jueves, 10 de septiembre de 2020

ESCRITURA Y ATENEO (10ª parte), por ÁNGEL AZNÁREZ RUBIO: "MARGARITA DE CRAYENCOUR" (publicado en la Web del ATENEO JOVELLANOS de Gijón, septiembre del 2020)

 

 “Para sonidos puros, los más dulces son los de las flautas japonesas de bambú, mucho más que los de las flautas de madera o de metal. Es el sonido del viento que pasa y se oye a través de una flauta”.

 Margarita Crayencour, en anagrama Youcenar. 

 



Nació (1903) eBruselas de padre francés, adquirió luego la nacionalidad norteamericana (1947), recobrando la francesa, por ser exigencia de la Academia francesa de la Lengua; vivió en la casa llamada Petite Plaisance en la isla norteamericana Mont-Désert, en el Estado del Maine, Noreste de los Estados Unidos, cerca de la frontera canadiense, lugar de convivencia sentimental con Grace Frick hasta la muerte de ésta el 18 de noviembre de 1979; Youcenar murió (1987) en el hospital Bar Harbor, acompañada de Deirdre Wilson, enfermera americana; fue un mujer de la aristocracia de Europa del Norte; amante de las islas, de las griegas como Eubea y Egina, de la italiana como Capri y de la americana donde vivió. Y es que, para Youcenar, cada isla era un pequeño mundo, un pequeño universo en miniatura.   


 

En España fue completamente desconocida hasta que un día, a fines del pasado siglo, Felipe González declaró que Memorias de Adriano era su libro de cabecera. Es llamativa la indiferencia recíproca de la escritora y los españoles, teniendo en cuenta los viajes de ella a España, teniendo en cuenta que Adriano hubiese nacido en Hispalis y que Zenón, personaje de Opus nigrum, hubiese correteado, tras autos de fe, por León y Astorga. Con gran precisión escribe del torero lo siguiente: “El torero tiene algo de bailarín de ballet y del actor de un drama sagrado que, a veces, se torna para el hombre y siempre para el animal en verdadera tragedia”. Y de Cervantes escribe a Marc Brossollet el 25 de agosto de 1962: “Aquél gran novelista (o gran poeta) sediento de justicia, cordura sonriente y humana”.     

 


Los lectores de “Ateneo y Escritura” saben que es lo literario lo que nos interesa. Nos gustó el juego de lo narrativo y la verdad en Clarín, la crisis de los géneros literarios y el ensayismo en Freud, y ahora en Youcenar, escritora de gran precisión, de historia y de léxico, el interés es doble: a).- Lo que se podría denominar como  “literatura femenina” la suya. b).- Lo que se podría denominar la “novela histórica”, la suya, que es contradictorio: o es novela o es historia; las dos juntas, imposible. Y todo ello teniendo en cuenta las los principales obras de Youcenar: Memorias de Adriano y Opus nigrum.  

 

Más antes de ello es preciso prestar atención (I) a lo que ocurrió con ocasión de su recepción en la Academia francesa en 1981 y después (II) penetrar en su obra prácticamente desconocida y fundamental de la Youcenar, dejando para el final el comentario sobre las dos novelas citadas.

 

(I).- Entró M. Youcenar, mujer independiente y apolítica, en ese “bastión de hombres” que fue la Academia francesa, gracias al empeño que puso ese escritor, muy de derechas, que fue Jean d´Ormesson, calificando ella el trabajo de él como paciente y dinámico (carta de 22 de octubre de 1979). Después de más de dos siglos y medio, sin la presencia de mujeres en la Academia, rota la tradición, la aceptación de la propuesta de Ormesson no fue fácil, sin ella haberlo facilitado, pues dijo al periodista Jacques Chancel (en 1979, un año antes de la elección) que no pisaría la Academia y proclamado que no haría acto de candidatura, no ser de su gusto ser candidata a lo que fuere. Su discurso de ingreso en La Coupole, pronunciado el 22 de enero de 1981, tiene un doble interés:

 

A.- Destacó que la vanidad al ingresar en la “docta casa”, ha de frenarse por el pensamiento de una doble muerte; muerte, en primer lugar, del académico que precedió en el sillón, que ha de ser recordado y homenajeado; y muerte, en segundo lugar, de la propio recipiendario, que no sabe quién la sucederá mortis causae y quién pronunciará el discurso fúnebre.

 

B.- Youcenar ocupó el sillón del fallecido poeta Roger Caillois, leyendo un texto complejo, como compleja fue la obra de Caillois, del que destacó que en 1943, siendo “ambos exiliados”, en la revista Les lettres françaises (que él dirigía en Buenos Aires) se publicó un largo artículo de ella sobre la influencia de la tragedia griega en la literatura contemporánea (en una nota del Cuaderno a las Memorias de Adriano indica que en ese escrito aparece el nombre de Adriano). El hombre que amaba las piedras se titula el ensayo que la Youcenar escribió en 1980 referido a Roger Caillois, ensayo que se puede leer en castellano en Peregrina y extranjera, publicado por Alfaguara en 1992 (páginas 195 a 223). El título del ensayo es porque Caillois amó y estudió las piedras, “historia agitada de las piedras y espejo oscuro de la obsidiana”; fue un “místico de la materia”. Sobre él y sobre ello versó el discurso académico.  

 


(II).- De la prosa de Margarite Youcenar, excluidas las dos grandes novelas sobre Adriano y Zenón, destacamos lo que en la edición de la Pléiade se denomina Nouvelles Orientales y que en la traducción española se denominan Cuentos orientales, que son, a mi juicio, lo más excelente de la literatura de Youcenar. Libro calificado por Ormesson de maravilloso. Dichos cuentos que fueron publicados por primera vez en 1938, han de leerse comenzando por las anotaciones Post-Scriptum de la autora. Si la escritora fue excelente prosista y minuciosa documentalista, aparece ahora, en estos cuentos con una prosa poética, sublime y delicada como las “flautas de bambú” muy al principio oídas. De lo griego, clásico y moderno y de lo oriental pasó al Extremo Oriente, superando el racionalismo occidental y el dualismo cristiano.

 

De los diez cuentos destaco el primero Cómo se salvó Wang-Fô, basado en una historia taoista del Extremo Oriente, con tres personajes centrales: uno, el Wang-Fô, maestro pintor, anciano y pobre, con un excepcional poder: “dar vida a sus pinturas gracias a un último toque de color que añadía a los ojos”; otro personaje es el discípulo Ling, cuyo padre escogió a su esposa, “que era frágil, como un junco, infantil como la leche, dulce como la saliva, salada como las légrimas”; el último personaje es el Emperador o “Maestro Celeste”. Una narración, al tiempo dura y de gran violencia, con reproche de la mentira y de lo taumatúrgico en el arte. Y los colores en el texto poético no pueden ser más tibios: “el color verdoso que adquiere el rostro de los muertos”, “los muros violetas”, “las columnas macizas de piedra azul”, “el ciruelo rosa”, “el mar de jade azul”, “el color de una naranja que empieza a pudrirse”, “el traje azul del Maestro Celeste, para simular el invierno, y verde, para recordar la primavera”, y “los párpados azules de las olas”.

 

También destaco el cuento de Kali decapitada, basado en una historia hindú, nenúfar Kali de la perfección, que lo era como una flor; una terrible diosa que merodea por las llanuras de la India, “tan delgada es su cintura que los poetas que la cantan la comparan con la palmera, que tiene los hombros redondos como el salir de la luna de otoño y de unos senos turgentes como capullos a punto de abrirse”. Y fue decapitada por un rayo y de su nuca cortada no brotó sangre sino un chorro de luz y en la linde de un bosque, Kali tropezó con un sabio, descarnado, estando tan seco como la leña preparada para encender la hoguera. Y el sabio dijo tocando las trenzas negras, manchadas de ella: “¡Oh, Furor!, que no eres necesariamente inmortal…”.

 

Si de la prosa poética pasamos a la didáctica, hemos de anotar el libro de Youcenar A beneficio de inventario, publicado en castellano por la editorial Alfaguara en 1987. De los siete ensayos de que se compone, dos nos parecen de excelentes, de  crítica literaria: uno sobre el poeta griego contemporáneo que fue Constantinos Cavafis (Presentación crítica de Cavafis) que, Youcenar, de amante apasionada de los poetas y filósofos de la Grecia antigua pasó al descubrimiento de los poetas de la Grecia de su tiempo, de Séferis y de Cavafy, profundamente griegos y en un sentido oriental. Y otro sobre Thomas Mann (Humanismo y hermetismo), considerando La muerte en Venecia una de las alegorías más bellas de la muerte que ha producido el genio trágico de Alemania.  

 Continuará con lo de literatura femenina y lo de novela histórica.

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