sábado, 19 de agosto de 2023

AL GRANO CON LAS DENUNCIAS (3ª Parte), artículo de ÁNGEL AZNÁREZ (publicado en LA VOZ DE ASTURIAS el 16 de julio, del 2023)

                                         

            Haciendo cola y esperando turno en una Comisaría de Policía, se excitan los sentimientos benévolos, solidarios, de amor al prójimo. Eso “suaviza” tanto como escuchar desde palacios a Francisco, jesuita y papa, disertando sobre el amor a los pobres y a los excluidos sociales, para sazón de unos y desazón de otros. Mas lo de Francisco es transitorio y lo del Cielo es eterno: al Cielo, como en el chiste de Mingote, siempre van los de siempre, los de la Adoración Nocturna y alguno de la Diurna.


Haciendo cola y esperando el turno en una Comisaría de Policía, es como estar en dos sitios al mismo tiempo, fenómeno raro de bilocación, tanto en el centro como en la periferia, y asunto muy frecuente en monjas santas como Sor María, la de Agreda, que estuvo al mismo tiempo en Agreda, bajo el Moncayo, y en Nuevo México. La Realeza española siempre fue mucho de monjas, hasta que llegó Juan Carlos. Primero Sor María de Agreda conspiró con Felipe IV de Austria contra Olivares, conde y duque, y luego Sor Patrocinio ayudó a la borbónica y napolitana Isabel II a quitar el corsé y los sujetadores XL. La extrema derecha de Valladolid quiere hacer santa a Isabel I de Castilla. 



Haciendo cola y esperando el turno en la Comisaría de Policía de Moreda, en Gijón,       estaba la que, creyendo de Marrakech o de Arabia, resultó ser de aquí, de Cancienes, vistiendo a lo moro y muy tapada, se proclamaba feminista y ecológica. Allí estaban, además, unas gentes saharianas, con papeles de extranjerías, y antes de saber cómo se arreglaban esos problemas, no precisamente a base de calderillas como tan bien me explicó María Elena, asistente social hoy y ayer de la Liga Comunista Revolucionaria, maoista total. Y por allí estaban danzando gentes que, por apariencia y colorido, eran de muslos alegres, nalgas de nácar y caderas vibrantes. “¡Guerra, guerra, queremos guerra, incluso aquí!” –proclamaban esas prodigiosas señoritas con foto del brasileño Lula en los jerséis-.

Y en el final del número 6º de la anterior parte, (En la sede de la Comisaría de Policía de la Nacional, en la zona que antes fue de la fábrica de Moreda, en Gijón, llegando a las diez horas del día 12 de junio de 2023 y saliendo a las once horas y treinta minutos), escribí: 

“Y sobre las once horas y diez minutos, aproximadamente, se abrió una puerta, a la derecha, y una voz de hombre llamó: ¡Ángel, Ángel, pase, pase! Y entré, situándome y sentándome entre plásticos protectores, a derecha e izquierda”. 



7º. Ya en el locutorio-confesionario en el que me senté y de lo en él ocurrido, rodeado de plásticos para proteger de todo hasta de la sarna. 

El agente se sentó enfrente y este paciente miró arriba y vio a la izquierda un número, el 15, a la derecha vio otro número, el 13, estando justamente debajo del número 14. El agente, antes de dirigir la palabra al paciente, atendió una llamada telefónica, acaso porque esa llamada tenía preferencia de cita previa, de la que nada, de la llamada, contaré por respeto a la confidencialidad, aunque podría hacerlo: sólo escribiré que era sobre un asunto de Facebook, que inquietaba a un ciudadano. 

Y ahora llegó lo mío, poniendo cara de bobo como el que solicita una hipoteca al bancario: “Usted qué quiere” –me preguntó- el agente vestido de azul y oscuro como el mar cuando está el cielo azul y oscuro. Expliqué como pude, con mi torpe palabra, el objeto de la denuncia, que, para conocimiento de mis lectores y lectoras, está en partes anteriores, y relacionada con un presunto uso indebido de mi D.N.I. 



 “Eso no es materia de denuncia, no es posible” -dijo él de manera veloz, como si ella, la de la entrada, flaca y rubicunda, le hubiese advertido del Mihura que llegaba-. Con extremo cuidado, farfullé lo de que denunciar es un derecho, siendo también una obligación; “que si -añadí- es el Juez o la Jueza quienes han de valorar lo denunciable o no, jamás a un funcionario del Ejecutivo, de Sánchez y de Marlaska. 

“Eso, eso, debe usted ir al Juez directamente” -me replicó él, que, por momentos, me recordó, por su discurso, la sabiduría de sabios procesalistas de lo criminal, que tanto tuve que estudiar como los Orbaneja, Sospedra Navas, Moreno Catena, Encinar del Pozo y otros. 



“No, no y no; que no admito su denuncia”-repitió-. Cabizbajo, apenado y compungido miré las blancas paredes de la instancia cual celda teresiana, y salí por el mismo sitio por el que entré, sobre las once horas y treinta minutos del día 12 de Junio de 2023. Muchas imágenes de lo agrícola se amontonaron en mi cabeza: calabacines con patas, sandías y sandíos, o rábanos para coger por hojas y orejas. Y esto, que lo estoy escribiendo el lunes 10 de julio, coincide con lo leído esta misma mañana en la página 44 de El País, sección de “Gente y estilo de vida”, donde un actor, Maximiliano Teodoro Iglesias, el de los proyectos encadenados, ¿y qué es un proceso? –pregunté- sino un proyecto encadenado –respondí inquieto-, sentenció: A nadie le gusta escuchar un no, pero aprendes a gestionarlo”. ¡”Maxi, Maxi, superlativo y torero, torero de tronío, que llamándote Maximiliano no eres mejicano para tu dicha, pues los mejicanos con el dinero de toldos son todos maximilianos, aunque peinen ondas cerca de la frente! 



8º.- Sentado en el Café Van Gogh, en Marqués de San Esteban, esquina a Matadero Viejo. 

 En la mañana del 12 de junio, antes del mediodía, salí de la Comisaría, acercándome a la Calle Marqués de San Esteban por la Avenida Juan Carlos Iº. Sin saber gestionar el no policial, la memoria hizo revivir el estanco, no estanque con patos de largas patas, que había enfrente del hoy Museo del Ferrocarril, estanco pequeño con cocina pobre y adosada, oliendo en verano a fréjoles cocidos y en invierno a vapor de eucaliptos, pues, al parecer, la estanquera, nada parecida a la de Vallecas, era catarrosa y griposa. 

Llegué a Marqués de San Esteban, bajando por la acera de la derecha, como antes bajaban los tranvías pintados de amarillo, color de anémicos, que hasta allí llegaban desde El Muselón en dirección al palmeral de Jardines de la Reina. Pensé, para distraerme, en los tranvías y en el estraperlo y en los estraperlistas, todos contemporáneos, y poniendo los estraperlistas de moda edificar mansiones desde El Bibio a Villamanín, en Somió (Gijón). 



Me senté en el número 55 de Marqués de San Esteban, en el llamado Café Van Gogh, en la terraza exterior para descansar por tantos problemas, causándome excitación que en la misma esquina se iniciara la calle “Matadero Viejo”. Es indudable: lo de la Comisaría excitó mi sensibilidad y espíritu de seguridad, dudando y dudando entre pedir un café con leche y un bollo con meollo de chocolate o pedir un clásico aperitivo, un vermú con aceitunas, con o sin pepita. Dejé lo del vermú y las aceitunas por causa de horario, pues aún no era mediodía. 

9º.- Marchando en taxi  hacia la zona alta de la Ciudad el mismo día 12 de junio, antes de las doce del mediodía:

La dama que estaba al frente del Van Gogh, a mi instancia, solicitó telefónicamente un taxi, pues seguía firme mi empeño de denunciar, hasta ahora imposible. El taxi me transportó al otro extremo de la Ciudad, yendo de extremo a extremo, y por tercera vez tuve que pagar lo del taxímetro exclamando: ¡Qué caro puede llegar a ser eso de denunciar sabiendo, en el mejor de los casos, en qué barrio de la Villa se empieza (Contrueces) el recorrido e ignorando dónde se puede terminar (El Coto)! Llegue al Coto, lugar en el que antes de ahora, de avenidas  largas y anchas como las de París, las casas se componían de una planta baja y alta, con gallinero anejo para pitas y demás avifauna. 

Pasé junto al que fue el Gran Cuartel, donde a primera hora, el trompeta de turno tocaba la corneta o el cornetín, avisando de que el comandante Cienfuegos daba novedades al teniente coronel Guiote. Nunca pasaba nada, pues nunca había novedades. Aquello, lo del cuartel, no era cualquier cosa: era una Agrupación Mixta de Encuadramiento nº 7, con muchos ingenieros, lo cual era sorprendente en un sitio como Gijón en el que tantos, casi todos, eran peritos industriales o decían que estudiaban eso. Entretanto, Escudero, el Brigada, de Oficinas militares, llenaba papelitos con partes inútiles.

Y cerca del que fue templo castrense, se encuentra la dependencia a la que llegué justo al mediodía del 12 de junio…

Continuará en 4ª Parte.


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