con botonadura cazurra de Las Batuecas y soplando una dulzaina como don Agapito.
Maqueta de El Escorial (Felipe II)
Y por aquello de la manquedad divina, hay que matizar, pues la manquedad de don Miguel fue sublime en acción de guerra marítima, en lucha contra el infiel turco, defendiendo él y los suyos, todos del Rey Felipe, el triste, siempre de luto y con cara de deprimido (han de mirarse los retratos de Pantoja, también apellidado de la Cruz, lo que se precisa para evitar confusiones), defendiendo –digo- la Verdadera Religión, verdadera por ser la nuestra. Aunque claro, lo que fue sin duda portazo con picaporte, de gloria y definitivo (lo de Lepanto) contra los hijos de Alá, ahora, visto lo que está ocurriendo con los de Mohamed, parece que no pasó de timbrazo y que la Verdadera Religión es la otra, aunque no sea la nuestra.
La manquedad de don Ramón María, barba de Santo, fue de menos gloria, más pendenciera y tabernaria, y por una fruslería: una vulgar pelea a bastonazos y por falta de penicilina. No obstante lo cual, el grito valleinclanesco en Luces de Bohemia: “¡Todas las fuerzas vivas del país están muertas!” resultó genial y asombroso, que en ello seguimos estando -constante histórica desde el primer Felipe, el Hermoso, al último Felipe, el VI, no menos Hermoso-. Y es que es de plañir lo de las élites de este País, que, arruinada su ejemplaridad, especialmente en los años dos mil, se dedicaron al robo y al saqueo de los pobres (a más alta élite, más grande fue el latrocinio). Por ello, ahora están como están: canallas, repletas de heces y zurrapas sociales, supurando pestilencias. Recuerdo de repente que el politólogo francés Marcel Gauchet escribió: “Las élites están ciegas sobre sus verdaderos intereses por ansia de beneficios a corto término”; y que el geógrafo Emmanuel Todd, añadió: “Confieso haber mal apreciado la importancia que corresponde a lo irracional” (citas tomadas de La Revue, pour l´intelligence du monde, nº 6, enero-febrero 2007).
"Confesionario de la Catedral de Valladolid, ahora más importante, mucho más, que la Primada".
Si Don Miguel escribió El retablo de las Maravillas, don Ramón María escribió El tablado de marionetas, y si el segundo “pintó” como Goya, el primero “pintó” como el Greco, a base de sombras y alargamientos. Y mientras tanto don Mariano, Registrador, en postura de don Tancredo, sigue empeñado en que casi todos y todas le pataleen en el mismo y sensible sitio, y sin Pantoja para el retrato.
Durante la lectura
Don Miguel y don Ramón María, además de mancos, escribieron primores sobre locos y arrebatados. Loco y mujeriego de beatas fue el carlistón Marqués de Bradomín; de la locura quijotesca, nada debo añadir, aunque para mí el gran loco de Cervantes, un loco de remate, fue don Tomás Rodaja, así llamado El Licenciado Vidriera, que, por haber ingerido un bebedizo en un membrillo toledano ¡Amarillo, amarillo! creyó ser de cristal y no de carne, llevando su creencia hasta el punto de que si le picaba una avispa en el cuello, no la osaba sacudir, por no quebrarse. Y si, al parecer, don Quijote se volvió loco por haber leído libros de caballerías, don Tomás Rodaja enloqueció por haber leído demasiados cánones y teologías.
La sabiduría loca del Licenciado es inmensa, portentosa. A los envidiosos aconseja dormir, dormir mucho; a los escribanos y fedatarios recomienda seguir andando en la verdad por el mundo y fe a sombra de tejados, sin maltratarla ni correrla, como se corren los que se tiñen de oscuro para disimular los cabellos plata, que, seguro, seguramente, fueron antaño de oro –la tíña o tírria, palabras muy apropiadas, a los escribanos es otra constante histórica- ¿por qué será? Y ya llevamos contabilizadas dos constantes históricas…
Gran defensor fue don Tomás Rodaja de clérigos mofletudos y boneteros (de bonete, no de bonito), citando nada más y menos que al mismísimo Espíritu Santo, que, con ternura e imperio, dijo: Nolite tangere christos meos. Cuerdo ya, después de lo del membrillo amarillo, don Tomás Rodaja, convertido en Licenciado Rueda, con mucha cordura, más de republicano que de monárquico, dijo, despidiéndose de la corte: “Oh corte, que alargas las esperanzas de los atrevidos pretendientes, y acortas las de los virtuosos encogidos; sustentas abundantemente a los truhanes desvergonzados, y matas de hambre a los discretos vergonzosos”. ¡Ay, ay, Felipe o Filippo Rey y Sexto, que allí donde está el rey, está la corte!(en Oviedo, en el mes de octubre, con ocasión de los Premios o proemios).
"Retrato de un Felipe Rey, en medio del I y el VI" (En la Universidad Pontificia de Salamanca.
Mientras estos y otros prodigios ocurrían, los cervantistas siguen escribiendo de su señor manco. Lo último es el libro de Jesús Pérez Magallón titulado Cervantes, monumento de la Nación (Ed. Cátedra, marzo 2015), que en la página de agradecimientos, el autor manifiesta lo más interesante, que ha sido financiado el libro por el Social Sciences and Humanities Research Council of Canada (SSHRCC). ¡Jolin! Los valleinclanescos van con más retraso, pues el penúltimo libro interesante es de un tal José Esteban titulado Valle-Inclán y la bohemia (Ed. Renacimiento, 2014); en la página 12 se escribe de don Ramón María: “Estilista y aspirante a confesor de princesas”.

Don Quijote, cerca de Benavente (Zamora)
Lo mejor sobre las obras frutales de Cervantes -ya lo dije- fue lo del poeta Garciasol, mucho mejor que lo de don Américo Castro, Martín de Riquer, Ortega, Unamuno y Francisco Rico. Que por poeta, a los cisnes, largos o corticuellos, flacos como alambres o gordos como botijos, escrutó hasta las entrañas. Y éste que escribió, A.A., no siendo escritor, se limitó al condimento a base de veneno amarillo.


   Fotos hechas por el  autor

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