domingo, 13 de marzo de 2016

EL COSTA VERDE (2ª parte), artículo del magistrado ÁNGEL AZNÁREZ (La Nueva España, 13/03/2016)

La estafeta ferroviaria fue aquel vagón pintado de verde y luego de amarillo/gualda con el dibujo de la corneta colorada. Ignoro las razones para el cambio de color, pues lo patriótico no parece fundamento, dado el gran número de patriotas acreditados, civiles de guardia, que visten de color verde y con sombrero acharolado negro: no es triángulo ni cuadrado ni círculo, que, por ser de maravilla y todo un prodigio, se destaca.
"Quebraderos de cabeza de RENFE"
Correos, aquí y en el extranjero (La Poste en Francia y el Royal Mail en el Reino Unido) siempre fue muy importante, lo que se demuestra al mirar la arquitectura del que fue Palacio de Correos en Cibeles de Madrid, que da espalda y enseña trasero –despreciativo- al edificio de la Armada Invencible (en tiempos de Felipe II). Correos tuvo hasta una Caja, la Postal, que, por fusiones locas y bajo batuta de Rato, permitió que alguno y alguna, funcionarios de a pié y de cartería, llegaran a directivos del Banco de los ricos del exclusivo Neguri, en el Bilbao de Vizcaya ¡Qué gran ejemplo de dinámica y de movilidad sociales!
Y Correos fue más importante que el juego de dar, echar y recibir cartas, aunque lo de “echar” las cartas tenía su aquello: era meter la mano en la boca o fauces de un león fiero, pues así era el buzón de Correos cuando estaba en la calle Campomanes de Oviedo, enfrente de la casa natal de Ramón Pérez de Ayala –en Gijón, todo más a lo grande, ahora en la “Cuesta de Begoña”, las bocas de león siguen siendo cuatro-. Meter la mano en fauces de cualquier rey, venga de Austria o de Francia, incluido el rey de la selva, siempre impuso mucho (donde hay un reinado hay una selva).
"Buzón de Correos en la Cuesta de Begoña de Gijón"
Era llegar el tren Costa Verde a la estación de Oviedo con destino a Madrid y los carritos corrían en busca del vagón postal para depositar en él sacos y sacas de cartas, cerrados con candados. Al principio aquellos carritos eran de empujar, luego incorporaron un silencioso motorín que dirigía el mozo de carro que se subía en todo lo alto, con dos barras tiesas como porras a los lados, que se subían y bajaban, la de la derecha para la velocidad y la de la izquierda para la dirección.
Y durante el largo viaje nocturno, las luces de los vagones de primera y segunda se apagaban, extendidas las cortinillas, para que durmiesen los de dentro, sentados o en literas, pero en el vagón de Correos seguían trabajando sin descanso los de la brigada del tal en su estafeta -palabra esta que es “palabra-gata” por magia de la efe (de fute-fute)-.   
Aquel tren, nocturno y noctámbulo como los murciélagos, se llamó al nacer “el exprés” y luego RENFE lo bautizó “el Costa Verde”. Poco se pareció al mítico Orient Express, el de la Belle Époque, que partiendo de London, serpenteando por los Alpes, los campos del Véneto y las riberas de Danubio, llegaba a Constantinopla, de la Turquía que fue de los otomanos.
Las estaciones de Gijón y Oviedo, ramplonas y raquíticas de arte (la de Oviedo, más elegante, olía a café tostado), nunca se parecieron a la Victoria Station, de hierros, ladrillos y cristales artísticos. Los pasajeros del tren de aquí no eran lords con bombín (en Oviedo, lo más “bombín” siempre fue El Bombé, rústico doblemente: por estar en un campo (San Francisco) y por estar junto a una Granja. Las damas astures no lucían, como las de Britannia, plumas de sombrero o/y pamelas, pues aquí la sombrerería femenina siempre tuvo toque de toca, almidonada, de monja, como las de La Milagrosa (las Ursulinas fueron de toca muy ajustada hasta el Concilio, pero ni un segundo más).
En el Costa Verde no hubo crímenes ni viajó una Agatha Cristie que los inventara; en el Orient Express, los que iban, buscaban el  placer de ver ombligos de sultanas, o marearse viendo la revoltura mística y frenética de los derviches -para la mística, la Sufí de allí, dar muchas vueltas y giros es esencial; para la no Sufí, la mística de aquí, basta con marear la perdiz-. Los que iban a Madrid en el Costa Verde era, bien para hacer gestiones o ver la novedad de las escaleras mecánicas de Galerías Preciados.
A Dios gracias, tenemos el recuerdo que se alimenta de lo fantástico, y tenemos la palabra, que, si convoca a las musas, amantes de lo lírico, y éstas bajan del Olimpo, el mito de nuestro “exprés” occidental puede superar al del Oriente. Y es que, para hacer mitos, de quién sea y de lo que sea, los humanos sólo precisamos dos instrumentos: tener un poco de suerte y muchas ganas –eso, sobre todo ganas (la verdad o mentira es otro asunto). Por cierto, que excepcional libro es El poder del mito de Campbell y Moyers (2015), caliente aún en librerías.
Había un único parecido entre convoyes tan diferentes, el de London y el de aquí: ambos tenían vagones o coches de una misma Compañía Internacional: la de los Wagons–Lits, de coches-camas, de color azul y con leones elegantes de escudo. Unos vagones, enganchados a los otros, daban un carácter aristocrático al nuestro, tan mediano, de medianas y de medianías que así somos.
No es extraño que Oviedo, ciudad de reinas y de “Escorialines” tuviera una agencia de viajes en la calle Cabo Noval, llamada, precisamente Wagons- Lits Cook, casi enfrente del Teatro Principado, con un vagón azul de miniatura en el escaparate de la derecha, y en la mano opuesta –calle Principado por medio- estaba la “tienda” de Funeraria Empresa Fortuna. ¡Menuda Empresa y morrocotuda Fortuna! No sé si peor era la de la competencia Funeraria Guerra, la de “arcas para traslado y carrozas de gran lujo, Ría 11, teléfono 3383”- ¡Qué féretros tan bien colocados en paralelo, del mismo tamaño, y a la vista en la calle Cabo Noval y en la Rúa!
En relación a lo funerario, lo único sensato, lo único, en Oviedo, fue llamar Los Arenales a los tanatorios, por aquello de la polvera y el “polvo eres…”.  
Pero una cosa tan bonita, incluidos los llamados conductores de coches-camas, uno por vagón, vestidos y engorrados de marrón como los de la competencia (Pullman), a RENFE aquella Compañía Internacional causó problemas, pues fue la culpable de que el tren tuviera que llegar a Madrid a las nueve de la mañana, parando horas y horas en estaciones de empalmes como Venta de Baños o Medina del Campo (la cosa era encamarse aquí y “des-pijamarse” antes de llegar a Madrid, a las nueve de la mañana).
Ahora recuerdo que un Presidente del Real Sporting de Gijón dijo aquello tan sabio: “El Sporting es un club señor”. Esa frase profunda y muy metafísica se puede aplicar a RENFE, que siempre fue una “empresa señora”, en especial con la competencia no ferroviaria. Fue y es hasta evangélica y llena de misericordia (de tanta actualidad en los periódicos) la Red española ferroviaria, pues si la competencia la mordía en la mejilla derecha, ponía la izquierda. Y es que, en RENFE y en las EMPRESAS PÚBLICAS en general (como Hunosa), por ser empresas “señoras”, siempre pasaron cosas muy raras, rarísimas, y repletas hasta los topes de “istas”, como oficinistas y otros.
 "Imponente edificio de la Armada, en Madrid, mirando al trasero del que fue Palacio de Correos con fachada principal mirando a La Cibeles".
Es como si esas llamadas entidades de lo público quisieran todo para la competencia y nada para sí. Por eso es milagroso que en Asturias aún haya trenes ¡Jolín, qué milagro! Y por eso está ahora, esquilmada, la RENFE y vaya mordiscos y mordeduras que le esperan a ADIF, la de tantos chuches y solomillos. E imploro: ¡Hasta cuándo Catilina o Catalina, mío o mía, que da igual el sexo!
(Continuará)  
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