miércoles, 24 de agosto de 2022

SALTANDO DE HÍPICO EN HÍPICO, artículo de ÁNGEL AZNÁREZ (publicado en "LA VOZ DE ASTURIAS, 17 de julio 2022)


Ya escribimos en el artículo anterior, muy gijonés, titulado De la

Virgen de la Guía a Las Mestas, que en las veraniegas fiestas de La

Felguera, Pola de Siero, Luanco, Avilés, Gijón y Oviedo, los concursos

hípicos eran parte importante del local programa de Ferias y Fiestas. En

esos concursos, se veían a las caballerías trotar, saltar o derribar obstáculos,

y los espectadores apostaban o jugaban los dineros, entre serie y serie,

durante los largos descansos de la competición. Los jinetes eran hombres, y

la única mujer que concurría, la señorita Zendrera, no era considerada

señorita.


Al principio, los hípicos fueron muy nacionales de España, pues los

jinetes eran españoles, casi todos militares del Arma de Caballería,

residentes en Valladolid, que llevaban largas botas de cuero, espuelas y

fustas. Y tenían a su servicio los que llamaban asistentes, que eran

“quintos” de la Mili, una clase entre Sanchos y Panzas que todo y a todos

pagaba el Estado, incluidos caballos y potros de largo pescuezo. Ver en

pista a caballeros voluminosos, en competición, subidos a corceles rabudos

o sin rabo, era como ver a Quijotes en búsqueda de aventuras conforme a la

ley de la caballería.


Muchas banderas, farolillos y gallardetes, de muchos colores, a

excepción del morado republicano, ondeaban en las alturas, gracias a los

airecillos veraniegos, de las pequeñas casetas de apuestas o en lo más alto

de los mástiles pintados de blanco. Telas y mástiles que recordaban a los

largos pendones como los cazurros de Valencia de Don Juan o de

Gordoncillo, en tierras moras, las de León, pero sin cruz y sin capelinas los

pendones. Gualdas y de color rojo, el color “regiamente decorativo” según

Plá, pero jamás de rojos.

Todo empezaba hacia los finales de junio, con las fiestas de San

Pedro en La Felguera, y terminaba hacia los finales de septiembre, con las

fiestas de San Mateo en Oviedo, siendo punto final la Misa solemne en el

Santo Cristo de Las Cadenas, en la que comulgaba el Alcalde y toda la

Consistorial ovetense. Y aquel ondear festivo de banderas y movimiento de

farolillos acontecía aunque el campo para el salto de caballos fuese un feo y

decadente estadio de futbol.

Campo de futbol era en invierno el campo hípico de verano de La

Felguera, el municipal de Ganzábal en el que siempre jugó el Unión

Popular de Langreo. Campos de futbol en invierno y campos hípicos en

verano también fueron los de Pola de Siero y Luanco en el mes de Julio, y

el de Avilés (el conocido estadio de Suárez Puerta, de don Román), a

principios de Agosto. Nunca entendí la compatibilidad entre el futbol y los

caballos, un mismo lugar para deportes tan distintos, siendo los caballos los

privilegiados transmisores del peligroso tétanos, del que, en aquel tiempo,

con mucha alarma, se vacunaba a los niños.

Fue siempre discutido si los asturianos, que tanto iban al hípico, lo

que les gustaba de verdad era el espectáculo ecuestre o el apostar. Es

verdad que muchos asturianos gustaban y gustan de los caballos, aunque en

verdad gustan más de las vacas y de lo vacuno, como se deduce con

facilidad con un desplazamiento a la aldea astur, tierra de aldeanos y de

aldeanas como Pinón y Telva. Ello es así, aunque los tantos aficionados a

las vacas, aquí en Asturias, ignoren asuntos tan elementales como las

siguientes: si las orejas de los vacunos están detrás o delante de los

cuernos, o si los animales con cuernos carecen de dentadura en la

mandíbula superior.

Lo de apostar con moderación que así se apostaba en los hípicos

asturianos, es otra historia; pudiera ser que como el ahorrar mismo, sea de

educación y de esencia burguesas, aunque no lo parezca. Ahorrar, como el

apostar, tienen en común eso tan burgués que es la pasión por el dinero; la

pasión por hacerse rico y como sea, con tacañería y roña, unos asesorados

por contables y otros sin ellos. La burguesía siempre fue de conservadores

y los contables que tanto necesitaron siempre fueron conservadores.

Por eso, las poblaciones más burguesas tuvieron los mejores hípicos,

los de San Sebastián y La Coruña, no siendo casual que el Hípico de La

Felguera fuera poco burgués; no era florido precisamente, sin amapolas ni

geranios. Era gris, muy gris, felgueroso el de La Felguera, viéndose

entonces desde la ruinosa y vieja tribuna de futbol, al otro lado de la

carretera, el paso de trenes con máquinas de vapor del “Ferrocarril de

Langreo” empujando vagones de madera para pasajeros. Desde esa misma

tribuna, se oía, por detrás, el circular de viejas máquinas eléctricas de

RENFE, las primeras del Pajares, feas como cocodrilos verdes.

Muy gris era la llamada “pista de ensayo”, situada fuera, a la derecha

del Estadio felguerino, y muy grises eran los autobuses “El Carbonero”,

con franja amarilla, leyéndose en la carrocería el itinerario que era: “La

Foz, Laviana, Oviedo”. Esos autobuses salían de la prolongación de la calle

San Francisco de Oviedo, al lado de La Gran Taberna, de muchos pinchos

y bocadillos para el viaje, junto a la Plaza de Porlier, enfrente del Palacio

Camposagrado, entonces sede de la llamada Audiencia Territorial.

Llegar a La Felguera, desde Oviedo, en “El Carbonero” y no en el

Ferrocarril de Langreo desde Gijón, daba la oportunidad de permanecer en

Tudela Veguin, comer en un chigre “fabes con calamares en su tinta”, de

receta de la “vieja cocina”, y empinar porrones de tinto a granel o de

barrica. Por toda aquella zona, únicos burgueses debieron ser los

componentes de la Asociación de Fiestas de San Pedro, en la Felguera, que

tenían las mismas inquietudes, al parecer, que los de Educación y Descanso

de Perlora.

Luanco, tierra de marañuelas, pasó de tener estadio de futbol en

invierno a campo hípico en verano con ocasión de El Carmen, pero como

todo lo de Luanco siempre fue otra cosa…

FOTOS DEL AUTOR

Vivencias anteriores

1 comentario: