Juan José Plans era uno de mis amigos -como tal- más recientes, aunque lo conocí siempre en la
distancia. Fueron muchas las noches en las que concilié el sueño escuchando sus relatos radiofónicos de terror.
Era para mí, en aquella época, un señor
importante al que admirar pero demasiado lejano para acercarme a él. Pero la
vida da muchas vueltas y hace tres o cuatro años el entonces presidente del
Ateneo, José Luis Martínez, me lo presentó. Y desde el primer día conectamos
–que se dice ahora- , tuvimos muchas charlas y encontrarnos era una alegría
compartida, y no menos de una hora de conversación animada de cualquier cosa:
divina o humana. Pero de lo que más nos gustaba hablar era de libros
y de esa institución que presidía, Foro Jovellanos, y de esta de la que yo soy
humilde secretaria, Ateneo Jovellanos. Y de cuando en cuando se colaban en la
conversación temas personales, como el que surgió el último día que coincidimos
en la esquina de una calle, hace más o menos un par de meses. Venía preocupado, o más bien ocupado, en
decidir qué podía hacer con los cientos de libros que tenía en su piso de
Madrid que quería cerrar. Estuvimos un buen rato tratando de encontrarles
ubicación, sin conseguirlo. Al final llegamos a la conclusión del poco interés
que demostraban, quienes debían tenerlo, por proteger ese patrimonio cultural
que son los libros. No hayamos solución
al problema, pero nuestra conversación fue tan amena y enriquecedora que me
queda como recuerdo grato de Juan José. Yo sé que en estos momentos quienes
loan, con todo merecimiento, su figura, hablarán de las cosas importantes que
hizo, de su contribución a la creación y fomento de cultura. Pero yo, que soy
casi nadie, me quedo con su parte humana, con nuestras interminables conversaciones de calle esperando cualquier
semáforo. Con esa proximidad que llegamos a tener en la que se mostraba como un
hombre que disimulaba su nivel simplemente para ponerse a mi altura. Su muerte
me ha dejado consternada, como a casi todos. Gijón pierde a un humanista, yo
pierdo a un amigo entrañable. Descanse en paz.
"El gran ritual", último libro de Juan José Plans, presentado en el ATENEO JOVELLANOS
"Rosa levantó la cabeza. Más que respirar, bebió el aire..." La voz grave y
radiofónica de JUAN JOSÉ PLANS resonó el 29 de NOVIEMBRE de 2012 en el ATENEO
JOVELLANOS de Gijón, en la presentación de su libro “EL GRAN RITUAL”, una obra
de ciencia-ficción ambientada en Asturias que ahora ha sido reeditada por CVS
Ediciones. PLANS, acompañado por DOMINGO LUIS HERNÁNDEZ y JESUS PALACIOS,
ofreció a los asistentes un adelanto del libro, que por gentileza de su autor
reproducimos a continuación.
"Rosa levantó la cabeza. Más que respirar, bebió el aire. Y, cerrando las
manos, dijo con la mirada perdida:
-Fue en la Noche de San Juan, en el lauredal en donde desapareció la
estrella, en el bosque en el que se apagó su resplandor tras derramar una
catarata de luz...
Había algo en su garganta que le hacía daño. Era incapaz de tragar saliva.
Pero prosiguió:
-Pensé que, si era la estrella de plata del santo, de poder hacerme con una
gota de su lluvia de luz, sería el mejor amuleto para conseguir la felicidad.
Desde que tuve esa idea, ninguna otra cosa me importó. Con tal amuleto, lograría
que Víctor se curara de sus quemaduras y de que fuera permitido y bendecido
nuestro amor. ¡Nuestro amor que todos habéis mancillado! -y le tembló la voz-.
Me adentré en el bosque hasta llegar a espesuras que no creo que nadie haya
pisado y que son morada de animales salvajes que allí se refugian para estar
libres de vuestras persecuciones. ¡Ellos sí que deben ser testigos de que lo que
diré es cierto! Pero, para mi infortunio, son testigos mudos que en nada me
pueden ayudar. Y llegué a una pequeña calva, que posiblemente nunca existió
hasta aparecer la estrella de plata...
-No te detengas -le dijo don José, que no dejaba de estudiar la impresión que
ella iba causando en los que la escuchaban.
-Los árboles, las hierbas, los matorrales, todo parecía estar calcinado. Como
si allí hubiera habido fuego, un fuego invisible y reciente. Todo lo que tocaba
se deshacía en mis manos, se convertía en polvo. Buscando una gota de luz, me
sentí observada. Dije algún conjuro, por si se trataba de alguna bruja, y
continué en pos de lo que deseaba. ¡Vi una gota de luz que me hizo sentirme
alborozada! Iba a correr hacia ella, cuando... ¡Una voz me habló! Parecía estar
cerca de mí, susurrándome cosas incomprensibles al oído, pero me hallaba sola.
¡Hasta que supe que la voz estaba dentro de mí! ¡Tuve mucho miedo! Sospeché del
Diablo porque, ¿Quién podía hacer una cosa así? ¡Pero no era el Diablo! La voz
era dulce, acompañada de ecos, suave, siempre igual. Me tranquilizaba, me decía
que nada tenía que temer. ¡Leía mis pensamientos! Sabía lo que pensaba sin
necesidad de que se lo dijera. Entonces, de entre los árboles en los que veía la
luz parpadeante, salió...
-¿Quién? -preguntaron sobrecogidos.
-¡Él!
-¿Él? -y retrocedieron, aterrados por lo que pudiera decirles.
-Él me llamaba y yo iba como perdiendo mi conciencia. Influía de tal manera
en mí que, aunque quise huir, más me acerqué. Cuando estuve a su lado, la Luna
volvió a ocultarse tras de las nubes. Sé que era alto, me sacaba varias cabezas.
Llevaba como unas ropas blancas, pero muy distintas a las nuestras. Creo que no
era tela, era otra cosa que no me es posible explicar. De la ropa colgaban algo
parecido a jubones. Hubo una cosa que me asustó mucho. Fueron unos tubos, que
creí serpientes de tanto como se asemejaban. Los tenía principalmente por la
espalda y por el pecho. Varios de ellos estaban unidos a una especie de esfera
que cubría su cabeza, que también era de color blanco, a excepción de lo que
supongo se hallaba delante de su rostro. Esta parte era negra. Pies, manos, todo
era cubierto por la ropa. Ni pude ver sus ojos...
Rosa hizo un esfuerzo. Tenía la boca seca y un sudor frío resbalaba por su
frente volviendo a recordar aquel encuentro. Los demás no se movían, apenas
parpadeaban.
-Me habló, y aún tengo la impresión de que por mucho tiempo. Vagamente,
porque no aceptaba a razonar del todo, creía que iban transcurriendo años, quizá
siglos. Pero después, por lo que supe, no pudo ser así. Su voz resonaba en mi
mente, algunas veces entremezclándose con extraños sonidos. De todas las cosas
que me dijo, tan sólo entendí unas pocas. Supongo que habrían sido claras para
un sabio, pero no para mí, pobre ignorante. Pese a mi angustia, lograba
serenarme. Dijo que era un gran momento, un encuentro que en siglos venideros
celebrarían ellos y nosotros.
-¿Ellos? -preguntaron unos.
-¿Nosotros? -preguntaron otros.
-Venía de lejos, de muy lejos, de un mundo que ni sabíamos que existiera.
Hizo un gesto, levantando pesadamente uno de sus brazos, y me pareció que
señalaba al cielo. Sé que habló de planetas y de estrellas, de cometas y
soles... ¡Pero yo sólo sé el nombre de dos o tres! Dijo que unos mundos nacían y
otros morían, pero que nunca desaparecería la vida inteligente del universo, que
siempre se hallaba no en uno sino en varios planetas, que según el se pueden
contar por millones... (...)".
No hay comentarios:
Publicar un comentario